Mrs. Kelly, Crimen perfecto, by Sir AH
Grace Kelly: “Hitchcock me lo enseñó todo sobre el cine. Gracias a él comprendí que las escenas de amor deben filmarse como escenas de muerte; y las escenas de muerte como escenas de amor…”
UNA PRINCESA DE MUY DISTINTOS REINOS ENCANTADOS
La vida de Grace Kelly, Grace de Mónaco, todavía está por escribir. Pero la exposición Les années Grace Kelly, en el Forum Grimaldi de Mónaco, abre perspectivas inéditas, para intentar comprender como nace y se hace una estrella, una princesa.
La exposición, comisariada con exquisita sensibilidad por Fréderic Mitterrand, reconstruye una vida legendaria, desvelando algunos misterios. Todavía quedan muchas páginas por escribir sobre la vida íntima de Grace, antes de conocer al príncipe Rainiero, el gran reconstructor de un diminuto reino que él salvó de la ruina económica.
En el origen último del mito se encuentra una sólida familia patricia, en la Costa este de los EE.UU., que ofreció a Grace los cimientos muy sólidos de una educación muy selecta, una formación deportiva de muy alto nivel, un gusto pronunciado por las más diversas artes del vivir. Su madre ya fue un modelo de altísimo nivel. La joven Grace llegó a Nueva York pertrechada con armas indispensables: un cuerpo cultivado con el primor debido a las plantas de interior y el rigor de los grandes deportistas consagrados a la competición permanente.
Bella y atractiva modelo, en Nueva York, Grace Nelly desembarcó en la California del Sur más que naturalmente. Su talento y gracia natural pudieron crecer y ramificarse de manera majestuosa, gracias al gran arte de la fotografía, que de inmediato sedujeron a Hollywood. Esa parte tan esencial de su vida le dio su definitiva dimensión internacional. Cuando Paris Match organizó el primer encuentro entre Rainiero y Grace Kelly, ella ya era una gran princesa del arte cinematográfico, una luminosa estrella internacional. La heroína bien carnal de un cuento de hadas bien real.
Rainiero estaba liberándose definitivamente de los armadores griegos que habían soñado con apropiarse de Mónaco. La boda Grace – Rainiero marcó un jalón decisivo en la balbuciente gestación del mito. La iconografía que siguió, a través de millares y millares de imágenes, permite seguir el rastro material de la antigua princesa de la moda neoyorquina, la princesa de los cuentos de terror y de hadas contados por Hitchcock, para convertirse de la manera más natural en princesa de un reino encantado, en el corazón de una legendaria Costa Azul.
La correspondencia privada entre la princesa Grace, Hichcock y Capra, entre otros, permite reconstruir la relación bien estrecha entre ambos universos de sueño, ficción y humanos encantamientos. Y basta con dejarse arrastrar por las imágenes de viejos noticiarios para advertir que la gracia soberana de la princesa Grace había podido florecer y ganar su atractivo final gracias, precisamente, al rigor de una deportista de alto nivel, dando a sus movimientos, en un baile de máscaras, la gracia aérea de los seres de ilusión.
Instalada en el trono de su reino encantado, Grace de Mónaco tuvo muchas otras vidas. Madre, mujer de mundo, princesa, también, de un reino que también tiene realidad histórica y su esposo estaba reconstruyendo, gracias a ella, precisamente. Rainiero devolvió a su patria el orgullo de una cierta independencia y palmaria prosperidad. Grace supo poner su gracia natural al servicio de causas bien reales y materiales, hasta que la tragedia truncó su vida, para instalarla en los campos elíseos de la leyenda.
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