Más allá de las relaciones de fuerza y los intereses de Estado más cínicos, ¿qué confianza se puede tener en un dirigente de quien se sospecha que es capaz de envenenar a sus adversarios, acusado por Amnistía internacional de practicar la tortura en las cárceles de su patria?
Desde Alcibíades a Kissinger, la historia de la guerra y la diplomacia son una inconclusa crónica de hipocresías, atrocidades, maquinaciones ensangrentadas y turbias negociaciones, destinadas a dar una cierta cobertura “moral” a las mentiras, crímenes y asesinatos cubiertos por la razón de Estado.
Hasta ahí, la negociación con el presidente Putin es un acto de elemental e indispensable realismo. Es imprescindible dialogar y negociar con el líder de una gran potencia, con recursos y aspiraciones internacionales. Sin embargo, las reservas de Polonia y buena parte de la Europa del Este hacia el poderoso vecino ruso, antigua potencia colonial, capaz de usar sus cuerpos de ejército para imponer la paz marcial, bien subrayan una realidad que París y Madrid fingen ignorar.
El juego francés obedece a viejos tropismos diplomáticos de vieja potencia sonámbula. El juego español, indisociable del proyecto hispano turco de Alianza de civilizaciones, tiene el inconveniente de ofrecer “perchas” a los más cínicos actores del gran juego diplomático mundial, Damasco (capaz de asesinar a los vecinos más renuentes a su influencia), Teherán (capaz de ahorcar incluso a los homosexuales) y Moscú (donde la tortura y el asesinato son recursos frecuentes del poder burocrático).
Quizá las víctimas del terror, disidentes, homosexuales ahorcados, políticos asesinados, considerasen realista que las democracias europeas, España incluida, exigieran responsabilidades en materia de atentados contra la libertad y los derechos humanos. Tal comportamiento exigiría un temple moral que aparentemente no tienen nuestros dirigentes.
Putin es el mal que los europeos podemos soportar. Se ha convertido en el termómetro de nuestra moralidad. Conviene que nos obervemos en él la temperatura cada día antes de mirarnos al espejo.
Gregorio,
Tienes el sentido de la fórmula. Lo de «termómetro de nuestra moralidad» es preciso, elegante e irónico. ¡Salve..!
Q.-
Muy bueno. Y además ajustado a razón. Es «El retrato de Dorian Gray», y nosotros somos el retrato.
Bueno, me ha quedado un poco siniestro…
Lola
Lola,
Lo de Dorian Gray no solo es exacto: es una parábola casi ideal,
Q.-
PS. Un aventurero de genio, Liberales, desterrados, anarquistas, proscritos, «¡A escena..!»
Que vivan todos los aventureros y los proscritos del mundo. Sus genialidades no salvan del tedio.
Mi padre decía de Pla que era un anarquista conservador. A ello tiendo, voy configurando esa curiosa manera de ser.
Lola
Lola,
Todavía no me siento yo maduro para tanta sabiduría y abandonarme al estoicismo budista en el Baix Empordà. Quizá me siento más cerca de Jean-Pierre Meville,
Q.-
Sus genialidades nos (había escrito «no», error de bulto)) salvan del tedio.
Ahí me has dado. Le Cercle rouge es mi policiaca predilecta.
Lola
Lola,
OK en todo. Mis respetos, oiga.
Q.-
A mí lo que digan los de Amnistía (un grupo de presión filoizquierdista cuyos intereses son bastardos a más no poder) me da completamente igual, es más, le da puntos a favor al criticado.
«Moscú (donde la tortura y el asesinato son recursos frecuentes del poder burocrático).»
Hombre, hasta dónde yo sé, las cosas hay que demostrarlas… y no, no vale llamar rebeldes a los sanguinarios terroristas islámicos de Chechenia (ver documentales de la BBC y la TV pública estadounidense en youtube.com).