Se cumplirá este año, el 15 de agosto, el primer centenario de la muerte de Carmen Conde, que escribió mucha poesía, cuentos, teatro, novela, ensayos, etc. Aunque yo la recuerde por otras razones íntimas.
Carmen Conde y el hombre de su vida, Antonio Oliver Belmás, fundaron en la Cartagena inmediatamente anterior a la guerra civil la primera Universidad Popular, cuyos fundamentos me siguen pareciendo algo bello: mejorar el mundo, si no cambiarlo, en la escuela, a través de la educación.
Mis padres, Juan y Luz, que eran algo más jóvenes, también fundaron algo parecido: una escuela racionalista, en la Totana en vísperas de la guerra. Totana es un pueblo pequeño y pobre, comparado con una Cartagena gran ciudad mediterránea. Pero los Conde-Oliver siempre me recordaron a mis padres y su noble empeño fallido, culminado en el dolor y la prisión murciana de las Agustinas. Aquella luz de la Tercena, el azul del mar de Águilas, los huertos y el perfume de los jazmines de mi infancia, iluminan los primeros capítulos del Retrato de un artista en el destierro.
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En ocasiones, el azar traba misteriosas relaciones. Cuando yo recuerdo la cegadora luz del valle siempre seco del Guadalentín (un río sin agua: pavoroso drama oculto tras la mentira del azul cobalto de la cartografía oficial), Santiago Delgado habla de una misteriosa Cartagena cubierta por la niebla (¡!) y Juan B. Sanz me invita a descubrir su obra última en la Galería La Ribera.
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