Prado del Rey, ¿? 1975. Foto ¿Antonio Couto..? Solzhenitsyn y el Gulag, en Madrid y INFORMACIONES y una década prodigiosa.
Cada cual intenta combatir la crisis a su manera.
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En algunos casos, la cirugía laboral se está consumando con innecesario cinismo, cuya raíz última, para mi sensibilidad, es un proceso de sabotaje de todos los principios morales que comenzó durante las postrimerías de la Transición, cuando aparecieron medios que pronto pasaron a controlar todos los resortes empresariales, políticos, económicos y culturales que les permitían ejercer el monopolio de la moral en nombre de la moral, a geometría variable, al servicio de los intereses de la casa y los altos ejecutivos de la casa.
Aquel sabotaje de la moral culmina con la convicción de que los hombres, los profesionales, los periodistas, son cosas que se compran, se usan y se tiran, a los 53 años.
“Érase una vez…”
“… fue Luis Arraiz quién fundó el diario El Pueblo de Caína, llamado a convertirse muy pronto en el buque insignia de la orquesta filantrópica que interpretó, con tanto éxito, las grandes partituras del repertorio cesarista.
Luis Arraiz padre había dirigido sucesivamente Arriba (en la inmediatísima posguerra) y, durante quince largos años, el vespertino Pueblo, portavoz oficial de la parodia de sindicato único promovido durante la tiranía, desde donde orquestó incontables campañas de propaganda cainita. En aquel diario de mancheta amarillo mostaza, populista y escandaloso (creado como instrumento publicitario, durante los años más negros del régimen autárquico; para convertirse, con el tiempo, en promontorio de lanzamiento de las cantantes folklóricas cuyo destape licencioso -saliendo de la oscuridad de la nada para caer en la miseria del tráfico con rameras trepadoras, con el que comenzó a prosperar el incipiente mercado de sus cuerpos entrados en carnes, fotografiados con lubricidad calculada- anunciaría con estupor el cambio de costumbres con el que debía coincidir la agonía del dictador fofo), en aquel diario de la tarde utilizado por la tiranía para maquillar su rostro tumefacto, fue donde el jovencísimo Luis Arraiz hijo cruzó sus primeros hierros de polemista temible e intrigante sin par. Y desde aquella atalaya lanzó sus primeros guiños de complicidad interesada hacia César Arrigo, cuando la descomposición del régimen nacido de la guerra civil, en su agonía terminal, preludiaba la irrupción en la vida pública de personajes llegados de otros horizontes, con quienes era urgente congraciarse; porque de ellos sería el poder, cuando concluyera una confusa y efímera transición política. De esa primera complicidad surgió la idea de escribir un libro de entrevistas amañadas, para presentar al gran público las líneas generales del proyecto reformista del césar in pectore. Arraiz daría a tal recetario de inevitables lugares comunes los colorines, el barniz y las lentejuelas más a la moda. Cuando el césar triunfante terminó por entrar en la quinta de El Pardo, el rancio tufo a historia cainita que despedían aquellas estancias (cerradas a cal y canto durante varias décadas, tocadas con el perfume hospitalario de los cuerpos amortajados y los secretos de familia de una tiranía decrépita) aconsejaba abrir de par en par todas las puertas y ventanas, y fue Arraiz quién orquestó las primeras faenas de salubridad publicitaria; aunque César y su séquito apenas tardaron unos días en acomodarse a las manchas de humedad y la oscuridad laberíntica que les ofrecía aquel palacete construido para gobernar en soledad, con mucha discreción, donde el césar emergente encontró un personal presto a entrar de inmediato a su servicio incondicional, correteando por los pasillos donde se sucedían innumerables habitaciones vacías (de donde habían desaparecido, de la noche a la mañana, crucifijos, abalorios, fotografías y objetos personales, que los antiguos moradores del lugar -la familia del tirano difunto- se habían llevado consigo, en su huida precipitada; para intentar ocultarse en la oscuridad impenetrable del cementerio del tiempo pasado, como aves nocturnas que solo podían vivir chupando la sangre de las ideas muertas), que César ocupó para sus propios fines. Y el origen tabernario de sus no tan finas artes de la intriga lo indujo a utilizar una suerte de antigua mazmorra policial para construirse una sombría bodeguilla, donde jugaba a las cartas con sus cómplices más íntimos (entre quienes Luis Arraiz ocupó un puesto privilegiado) y recibía a los invitados que él creía más ilustres, con quienes debía discutir los pormenores de las operaciones menos confesables...» Una primavera atroz.
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- El gabinete de la bruja audiovisual, 2.
- El gabinete de la bruja audiovisual.
- Bailables interpretados por la orquesta audiovisual del Estado.
- Solzhenitsyn y el Gulag, en Madrid.
- Con Solzhenitsyn, en Madrid.
- Quiñonero, entre Galdós, Solzhenitsyn y el INFORMACIONES, en Madrid.
- INFORMACIONES y la delincuencia periodística.
- INFORMACIONES y una década prodigiosa.
- Periodismo, Comunicación y Anales de Caína en este Infierno.
J. Moreno says
Quiño ¿Quién es ese personaje que hay entre Solzhenitsyn y tú?
¿Quizás un traductor de ruso?
Desde la barriada de Sants…un abrazo sabatino…..
JP Quiñonero says
J.Moreno,
Ahhh… no recuerdo su nombre -y lo lamento- pero era un conocido y apreciado traductor del ruso.
Por París, frío y grisuras. Avanti..!!
Q.-