La debilidad interior del Estado y su posición periférica en la geografía del poder y la influencia -Occidente, Japón y las grandes potencias emergentes, China, la India- quizá no sean factores ideales de progreso y prosperidad.
N*, estudiante de arquitectura, tiene una visión idealista: “Es indispensable retomar la agenda de Lisboa, para salir de la espiral inmobiliaria, y crecer y producir a través de la nueva economía del conocimiento, como California”.
B*, banquero, advierte nubarrones poco entusiasmantes: “Crece el número de morosos. Las hipotecas a 30, 40 o 50 años recortarán algunas alegrías. Los repuntes de inflación y subida timidísima del precio del dinero no anuncian ningún repique de campanas”.
J*, asesor fiscal, avanza estas esperanzas: “Mucha gente cree en la vuelta a la economía sumergida: mano de obra barata con inmigrantes; instalación de factorías en el Este de Europa; y dinero negro dando a la economía el nervio que no llegará con las subvenciones europeas”.
La polución ideológica no favorece la expansión de una economía del conocimiento. Los clientelismos provincianos vampirizan incontables recursos humanos y económicos. La guerra de posiciones institucionales recorta la eficacia presumida del Estado, sin liberar las energías individuales: el agua que no tiene Murcia y el cava que no venden los catalanes nos hace más pobres en riqueza común y más ricos en odio.
Eduardo says
Enhobuena por el blog. Píncheme.