Ségolène Royal entró en política cuando François Mitterrand conquistaba el poder con el proyecto ideológico de la “ruptura con el capitalismo”. Ségolène comenzó siendo consejera del presidente cuando un gobierno socialista y comunista se embarcaba en la nacionalización de la banca y los grandes grupos industriales.
Veinticuatro años después de haber entrado por vez primera en el Elíseo, como consejera de un presidente embarcado en tales proyectos, Ségolène ha vivido desde dentro los sucesivas evoluciones doctrinales de un PS que ella ha terminado por conquistar con una campaña que marca una ruptura radical.
Ségolène introduce en la historia del socialismo francés los conceptos de “democracia de opinión” y “democracia participativa”, consumando una metamorfosis imprevisible. Michel Rocard y Jacques Delors ya intentaron, durante los años ochenta y noventa del siglo pasado, algunas formas de modernización más o menos similares. Pero ambos se inscribían en la historia de las ideas socialistas hostiles a la burocratización y la ideología del Estado dominante.
Rocard y Delors fueron derrotados por la burocracia socialista, de la que formaba parte Ségolène, cuya doctrina ideológica continúa inédita, aunque ya se conoce su estrategia de conquista del poder supremo: el marketing político, a la escucha de las preocupaciones inmediatas de la sociedad, convertidas en temas de campaña, tratadas con promesas de cambio y ruptura.
Está claro que Ségolène ha enterrado el ideario socialista tradicional, sustituido por una “democracia de opinión” que sus partidarios presentan como un “cambio” y sus adversarios denuncian como “populismo de izquierdas”. Por vez primera en la historia del PS, la opinión pública exterior al partido ha vencido la resistencia de los “elefantes”. No es fácil saber si el socialismo se diluye en el marketing o el marketing se convierte en doctrina.
Luis Rivera says
No está tan claro que el PSF tendrá un futuro diferente a su pasado histórico a partir de Segolene. Todo dependerá de su capacidad para gestionar el poder si lo alcanza, o de su capacidad para gestionar al partido si no lo hace.
Tanto en Segolene como en Sarkozy alienta un aire kenedyano en las nuevas propuestas y en las mismas maneras con que se desenvuelven.
Ahora bien, cuando Segolene habla del cambio, ¿hacia donde? El cambio de Miterrand acabó en una gestión «normalizada» y los grandes temas quedaron en recuerdos. A Segolene la votarán los jóvenes, a los que la palabra «cambio» les provoca actitudes benéficas y positivas al tiempo aque airadas, pero cambio hacia ¿donde?. El gran problema de los slogans es su ambiguedad y falta de significación política. Recordemos el que Seguela preparó y usó para Miterrand: «La fuerza tranquila». ¿Que lectura tenía esa expresión tan sugestiva en la mente de los votantes que le auparon al Eliseo? Fuerza para qué? Y, ¿la usó? ¿En que dirección?
Por la misma razón la derecha, de la mano de Sarkozy, tiene un problema, que es convertir el pesimismo del político, que es la palpable naturaleza del conservador, en positivismo de gestión.
Hay que leer los programnas, está claro, pero ¿quien se los lee?