Había una emoción verdadera en el rostro, los gestos y el timbre de voz de muchos de los cocodrilos, políticos y periodistas, que seguimos ayer noche la despedida de Jacques Chirac del Elíseo.
Cuando Pierre Luc Seguillon se vio forzado a recordar que Chirac también fue un tueur político, que ha dejado tras sí un largo rastro de cadáveres, sus ojos brillaban de emoción, recordando al mismo personaje, al teléfono desde la cripta presidencial, interesándose por la suerte de un modesto colega periodista de quien nunca tuvo una palabra complaciente, ni podía esperar ya ningún favor aquejado de cáncer. Sensible (Chirac) al calor humano, a pesar de tener la piel curtida en los combates más crueles, de los que solo pudo triunfar arrastrando a su paso a incontables víctimas.
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Abandonando el palacio del Elíseo, Jacques Chirac (París, 1932) no pondrá fin completamente a una de las carreras políticas más largas de la historia de Francia: 12 años presidente, 7 años primer ministro (en dos ocasiones), 18 años alcalde de París, 21 años diputado (en 10 legislaturas), 13 años ministro (en 8 gabinetes), 2 años euro diputado, compartiendo en numerosas ocasiones varias de esas funciones, que no le impidieron en ser el patriarca fundador de dos de los grandes partidos conservadores de Francia, tras la muerte del general de Gaulle.
Si hay que creer a su esposa, Bernadette Cordón de Courcel, Chirac está en plena forma y hubiera podido volver a presentarse a la reelección. Su vida política continuará con una forma que todavía está por precisar. La hora del balance final todavía no ha llegado.
Estudiante, Chirac, hijo de una familia relativamente modesta, comenzó coqueteando con los comunistas franceses, considerándose mucho más a la izquierda que sus compañeros de estudios socialistas, como Michel Rocard, viejo cómplice y ex primer ministro.
Pero su carrera política comenzó como bulldozer de Georges Pompidou: un conservador reformista. A partir de ahí, no dudaría en matizar o cambiar de opinión y amigos políticos con una facilidad asombrosa. Chirac traicionó a sus compañeros de armas gaullistas para asegurar la elección de Giscard a la presidencia. Pero no dudó en abandonar el carro giscardiano para emprender su propia causa. Se dice que facilitó la primera elección de Mitterrand. Su primera candidatura a la presidencia de la República data de 1977: un desastre.
“Laborista a la francesa”, anti europeo militante (fue el primer adversario del ingreso de España en la antigua CEE), liberal reaganiano, liberal conservador, patriota nacionalista, radical socialista de la más honda tradición francesa, fue elegido presidente por vez primera (1995) con un programa de centro izquierda. Su gran error estratégico electoral lo cometió dos años más tarde, precipitando su cohabitación forzosa con un gobierno socialista. Reelegido presidente con el apoyo de la izquierda, para eliminar el peligro de JM Le Pen, el 2002, Chirac fue nombrado por Newsweek “el último dinosaurio de Europa” el verano del 2005.
A juicio de muchos historiadores, como Nicolas Baverez, Chirac pasará a la historia como el presidente que aceleró el declive histórico de Francia, comenzado por François Mitterrand, a partir de 1981.
Mujeriego, glotón, gran conversador, Chirac ha sufrido algunas tragedias íntimas. Y nunca se atrevió a acometer las reformas que le aconsejaban el buen sentido y algunos de sus hombres más fieles (¿?). En 1995 prometió grandes cambios, que los sindicatos de funcionarios paralizaron e impidieron. Durante su mandato, el paro apenas ha decrecido, ha aumentado la exasperación social. Y ha retrocedido la influencia internacional de Francia. Entre sus motivos de orgullo, el presidente cita siempre su oposición a al intervención norteamericana en Irak.
Su rostro más amable es el de un humanista campechano. Son legendarios sus cambios de opinión y sus meteduras de pata. En su último libro, critica con brutalidad ignorante el descubrimiento de América y la colonización española, y afirma que el liberalismo “sufrirá la misma suerte que el comunismo”. Algunos jueces esperan su salida del Elíseo para intentar volver a instruir los escándalos todavía por juzgar de su paso por la alcaldía de París.
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