«Enelcafédelajuventudperdida», 30 nov. 07. Foto JPQ
Azorín, Baroja y Patrick Modiano perdidos en la misma ciudad de la niebla. Uauuuuuuuu…
Raúl Maícas Pallarés me anuncia el envío del número de la revista Turia consagrado a Patrick Modiano, con trabajos de Juan Manuel Bonet, José Carlos Llop, Miguel Sánchez Ostiz, Justo Navarro, Marcos Ordóñez, Juan Pedro Quiñonero, María Fasce, José Giménez Corbatón, Pablo Pérez Rubio, Manuel Arranz y Juan Antonio Tello, entre otros.
Por mi parte, publico en ese número una cosa hablando de la cartografía de la incertidumbre parisina donde se cruzan los pasos y las sobras de Azorín, Baroja y Modiano. Este es mi texto:
LA CIUDAD DE LAS SOMBRAS ERRANTES
Los personajes reales, históricos y familiares de Patrick Modiano viven, dudan, deambulan, sufren y esperan en vano el fin de su agonía, perdidos por las mismas calles y refugiados muy provisionalmente en los mismos domicilios que sus personajes de ficción.
La minuciosa geografía donde viven en cuarentena sus personajes imaginarios se confunde, muy a menudo, con la cartografía de París, la Seine-et-Marne, Niza, algunas ciudades imaginarias, y ciertas estaciones de invierno de los Alpes franceses, en la frontera suiza. Más allá de algunos barrios de París, personajes reales e imaginarios parecen condenados al destierro. Unos y otros vuelven a París para ocultarse o deambular por las mismas calles, demorándose en las mismas habitaciones encantadas por las sombras e invisibles huellas de unos ausentes, perdidos también ellos en los mismos parajes.
Con frecuencia, esa superposición de ilusión y realidad en la misma y bien real escenografía urbana hila un tejido novelesco, una arquitectura moral, espiritual, que también habla de las metamorfosis de la ciudad, confiriendo a los personajes reales e imaginarios una genealogía común, trabando las fábulas y la historia en un escenario que ilumina el tormento de las almas en pena con las luces y sombras del dédalo urbano, tan cambiante y sujeto a metamorfosis como el corazón humano. Una adolescente vive de paso en un apartamento prestado por un ausente, metro Porte de Vanves. Y, errando sin rumbo por unas calles que el narrador conoce con precisión, la joven descubre en un café a los personajes que matan y comercian con caballos en los mataderos de la rue Vaugirard: el ruido de los cascos sobre los adoquines, hacia el alba, evoca el ruido de botas negras de personajes que buscan a otros personajes sin rostro ¿para matarlos?, ¿para conducirlos hasta paraderos desconocidos, sin retorno?, hacia el alba, igualmente, durante la Ocupación. La iglesia del lugar, consagrada a Saint-Antoine-de-Padoue, recuerda la proximidad de una bien real oficina de objetos perdidos, donde se depositan y buscan (¿se encuentran?) cosas perdidas, rastros, huellas, de seres descarriados, cuando no conducidos al matadero.
Esa cartografía del dolor y el destierro está minuciosamente anotada y fechada rigurosamente. El padre del narrador que camina por las calles por donde se perdió el personaje de Dora Bruder, persiguiendo los rastros bien precisos de las huellas de un ser imaginario, vivió en el mismo apartamento que ya estuvo ocupado en 1942 por el padre de Modiano; en el mismo número del quai Conti donde vivió un año antes el escritor Maurice Sachs, detenido y desde allí conducido a la prisión de Fresnes, antesala de los campos de Compiègne y Dachau. El narrador de Un cirque passe encontrará y dará refugio a una desconocida en esa misma dirección, deshabitada en circunstancias muy familiares para el niño y adolescente Patrick Modiano. La amiga y cómplice del narrador imaginario hará una confesión que ya atormentó a Sachs y Modiano padre ¿e hijo?: J’ai peur de me réveiller en prison… El miedo y la angustia de los personajes reales e imaginarios se prolonga y prolifera indefinidamente, en la misma ciudad, las mismas calles, los mismos edificios, incluso las mismas habitaciones y ventanas: … il se faisait un silence, le même sans doute que mon père avait connu les soirs de l’Occupation derrière la même fenêtre.
La angustia, el miedo y el destierro quizá sean universales. El París de Baudelaire, el San Petesburgo de Dostoievski, la Praga de Kafka, el condado faulkneriano de Yoknapatawpha, el Astillero de Onetti, son infiernos cosmopolitas. En el París de Modiano, los vivos, los muertos, las sombras, los fantasmas, los seres humanos y los seres de ilusión se cruzan en los mismos lugares.
En el Café Tournon donde yo suelo tomar café, un personaje de Modiano se cruza con el novelista Chester Himes acompañado de dos señoras. En ese mismo lugar se suicidó bebiendo un novelista austriaco muy admirado de Modiano, Joseph Roth, frente al hotel restaurante (hoy desaparecido) frecuentado por Baroja, Ramón Gómez de la Serna y Corpus Barga, donde don Pío comenzó a escribir Camino de perfección, en una esquina evocada una y otra vez por Manuel Machado, Faulkner y Julio Cortazar, a dos pasos de la más famosa de las residencias parisinas de Scott y Zelda Fitzgerald, inmortalizada en un comic consagrado a otro de los grandes maestros de la novela policíaca parisina, Léo Malet.
El azar de esa proximidad topográfica entre Baroja, Modiano, y sus personajes biográficos e imaginarios, vuelve a repetirse en otras ocasiones. Baroja comenzó a escribir Camino de perfección a cien o doscientos metros de una residencia parisina del poeta Clèment Marrot, rue Tournon, frente al último hotel de Joseph Roth, detalle larga y minuciosamente evocado por Modiano. Muchos años después, por unas fechas igualmente importantes para el padre de Patrick Modiano (1938) (sobre las que el Modiano novelista volverá de manera obsesiva), Baroja se instala en un hotel de la rue Clèment Marrot, precisamente.
Confundidos los tiempos y las cronologías, solo la rue Tournon separa el hotel de Baroja ─cuando comenzaba a escribir Camino de perfección─ del café donde Modiano sitúa a Chester Himes y reconstruye la agonía de Joseph Roth. Solo la avenida de los Campos Elíseos separa el hotel donde Baroja comienza a imaginar los personajes no del todo imaginarios de El Hotel del Cisne (la novela donde yo rastreaba la huella de un Baroja ¿surrealista? o ¿“surrealista”?) del hotel donde Modiano sitúa la perdición de alguno de sus personajes femeninos (Des inconnues), cuyo vagabundeo errante por ese barrio, en las inmediaciones del “triángulo de oro”, coincide geográficamente con el de don Pío colaborador de La Nación bonaerense: un barrio de “ricos” donde naufragan seres sin rumbo, desterrados, apátridas, a la espera de un tren, un billete, una carta, un pasaporte, una cita que les permita desaparecer en la oscuridad final. Tema muy próximo al del Hotel del Cisne de Baroja, cuyas alucinaciones oníricas, ¿surrealistas?, echan sus raíces en el insomnio, perseguido por los amenazantes ruidos nocturnos de un hotel moderno, situado en una calle tan próxima al naufragio final de la heroína de Modiano.
Esa tierra baldía de los pasajes que conducen hasta las fuentes bautismales de algunas pesadillas barojianas se encuentra en las estribaciones de la encrucijada geográfica donde florece todo el universo de Modiano: la Place de l’Étoile, título de su primera novela y lugar emblemático, indisociable del París de Azorín, que debuta como corresponsal de guerra en el difunto Hôtel Majestic, antiguo Palacio de Castilla, frente al Raphael (tan crucial para las mitologías de Jünger y Modiano), tan próximo a esa plaza y a la rue de Tilsitt, donde Azorín tuvo otro domicilio, en la prolongación de la rue de Presbourg, donde Modiano recuerda que se encontraban las oficinas y despachos de un personaje célebre, asesinado a tiros en una cuneta de la madrileña carretera de Burgos, en la muy inmediata posguerra mundial, para pagar con su vida unos negocios crapulosos que, por momentos, Modiano parece sospechar ¿similares? a los de su propio padre, en una calle próxima.
Azorín, el padre de Modiano, una heroína y varios personajes reales e imaginarios de Patrick Modiano, se cruzan en un pañuelo geográfico, entre l’Étoile y las calles de Tilsitt, de Presbourg, Lord Byron, Balzac, Washington y de Berri, tan próximas a la geografía del París del Baroja colaborador de La Nación, narrador en primera persona de novelas crepusculares (Susana), tan próximas al universo de seres condenados al desarraigo del mismo Modiano, que echa raíces en esa galería de espejos: la place de la Estrella nombra al mismo tiempo un lugar geográfico (la tierra de nadie donde se cruzan personajes reales e imaginarios) y el lugar del cuerpo humano, a la altura del corazón, donde la estrella amarillo mostaza denuncia a quienes la llevan colgada en su pecho, condenados al matadero.
La geografía íntima también nombra una geografía histórica. Corresponsal de guerra, muchos años antes de vivir desterrado en la rue de Tilsitt, Azorín habla de un París bombardeado instalado en el Majestic, en cuyos sótanos también torturaban franceses por cuenta de la Gestapo, como no pueden olvidar Modiano y Georges Simenon. Y fueron anarquistas españoles quienes detuvieron en ese mismo hotel al comandante militar de París, en 1945, tan cerca de la rue Lauriston, indisociable del París de Jünger y los crímenes de los gestapistas franceses, sobre quienes Modiano vuelve una y otra vez.
El Estado, por su parte, no confunde los tiempos y las cronologías y puso a la venta el Majestic (antiguo Palacio de Castilla, residencia de la reina de España, en el destierro, donde Isabel II recibe a Galdós y tantos otros desterrados españoles) la primavera del 2007. Para el Estado español, se trata de una huella palmaria de sonambulismo y destierro, a tachar, ignorar, enterrar para siempre en la tumba del olvido. Para el Estado francés, se trata de una huella ominosa: mudo testigo inquietante del hundimiento de una cierta Francia, el verano de 1940; en sus sótanos torturaban gestapistas alemanes y franceses. La precisión topográfica de los relatos de Modiano, la geografía urbana de Modiano, Baroja y Azorín, confundiéndose accidentalmente, en París, habla de doloridas sombras y fantasmas, persiguiéndonos y pidiéndonos socorro, a la atormentada espera del Juicio final.
- Dans le cafè de la jeunesse perdue, Modiano. Una juventud perdida y…
- Referencia indispensable: Le réseau Modiano.
Joaquin says
A lo peor no viene a cuento (o sí…). Acaba de aparecer la nueva encíclica del Papa Benedicto XVI, Spe salvi (Salvados en la esperanza), que habla bellamente de todas estas cosas, de la desesperanza… Una pequeña nota de su segundo parágrafo:
Marie says
La bella cita de Joaquin es de obligada lectura para los lectores de este Infierno con profunda fe catalana: a poco que encuentren un San Pablo dispuesto a convencer o excomulgar a los infieles…
maty says
JJG Noblejas anotó hace dos días sobre ello.
Scriptor.org Encíclica de Benedicto XVI, «Spe Salvi»: ¿Qué puedo hacer para que surja la estrella de la esperanza?
Pero ¿qué hacemos aquellos que carecemos de fe? Pensar por nosotros mismos, picando un poco de todo y después realizar nuestra propia síntesis.
Anda que no disfrutaríamos y aprenderíamos si pudiésemos leer en una bitácora una discusión en abierto entre Ratzinger, Habermas y otros grandes intelectuales. O leer las reflexiones de Navarro Valls sobre todo lo experimentado y aprendido durante sus largos años al lado de Wojtyla.
Joaquin says
Maty, con sinceridad, yo invito a leer esta última encíclica incluso a los que os confesáis no creyentes.
maty says
Hombre, a comienzos de los noventa leí la gran encíclica de Juan Pablo II que revisaba la Rerum Novarum. Precisamente de ella nace mi convicción/lema de que la persona es lo primero. Sobre ella he escrito en el pasado, básicamente en la bitácora de mi querido JJG Noblejas. Buenas discusiones tuvimos al respecto de los embriones. Yo siempre respeto la erudición y la inteligencia cuando las encuentro, pues escasean en mi entorno tarraconense y en la blogosfera (salvo en mis sumarios RSS).
maty says
Mi Siglo Entierro de un pequeño ojo azul por José Julio Perlado
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Revista Espectáculo nº 38 (UCM) Entrevista a José Julio Perlado