La conmemoración del L aniversario del Tratado de Roma, donde se funda el proyecto histórico de la construcción política de Europa, es y será objeto de celebraciones de muy diversa naturaleza. Europa es algo muy anterior y posterior a la UE, pero los logros de la empantanada Unión forman parte de nuestro acervo común de libertad y prosperidad comunes. Los mejores analistas recuerdan que, en verdad, Europa no se porta tan mal como pudiera parecer.
Me toca, por razones que no vienen al caso, indisociables de mi aventura personal y profesional, insistir en uno de los puntos menos gloriosos de toda esa historia: de como el antiguo “eje” y “motor” de la construcción política de Europa se transformó en un lastre peligroso.
Lo diré a la manera más tradicional de la crónica periodista…
… Durante el último medio siglo, la historia, el interés y la determinación política de Francia y Alemania contribuyeron de manera determinante a negociar los pilares fundacionales de la construcción política de Europa. La caída del Muro de Berlín, la reunificación de Alemania, el declive francés y la demagogia irresponsable de los dirigentes franceses y alemanes ha contribuido a paralizar indefinidamente la ambición de una arquitectura política continental común.
A la fundación de la CECA y la primera CEE siguió el Tratado del Elíseo (1963) donde se fundan las relaciones diplomáticas de Francia y Alemania, firmado por de Gaulle y el canciller Adenauer. Desde entonces, las relaciones franco-alemanas estuvieron dominadas por sucesivas parejas de gobernantes, Pompidou-Brandt (1969-74), Giscard-Helmut Schmidt (1974-1981), Mitterrand-Kohl (1982-1995), Chirac-Schroeder (1998-2005).
MITTERRAND, CONTRA LA REUNIFICACIÓN
Entre 1963 y 1995, Francia y Alemania estuvieron en el origen de la gran mayoría de las históricas iniciativas donde se funda la actual UE: primera ampliación de la CE a Inglaterra, consolidación de la Política Agraria Común (PAC), Sistema Monetario Europeo (SME), elección del Parlamento europeo a través del sufragio universal, Acta única, entrada en vigor del mercado único, antiguo Pacto de estabilidad y crecimiento económico, entrada en vigor del euro y el Banco central europeo (BCE).
Esa herencia, fruto de la concertación diplomática multilateral, bajo liderazgo franco-alemán, tiene muchos matices, puntos oscuros y gloriosos. Durante varias décadas, el antiguo “eje” franco-alemán funcionó como evidente “motor” de la construcción política europea. Esa dinámica se rompió entre 1995 y 1998, con la elección de Chirac y Schroeder a la presidencia francesa y la cancillería alemana.
La caída del Muro de Berlín ya había comenzado a agrietar las relaciones entre Francia y Alemania, como recuerdan con mucha precisión las Memorias de Helmut Kohl. Mitterrand fue uno de los primeros y más firmes adversarios de la reunificación alemana. Libre, reunificada y unida, Alemania comenzó su reinserción en la más alta diplomacia mundial, en detrimento de una Francia menos influyente.
DEMAGOGIA FRANCO-ALEMANA
La puesta en práctica y posterior traición de los programas electorales de Chirac y Schroeder aceleró el proceso de resquebrajamiento y ruptura del antiguo “eje” mal parado. La demagogia política franco-alemana hundió la versión original del Pacto de estabilidad y crecimiento, que había sido concebido por Alemania para imponer su propia disciplina a países como España.
A la indisciplina presupuestaria franco-alemana siguió un largo rosario de malentendidos, divergencias, ambiciones y desencuentros franco-alemanes, agravados por la cohabitación, en Francia, entre un presidente conservador (Chirac) y un primer ministro socialista (Lionel Jospin) (1997-2002). El fruto de aquellos años de tensiones, divergencias y traiciones de diversa especie fue el Tratado de Niza (2000), que instalaba a España en el grupo de los siete grandes, confirmaba a Alemania como líder absoluto y relegaba a Francia a un inconfesable segundo puesto.
Sin embargo, la proliferación de demagogias nacionales (franco-alemanas), las reticencias inglesas, la sucesión de ampliaciones, aceleraron la agravación sin solución de varias crisis superpuestas. La crisis institucional se arrastraba desde año atrás y se fingió exorcizarla con un nuevo Tratado de Roma (II) (2004) que preveía la adaptación de un proyecto de Tratado constitucional europeo. La falta de liderazgo alemán y el penoso declive francés precipitaron la crisis que todavía mantiene empantanado el antiguo proyecto de construcción política de Europa.
NUEVAS AMENAZAS FRANCESAS
La elección de Angela Merkel como canciller de Alemania, el otoño del 2005, confirmó la defunción del antiguo “eje”. Merkel y Chirac tienen visiones distintas de las relaciones trasatlánticas y el diálogo con la Europa del Este. Desde su llegada al poder, la canciller no ha conseguido articular ni una sola gran iniciativa común con el presidente francés.
Por su parte, el presidente Chirac, cediendo a sus tradicionales tentaciones demagógicas, creyó que un referéndum europeo podría salvar su hundida credibilidad personal. Y la convocatoria de ese referéndum, el 29 de mayo del 2005, sumió a la UE en una de las más imprevisibles crisis de su historia. ¿Qué podía o puede hacer Alemania con una Francia caída de hinojos ante las cenizas de su historia..?
Está por ver como influirá en el futuro de la UE la sucesión a la cabeza del Estado francés. Ségolène Royal, socialista, y François Bayrou, centrista, proponen convocar un nuevo referéndum francés sobre Europa, en unas condiciones que debieran negociarse, si es que el resto de los miembros de la Unión lo consideran oportuno. Nicolas Sarkozy, conservador, propone la aprobación francesa, a través de un voto parlamentario, de un proyecto de Tratado constitucional europeo “ligeramente reducido”. Está por ver como reaccionaría el resto de Europa ante tal proyecto, presentado como un “mal menor”.
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