En 1853, Eugenia de Montijo, la última emperatriz de Francia, decidió renovar el palacio y encomendó los trabajos al arquitecto Joseph-Eugène Lacroix. Retrato de Edouard Dubufe
En tiempos de François Mitterrand (1981-1995) el Elíseo fue una suerte de Vaticano laico, con incontables pasillos de vodevil negro y libertino. En tiempos de Jacques Chirac, (1995-2007), el Elíseo se transformó en un gran palacio siciliano dominado con mano de hierro y guante de seda por dos mujeres que conocieron, sufrieron y terminaron dominando ajenas tribulaciones carnales, finalmente sometidas al imperio de sus criterios femeninos.
Plano de Turgot, 1734 – 1739
Conquistado el palacio presidencial, Mitterrand lo convirtió en basílica sacramental de todas las causas socialistas universales, ungidas con las bendiciones o excomuniones de un papa laico, aunque creyente en la trascendencia, que puso el Elíseo al servicio de su iglesia, sus fieles, y la última de sus amantes (Anne Pingeot, la madre de Marie Mazarine, la hija oculta durante más de veinte años), instalada en una dependencia gubernamental próxima al palacio.
Uno de los símbolos capitales del paso de Mitterrand por el Elíseo fue el suicidio de François de Grossouvre, un amigo y consejero íntimo, que también había sido instalado en el palacio presidencial. Su responsabilidad última era la de velar por la seguridad, tranquilidad y manutención de Anne y Marie Mazarine, que vivían a las puertas del Elíseo, frecuentándolo casi a diario, aunque jamás podían encontrarse con la esposa y los hijos oficiales del presidente. Grossouvre terminó pegándose un tiro, con un fusil de caza, a veinte metros del despacho del jefe del Estado.
Con la llegada de los Chirac al Elíseo, la residencia oficial de los presidentes de Francia cambió de régimen, hábitos, normas de vida, reglas no escritas de comportamiento. Bernadette Cordón de Courcel, aristócrata de cierto rango, esposa del presidente lo ha contado en muchas ocasiones, en público: su esposo fue durante muchos años un mujeriego empedernido. “Llegué a pensar en el divorcio”, ha comentado Mme. Chirac en alguna ocasión, agregando: “Nuestro matrimonio estuvo amenazado, por momentos. Las mujeres corrían detrás de Jacques”.
DIANA Y EL MARIDO DE BERNADETTE
Antes y después de ser presidente, a Mitterrand le encantaba reunir en una misma mesa a varios amigos y amigas. Michelle Cotta, que fue presidenta del servicio público audiovisual, estuvo en bastantes de aquellas legendarias cenas, y recuerda: “En ocasiones, había una o dos señoras, o señoritas, que a los postres todavía se preguntaban cual de ellas sería la elegida”.
Sobre la agitadísima vida nocturna de Chirac, antes de llegar al Elíseo, el mejor testigo fue uno de sus chóferes, que ha contado por lo menudo largas “cacerías” nocturnas. Ya en el Elíseo, la mejor anécdota la reveló hace años un antiguo ministro del interior… El 31 de agosto de 1997, a las tantas de la madrugada, Jean-Pierre Chévenement, ministro del interior, socialista, intenta desesperadamente hablar personalmente con el presidente: la princesa Diana de Gales acaba de morir, en un escandaloso accidente, en el puente del Alma, a trescientos metros de la embajada de España. Chévenement no consigue hablar con Chirac. Pasablemente preocupado, el ministro pide hablar con su esposa, que está sola, en la alcoba presidencial, y le responde, airada: “¿Qué si yo se donde se encuentra mi marido a estas horas..? ¿Me está usted tomando el pelo?”.
Mme. Chirac no volvería a encontrarse en la misma situación, jamás. Hubo una “explicación franca” entre los esposos. Y Claude Chirac, la hija mejor del presidente, tomó definitivamente las riendas de la gestión de la agenda presidencial.
DINERO NEGRO, EN EL RETRETE
Durante las presidencias de Valery Giscard d’Estaing y François Mitterrand, en el Elíseo cambiaron muchos hábitos, muy Antiguo Régimen. Con matices. Giscard adoraba los gestos “populares”: dejarse fotografiar tocando el acordeón, invitarse a casa de un taxista. Pecados veniales. Mitterrand no era hombre de tales familiaridades. Es célebre una reunión entre militantes políticos. Un viejo socialista le pregunta, cordial: “¿Qué le parece si nos tuteamos?”. Altivo, Mitterrand responde: “Si usted quiere”.
Chirac, por el contrario, quizá haya sido el único presidente genuinamente popular de la V República. Tutea y se deja tutear por un saltimbanqui como Patrick Sébastien, animador de tv: son paisanos. Y Sébastien puede aparecer por el Elíseo a una hora intempestiva con un par de señoritas acróbatas: a Chirac le encanta el circo, el salchichón de su tierra y el beaujolais nuevo. Y es capaz de hablar con naturalidad a la señora de la limpieza, a un capitán de artillería o a los señores Yeltsin, compartiendo con ellos las botellas de vino o vodka necesarias para llegar a intimar. Denis Tillinac, novelista, otro paisano del presidente, también lo tutea: “Jacques ha sido el menos suficiente, el menos arrogante y el menos despreciativo de nuestros presidentes”.
La orquestación de tales familiaridades también ha tenido un costo. Durante las presidencias de Giscard y Mitterrand, los gastos corrientes del Elíseo apenas ascendieron a unos 5 millones de euros anuales. Los Chirac ha disparado el gasto presidencia hasta los 32 millones de euros anuales. Los gastos personales de la familia han sido objeto de mil y una historias. Es famosa la anécdota de los 600.000 euros gastados en un viaje de recreo y descanso, pagados en efectivo, con dinero negro. Los presidentes franceses tienen el privilegio de tener a su alcance sumas significativas, para hacer frente situaciones imprevisibles.
Jean-François Probst, antiguo senador conservador, cuando Chirac era alcalde de París, cuenta una anécdota quizá significativa… A finales de los años ochenta, la crisis de Nueva Caledonia, antigua colonia, territorio francés de ultramar, vive una hondísima tragedia. Y un senador nuevo caledonio, Dick Ukiwé, visita París en busca de socorro político y económico. Probst organiza un encuentro muy discreto, en los salones íntimos de la alcaldía de París. Chirac los recibe en chándal y zapatillas, despeinado. Dick Ukiwé cuenta su triste vida, amenazada políticamente. Chirac, gran señor, le responde: “No te preocupes”. El alcalde y futuro presidente se dirige al wc situado en la misma habitación donde se encuentran. Abre la tapa del agua del wc, saca una bolsa de plástico. La abre. Y saca de esa bolsa 500.000 francos, en efectivo. Que le entrega sin recibo a su amigo político…
COMUNISMO Y LIBERALISMO, DOS PERVERSIONES
Ya en el Elíseo, tales familiaridades hubieran sido mucho más complejas, quizá. Todos los presidentes franceses tienen a su disposición sumas más o menos importantes de dinero, en efectivo, al alcance de imprevisibles contingencias. Pero en el Elíseo de Chirac, es su esposa Bernadette quien controla esa caja negra. Son famosas las liberalidades y obras de caridad de la esposa del presidente. Buen año mal año, Mme. Chirac recibe unas 33.000 cartas pidiéndole socorro económico urgente. Más de 1.200 reciben respuestas positivas, recibiendo entre unos centenares o millares de euros de ayuda urgente.
Esa dimensión humana o caritativa, personal, del Elíseo, en tiempos de Chirac, quizá esté encarnada como nadie por Claude Chirac, la hija menor. Los Chirac tuvieron dos hijas, Laurence y Claude. Laurence es la gran tragedia familiar, víctima de anorexia mental, internada en lugar desconocido, quizá en Marruecos. Claude es el rostro humano del patriarca. Ella vive sola (su esposo falleció en un accidente, al poco de contraer matrimonio), es un piso de la rue de Seine. Y saca ella misma a pasear a su perro, varios días de la semana, apenas oculta tras unas grandes gafas negras. Martin, el hijo de Claude, va a una escuela privada y come o cena con sus abuelos, en el Elíseo. Su madre cambió el rostro público de Jacques Chirac.
Durante cuarenta y tantos años, Chirac padre tuvo la imagen de un coronel de caballería (que lo es, en la reserva), tieso, rígido, rapaz, voraz, asesino, cruel, atroz. Claude le cambió las corbatas, le enseñó a hablar en público, lo forzó a invitar a gente de la farándula al Elíseo, lo fotografió con estrellas del cine y el espectáculo, y lo invitó a descubrir la ecología, el cambio climático, las civilizaciones antiguas. Chirac que lo había sido todo, conservador nacionalista, conservador reaganiano, laborista a la francesa, radical-socialista de la tradición agraria nacional, anti europeo convencido, se transformó lentamente en un patriarca bonachón, vividor, humanista, capaz de afirmar: “El liberalismo y el comunismo son perversiones del pensamiento humano..”. O. “En realidad, no creo que el descubrimiento de América fuese un gran acontecimiento. No tengo ninguna admiración por las hordas que llegaron a América para destruirla”. Dicho esto, Chirac fue el primer presidente de Francia que puso un ramo de flores, en Madrid, en la plaza donde se recuerda a los heroicos madrileños fusilados por los mamelucos de Napoleón el 3 de mayo de 1808.
En verdad, nadie se toma muy en serio tales afirmaciones. Forman parte del folklore, los muebles y las cacerolas de un presidente que se dispone a abandonar el Elíseo, no sin cierta melancólica nostalgia.
Gregorio Luri says
Creo que fue Indro Montanelli quien en vísperas de elecciones dijo aquello de “Así que ya lo sabéis: tapaos la nariz y votad Democracia Cristiana”. Hay que decir lo mismo de las personas, en general, y de los políticos muy en particular.
JP Quiñonero says
Gregorio,
De un amigo italiano, hace años, anécdota de una visita de Mussolini a una factoría Fiat… Uno de los Agnelli le comenta al Duce, por lo menudo, la realidad social de la factoría… “En este grupo, son todos comunistas… ¿aquellos?.. anarquistas.. más allá… demócrata cristianos…”. Mussoli, inquieto, le pregunta al viejo Agnelli: “¿Y fascistas? ¿No hay fascistas en las factorías Fiat..?”.
Respuesta de Agnelli, al vuelo: “¡Fascistas somos todos..!”
Q.-
PS. ¡Viva la Escuela hermenéutica de Barcelona..!
Gregorio Luri says
Ruborizas mi ‘animus giocandi’
JP Quiñonero says
Gregorio,
Mi Admiración es cierta, más allá de menudencias retóricas.
¡Comentar a Platon y Virgilio directamente del griego y latín..!
Q.-
Luis Rivera says
Se dice de Pío Cabanillas que tras unas elecciones le preguntaron sobre quien las había ganado y su respuesta fué: «hemos ganado nosotros, pero aún no sabemos quienes».