No puedo.
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Yo, que tantas necrológicas he escrito en mi vida, no puedo sentarme y escribir su necrológica, el día de su muerte.
Copio las notas apresuradas que escribí en un cuaderno al conocer la noticia…
Bianciotti… huyendo de Argentina, intentó instalarse en Italia y España, pero no lo quisieron. Y él prefirió seguir huyendo.
En Barcelona, coincidimos en un invento pagado por una señora brasileña que por aquellos años cambiaba de amantes como quien cambia de chaqueta.
Ya en París, encontró el amor, el respeto y la consideración: y quienes lo ignoraron en Barcelona y Madrid comenzaron a descubrirlo. Su primera novela premiada en francés no había encontrado editor en castellano.
Él llevo a Borges a La Pléiade. En reconocimiento, Borges quiso tenerlo a su lado, el día de su muerte.
Fue un gran novelista que pudo ser escritor argentino, italiano o español. A vista del rechazo de sus distintas patrias de imposible adopción, escribió y se hizo famoso en francés
La crítica literaria española lo ignoró durante más de treinta años: el Nouvel Obs y Le Monde le abrieron sus puertas, donde ganó fama de gran lector.
París le dio los premios, el reconocimiento y la nacionalidad que no pudo encontrar en Madrid ni Barcelona, donde tampoco encontró el amor.
Del amor también conoció la tragedia: la muerte que se transmite con el amor haciendo el amor en brazos de la persona amada.
Guardaba de esos amores muertos las reliquias de algunas fotografías, en una repisa de su piso de la calle Meslay, vecino de un gran pintor mexicano.
Su hogar de treinta o cuarenta años. Un piso de alquiler en una calle de mayoristas de zapatos, en un barrio inhospitalario, mestizo, a dos pasos de una calle prostibularia. De alquiler, hasta la muerte.
Mientras seguíamos el montaje de Lluìs Pasquall de Luces de bohemia, en el Odeón, le pregunté: “¿Crees que los franceses pueden entender a Valle-Inclán?”. “No”, respondió, lacónico, él, que si conocía los bajos mundos madrileños.
Nos vimos por última vez hace años. Él, gran señor, acompañaba a Jacqueline de Romilly; y yo vagaba perdido en un cóctel de gente bien.
Lo recuerdo altivo, elegante, falsamente, distante, sufriente, errante en una suerte de festejo catalanista, donde Claude Lévi-Strauss, homenajeado, insistió en que él estaba contra los nacionalismos, origen último de dos grandes guerras civiles entre europeos.
Hace meses, algún amigo me dijo que iba muy mal, mal, muy mal: no reconocía a su último amor.
Lo recuerdo del brazo de Jacqueline de Romilly, si, alejándose de aquella copa donde había otros vivos y otros muertos Castellet, Herralde, Bonet, Porcel, Valls, Boffill…
¿París? ¿? Foto ¿? SIPA
–Héctor Bianciotti, premio Femina.
–Solo las lágrimas te serán contadas.
–El paso lento del amor.
–Bianciotti, le liseur s’en est allé.
–Hector Bianciotti par lui-même.
- Escritores y Personajes en este Infierno.
Sani says
No me sale a mi tampoco casi nada sino darte las gracias por escribir este retrato tan sentido.
Asociaba su nombre al Nouvel Obs… pero no a que fuera el responsable de lograr que Borges fuera publicado en Pléiade y todo lo demás…
Lo sabes casi todo de casi todos los grandes. Gracias por compartir tu saber.
Nunca uno sólo compartió tanto con tantos ;-9
Cúidate. Y anímate!
JP Quiñonero says
Sani,
Ahhhh… que moltíssimamente (sic) generoso eres… Si. La muerte de Bianciotti me entristeció un poco, o un mucho, según se mire. Graciassssssssssssss
Q.-
Jesús says
Con perdón a la bestreta por la autocita, vicio censurable: Jacqueline de Romilly. Solo esta frase:
vale por un relato. Gracias por la evocación.
PD: Con explicable curiosidad, ¿quién era el «gran pintor mexicano» vecino?
JP Quiñonero says
Jesús,
Uauuuuuuuuuuuuuuuuu… más allá de mis incontables gratitudes, qué de coincidencias…
Recuerdas a Jacqueline de Romilly… ¡hablando de Tucídides..! Cuando Atenas es hoy víctima de algo parecido a la peste con la que concluyó una página de la historia de la ciudad…
Y me preguntas por «el gran pintor mexicano», sospecho que estando tu por su tierra… era Juan Soriano, un genio primordial. Entre ambos Octavio Paz, que iba y venía de uno a otro piso. El de Soriano, grande y muy soleado. El de Bianciotti, muucho más modesto y pasablemente oscuro, limpísimo y cuidado como el primor de los solitarios y altivos en soledad,
Q.-