Imprescindibles para sobrevivir
¿Cómo no volver a la obra de un hombre de espada que fue el primero de los poetas de su tiempo, enemigo de todo pudor y santidad? A su lado, el desterrado perdido entre varias guerras civiles. Y la correspondencia íntima de una apasionada historia de amor proscrito…
● Poesía completa, de Guillermo de Aquitania. Edición de Luis Alberto de Cuenca. Renacimiento.
Once poemas legendarios e indispensables en la biblioteca de cualquiera que se interese por los negocios poéticos. Por muchas razones. Es la obra del primero de los poetas europeos conocidos, en lengua vulgar, occitano-provenzal. Porque ese poeta fue un personaje muy fuera de lo común. Hombre de espada, mujeriego, libertino, cruzado, “enemigo de todo pudor y santidad”, etc. Queda en suspenso la vieja historia de las relaciones entre la poesía arábigo andaluza y la poesía provenzal, sobre la que ya se pronunciaron los más altos maestros de la filología española del siglo XX, de don Ramón (Menéndez Pidal) a don Emilio (García Gómez). Volveré sobre este libro. Pero, de entrada, he vuelto a releer las traducciones de Luis Alberto de Cuenca, que tienen su propio encanto: el de un poeta que traduce con libertad y respeto un texto canónico, dejando su propia huella verbal en una obra mayor, misteriosa, encantadora. Guillermo de Aquitania hubiese necesitado de un John Huston para contar la historia de su vida; si no verdadera cuando menos imaginaria.
● La capital de las ruinas, de Samuel Beckett, traducción de Miguel Martínez-Lage. Ediciones La uÑa RoTa, colección Libros Robados.
Pequeña joya de un genio todavía desconocido, quizá indispensable para comprender la raíz última de su plegaria sin fin por el fin de nuestra civilización. Antes de ser Beckett, Beckett tuvo otras vidas. Incluso fue un desterrado al volante de una ambulancia, en St-Lô (Francia), llevando y trayendo víctimas de una guerra atroz. El güisqui, alguna señora, Joyce, Irlanda, el puesto de los irlandeses en una Irlanda víctima de sus demonios, el inglés de un irlandés en el destierro, los escombros de dos guerras civiles de los pueblos europeos (Eugeni d’Ors pensaba que todas las guerras entre europeos son guerras civiles), terminarían por alumbrar el Beckett genuinamente Beckett. La capital de las ruinas ilumina de manera muy pura esa obra, digna del Antiguo Testamento.
CP
● La flamme et la cendre, correspondencia de Paul Valéry y Catherine Pozzi. Edición de Lawrence Joseph. Gallimard.
Valéry fue el autor del Cementerio marino y uno de los poetas más grandes del siglo XX europeo. ¿Era imprescindible recordarlo? Sospecho. Catherine Pozzi no fue una mujer muy bella. Quienes la conocieron la describen como una “jolie laide”. El poeta y la señora fueron amantes. Algo así como ocho largos años. El grueso de su correspondencia se perdió en el fuego de comprensibles censuras. Lo que pudo salvarse de las cenizas de aquella apasionada historia de amor (doscientas cartas de ella; un centenar del poeta) ya da una idea muy feliz de lo que pudo ser el fragor amoroso de la pareja. Ella quizá fue más íntegra y honrada en su pasión. El Maestro se debía su obra, sus poemas, sus relaciones, su versatilidad, su ¿desencanto? Si es que las huellas del amor pueden perderse, en lo más secreto de la piel y la memoria.
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