De vuelta a casa, leo encantado el amistoso comentario de Gregorio Luri sobre mis locuras, en su excelente blog, El café de Ocata. (¡Gracias Mil..!). Fue Gregorio quien me advirtió del comentario de Juristo comentando las vidas paralelas de CJC y mi CJC.
Vanidad de vanidades..[ABCD las Artes y las Letras, núm. 761, del 2 al 8 de septiembre 2006]:
VIDAS PARALELAS DE CJC Y CJC
Juan Ángel Juristo
Confieso que cuando comencé a leer esta (1) novela de Juan Pedro Quiñonero no entendí la razón por la que el autor había puesto nombres ficticios apenas irreconocibles a lo que, a todas luces, me parecía una camuflada biografía de Camilo José Cela. Incluso pensé en ilustres biografías noveladas que pasaron por autentificar un nombre cuando todo era una invención, caso de Jusep Torres Campalans, de Max Aub, con que la que esta novela mantiene una oscura correspondencia justo por todo lo que tiene de contrario; es decir, todo aquí se dirige a algo que es tan real que casi podría documentarse y, sin embargo, consigue el ansiado lugar de ser pura ficción y gozar de una libertad insospechada.
Me di cuenta entonces, de que lo había movido a Quiñonero a biografiar a Celia Jiruña Carón, una mujer nacida en Caína y que se convierte en escritora célebre culminando su carrera con el Premio Nóbel, era tan riguroso en su supuesta libertad como si, cambiando de objetivo, le hubiera dado por escribir sobre la vida de Cela.
Habría que hablar por tanto de correspondencias, pero poco más, entre esta CJC y nuestro CJC, casi como la que habría entre Caína y España, es decir, entre una novela que muchos llamarán “en clave” y una documentada biografía escrita como si de una narración se tratara, con todo lo que ellos implica de atenerse al dato histórico. La cosa, por tanto, tiene que ver con la libertad. Sólo que esta modifica el orden de las cosas.
¿AL PIE DE LA LETRA..?
La locura de Lázaro debe leerse, por tanto, como algo muy distinto a una narración en la que se sigue al pie de la letra una biografía oculta de Cela. Tanto debe ser así que Juan Pedro Quiñonero juega en todo momento con esa ambigüedad de significados a lo largo de la novela, con resultados excelentes. Por ejemplo, cuando el lector, que hasta entonces se había atenido al juego evidente de los reconocimientos apenas disimulados, se topa con nombres reales y sucesos que tuvieron lugar tal y como se cuentan, incluso aparece nuestro Rafael Conte pergeñando críticas de Oficio de difuntos, libro de Celia que parece culminar una carrera llena de sugestivos títulos, como Caína, 1936, Madame Bronté educa a su hija, o Infame turba, en una suerte de artificio narrativo que lleva al lector al tan ansiado distanciamiento brechtiano, versión moderna de la comprensión que, según Aristóteles, sufría el espectador griego al final de la representación trágica.
ESPEJO DEFORMANTE
Creo que la importancia de este libro de Quiñonero radica precisamente en esto, pues se deslinda tanto de la crónica realista como de la narración en clave, que no deja de ser crónica realista oculta bajo tinta de calamar. Aquí se trata de otra cosa, como si nos miráramos en un espejo deformante, no para conseguir lo esperpéntico, sino para aclararnos mejor.
Juan Pedro Quiñonero nos ha dejado en esta biografía novelada de Celia Jiruña Carón el retrato apasionado de una época, con una profusión de personajes entrañables, como las referencias que en la novela se hacen de Miguel Pérez Ferrero y otros, incluso algunos detestables o de difícil memoria, lo que habla bien a las claras de las bondades del libro. Y con ello quiero decir justo eso: que la inmersión en una época bien puede alcanzarse en sus mejores momentos con la manera en que lo ha enfocado el autor.
Leyendo esta novela uno desbroza apellidos apenas ocultos, no hace falta ser alguien informado para saber de quién se habla cuando se habla de Umbría, por ejemplo, y de cien más; pero tengo para mí que el reflejo en la literatura de ese momento lo ha bordado Quiñonero fabulando de este inusual modo, donde nos alejamos tanto de la crónica como de la novela de ficción al uso.
Creo que esa aportación no es sólo original, lo que sería importante, sino algo más: es la idónea para que el autor diga lo que tiene que decir. Desde luego que piensa en la estatua de gigante de Cela, eso es evidente, pero esa figura se quedaría en hagiográfica si no la hubiera sumergido en su época.
ESPÍRITU DE HETERÓNIMO
Y aquí reside lo apasionante del asunto, pues acontece que Caína es más española en su momento que la misma España. ¿Se diría, entonces, que Celia es más Camilo que el propio Cela? Toca al lector juzgar esto, pero tengo para mi que Juan Pedro Quiñonero ha conseguido con la creación de Celia Jiruña Carón una perspectiva más comprensiva y luminosa del autor de Viaje a la Alcarria. Participa, pues, del espíritu que anima a los heterónimos de Pessoa, que son más Pessoa a veces que el mismo Pessoa: he ahí la eficacia de haber elegido a su CJC particular, porque, parece decirnos Quiñonero, todos tenemos nuestra imagen de CJC. ¿Cabe mayor homenaje a un autor..?
(1). La locura de Lázaro, JPQ. Espuela de Plata. Sevilla.
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PS de JPQ.- A pesar de la generosidad y el cariño de Juristo, sospecho que el atribulado lector que “busque” a Cela en mi libro corre el riesgo de perderse en un laberinto incomprensible. Mi visión puramente informativa de tales paralelismos siguiendo siendo esta.
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