Caldetes, 20 agosto 2010. JPQ.
Crítica que leo con emoción y mucha gratitud.
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Graciasss…
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QUIÑONERO REGRESA A CAÍNA
Juan Ángel Juristo
La dama del lago, de Juan Pedro Quiñonero, es la última novela de la Trilogía de Caína, que completa La locura de Lázaro y Una primavera atroz.
Pese a ser un territorio mítico, como la Santa María onettiana o el Macondo de García Marquez, apenas oculta Caína su condición netamente española; paisaje, pues, proclive a la guerra civil y donde históricamente se produjo una quiebra que, atravesando los siglos al modo de una maldición, nos alcanza.
La locura de Lázaro trazó una biografía no autorizada de Camilo José Cela que sirvió para dar un repaso a la vida intelectual de Caína, con nombres reales o apenas disimulados, desde Ana María Matute a Francisco Umbral. Allí la farsa campaba a sus anchas. Pero fue en Una primavera atroz donde la farsa devino tragedia. Ahora, en La dama del lago, la deuda valle-inclanesca, que Quiñonero nunca ha disimulado, goza de carta de soberanía, ya que la guerra civil permanente de Caína adquiere caracteres propios de El ruedo ibérico, obra que el autor siempre tuvo presente a la hora de crear su territorio.
Además, en La dama del lago, Caína de nuevo se convierte en una Waste Land: a la tragedia de la guerra civil se une la especulación inmobiliaria. La gracia y sabiduría de Quiñonero ha sido fijar un territorio históricamente masacrado en sus aspiraciones más genuinas, del que el ladrillo es su manifestación más reciente y, por su alcance económico, más despiadada.
Aguas torrenciales
El tono de la novela es muchas veces elegíaco, como corresponde al aire mítico que sobrelleva un paisaje que se quiere ver en su totalidad no solo geográfica, si no a través de los siglos. El siguiente párrafo es deliberadamente largo, sin puntos, por lo que la cita está cercenada, pero da el tono justo del modo en que Quiñonero aborda la narración: “El padre del hijo de Laura del lago era el único descendiente de una familia desaparecida entre las aguas torrenciales del pantano de Puentes, mucho tiempo atrás, cuando la presa reventó, durante los luctuosos años del hambre, como consecuencia de un accidente o la mala voluntad de varios de los colaboradores del ingeniero de caminos que había terminado aquella obra con amor e ilusión…” Y, así, moroso, el autor va tejiendo una trama de intereses cruzados en la que las causas de ciertas acciones, a veces, hay que buscarlas en el pasado.
Quiñonero ha tratado el tema de la corrupción inmobiliaria insertándolo en una idea global que define a Caína por contraposición a la narrativa realista, donde se inscriben, por ejemplo, Crematorio y En la orilla, de Rafael Chirbes. Y es que el paisaje que retrata Quiñonero es muy concreto, aunque deliberadamente hollado por una busca de ambigüedad que otorga mayor verosimilitud a la trama: la historia de un hombre y una mujer que se enfrentan a unos intereses brutales, estúpidos e implacables, amén de banales, pero por ello mismo destructivos, y donde el único camino de redención es el amor.
Irene says
Um, buen comentario, se agradece, al terminar la novela diré la mía…
JP Quiñonero says
Irene,
Encantado,
Q.-