Isabelle Huppert / Marquise de Merteuil. Foto Richard Termine / The New York Times, 6 noviembre 2009
Quizá un tema central en la obra de Heiner Muller sea el fin de Europa y sus culturas como focos de civilización, víctima la “vieja zorra” del fin de sus creencias, la corrupción de sus costumbres, la agonía de sus religiones, la perdición de todos los valores que le dieron tanta gloria y esplendor.
A través de sus relecturas muy personales de Shakespeare y los trágicos griegos, iluminados a la luz de dos guerras mundiales, el hundimiento de Alemania, el hundimiento del nazismo y el comunismo, sin olvidar los campos de urnas profanadas, en Auschwitz y el Gulag, Muller exploró muchos de los laberintos de tan distintos y tan próximos caminos de perdición infernal, endemoniada.
Cuarteto (1) quizá no sea una de sus obras mayores. Apenas tiene una veintena de páginas de texto propiamente dicho. Pero si pudiera ser una de las más pedagógicas, por la sencillez pavorosa de su discurso: una versión muy corta de Les Liaisons Dangereuses, la celebérrima novela epistolar de Choderlos de Laclos. Muller apenas da indicaciones muy sumarias, pero capitales: un interior muy siglo XVIII francés (el siglo de las Liaisons, por supuesto), en un refugio anti aéreo, tras la Tercera guerra mundial. Todo está dicho.
Robert Wilson ya puso en escena esta misma obra hace diez años, en Nueva York. Su nueva versión añade uno o dos personajes, mudos. Y se sirve de los ruidos, la música (Michel Galasso) y la magna tradición del teatro de marionetas (Kleist, Salzburgo) para mejor purificar una salmodia fúnebre por el fin de nuestra civilización. Isabelle Huppert (Mme. de Merteuil) y Ariel García Valdés (Mr. de Valmont) encarnan dos personajes que oscilan entre las marionetas endemoniadas y los últimos habitantes de un Infierno prostibulario.
CORRECCIÓN POLÍTICA EN BUCHENWALD
El texto alemán de Muller destaca por su pureza benedictina. Grandísimos conocedor del mejor Brecht, el dramaturgo ha despojado su prosa de los meandros de la más alta retórica germánica. Esa limpieza retórica (compartida por otro gran maestro de la lengua alemana teatral de nuestro tiempo, Peter Handke) habla de una purificación pedagógica, para limpiar la lengua de todas las escorias ideológicas, culturales, etc. Y devolverle la limpieza de un antiguo hogar (la heimat de la lengua alemana) que es imprescindible preservar, a la manera del poema de Trakl comentado por Heidegger.
El montaje y escenografía de Wilson se pliegan como un guante de seda a ese texto poético, apocalíptico, incluso “religioso” (himno funerario de una religión sin fe). Y se sirve de su lenguaje teatral muy propio para mejor iluminar los abismos carcelarios que transitan Mme. de Merteuil y Mr. de Valmont.
El “interior” muy siglo XVIII es de una actualidad muy siglo XXI. La retórica coloquial se ha convertido en un arte de manipulación de las mentiras, sin gloria ni fe: una retórica vacía, hipócrita y lúgubre, por su filisteísmo egoísta y sin escrúpulos. La cultura es un cementerio profanado con fines mercantilistas. El destierro de toda fe, toda creencia, el exilio desalmado de todas las cosas espirituales, han terminado por convertir a los antiguos hombres y mujeres en animales de bellota, que hablan como hombres y mujeres, pero rebuznan con pavorosa frecuencia, riéndose ellos mismos de sus hábitos torcidos y criminales.
El refugio anti aéreo donde se sitúa la “pieza”, tras la Tercera guerra mundial, pudiera encontrarse en Stalingrado, en Bagdad, en Beirut o en las oficinas de Buchenwald (donde los reclusos políticamente correctos colaboran con los verdugos gestionando la vida del campo de concentración: ellos se saben llamados a Salvar el Mundo, con la fe mesiánica que les permite escoger ellos mismos a los condenados al Hoyo de Irás y No Volverás). Mme. de Merteuil y Mr. de Valmont están “de vuelta” de todas las creencias, de todas las religiones, de todas las verdades: libertinos encerrados en una tumba, conocen a la perfección el arte de asesinar al vecino indócil, al iluso que continúa creyendo en las viejas ideas y moral hundidas en el Infierno de la historia.
MARIONETAS INFERNALES
Robert Wilson ha imaginado una escena pura y luminosa. Mme. y Mr. hablan como autómatas, que no han olvidado el mundo difunto donde ellos nacieron, crecieron y murieron. Y sus gestos pueden ser, por momentos, los gestos de marionetas endemoniadas, que hablan como hombres y son muñecos poseídos por el Diablo: el espíritu que todo lo niega, en la definición canónica de Goethe. Pero el comportamiento físico, carnal, de Isabelle Huppert y Ariel García Valdés, nos recuerda con poderosa fuerza que esas marionetas infernales también fueron un hombre y una mujer, en una época lejana, de la que todavía nos queda el perfume marchito de las cosas olvidadas y sin embargo bien presentes, en nuestra memoria.
Muller, Wilson, Huppert y García Valdés coinciden en lo esencial: huyen del esperpento, que siempre termina mal y es un garabato que destruye la imagen última del hombre. Hay una simplicidad monacal en la retórica del dramaturgo. Hay un juego de linterna mágica en la puesta en escena. Hay una limpieza trágica en las voces y los movimientos corporales de unas marionetas que gesticulan a las puertas del infierno. En verdad, a pesar de las apariencias, el Cuarteto de Muller y esta versión de Wilson – Huppert – García Valdés no son definitivamente pesimistas. La salmodia final, “Muerte de una puta. Amor mío”, se repite una y otra vez hasta la agonía. Pero también habla de unos valores, unos principios, una naturaleza humana ─quizá mutilada y mancillada, víctima del hundimiento fáustico de todos los valores y la agonía de nuestra civilización─, cuyo destierro nos hace más vivo, poderoso e indispensable su recuerdo.
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(1) Quartett, de Heiner Muller. Théâtre de l’Odeón. Hasta el 2 de diciembre.
Puesta en escena y escenografía de Robert Wilson. Intérpretes, Isabelle Huppert, Ariel García Valdés, Rachel Eberhart, Philippe Lehembre y Benôit Maréchal.
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Heiner Muller en la wikipedia.