Alegoría femenina (¿Musa? ¿Sibila?), ca. 1645 – 1655. Propiedad del Meadows Museum de Dallas. Grand Palais, 24 marzo 2015. Foto JPQ.
Palabras muy mayores, decía.
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Alegoría femenina (¿Musa? ¿Sibila?), ca. 1645 – 1655. Propiedad del Meadows Museum de Dallas. Grand Palais, 24 marzo 2015. Foto JPQ.
París se rinde a la suntuosa exposición Velázquez, una de las más grandes que se han organizado nunca fuera de España, gracias a la colaboración del Prado, la Réunion des musées nationaux franceses y el Kuntsthistorisches Museum de Viena.
Desde hace semanas, prensa especializada, prensa escrita, radio y tv consagran portadas, suplementos especiales, emisiones, tertulias y una riada de páginas para glosar desde muchos ángulos las incontables maravillas de una exposición muy fuera de serie.
Guillaume Kientz, conservador del departamento de pinturas del Louvre, comenta de este modo las “principales aportaciones científicas de esta exposición”, consagrada al gran público, sin duda, sin olvidar nunca una dimensión culta y universitaria: “Después de la gran retrospectiva organizada por el Prado y el Metropolitan neoyorquino, en 1989 – 90, el conocimiento de Velázquez y su obra se han enriquecido mucho. No solamente en la comprensión del estilo y la cronología del artista. También se han descubierto obras y nuevas atribuciones, que nos ayudan a “repensar” la obra toda del genio”.
La retrospectiva velazqueña del Grand Palais está dividida en cuatro capítulos.
De entrada, una primera sección está consagrada a la Andalucía del siglo XVII, poniendo en perspectiva la obra del genio con obras que restituyen, en cierta medida, el ambiente artístico de una Sevilla cosmopolita y trasatlántica.
Una segunda sección está consagrada a las facetas “naturalistas” y “picarescas” de un Velázquez que comenzaba a convertirse en un gran maestro de su tiempo, abriendo caminos inexplorados a la pintura universal.
En el tercer capítulo de la exposición se aborda el viaje a Italia, tan central en la obra velazqueña, y la inmensa huella del “diálogo” del genio sevillano con la gran pintura europea de su tiempo. Obra muy mayor, de esta etapa, es una tela mítica, la Venus del espejo, pintura mitológica, sagrada y profana, a un tiempo, que bien merecería una exposición monográfica por sí sola.
La exposición se cierra con la última época de Velazquez, ya consagrado como inmenso pintor de corte. Una representación de primera importancia de la serie de las infantas culmina, quizá, una serie de colosales retratos reales, ejecutados con la maestría definitiva del genio.
Guillaume Kientz razona de este modo ese “viaje” a la obra toda de Velázquez: “Hemos deseado mostrar el diálogo permanente entre las distintas épocas velazqueñas, enriqueciéndose las unas y las otras. Sin olvidar una cuestión central: la cuestión muy debatida de la posible influencia de Caravaggio en Velázquez. Ese “diálogo” directo o indirecto entre dos grandes genios nos habla de uno de los grandes momentos de la pintura de nuestra civilización”.
Otra gran especialista, Véronique Gérard Powel, explica de este modo el “descubrimiento” definitivo de Velázquez: “La apertura al público, el 1819, del Museo Prado, donde se guardaban las colecciones reales, consumó un cambio en el conocimiento europeo de Velázquez. ¿Quienes fueron los primeros visitantes europeos del Prado? Mérimée y Théophile Gautier. Ellos, Baudelaire y Manet, entre otros, insistieron muy pronto en la importancia crucial de Velázquez y Goya, cuyo legado fue percibido, entonces, como una de las fuentes de la modernidad”.
Todo parece sugerir que, finalmente, esta gran exposición está llamada a ser uno de los “faros” de la temporada artística europea, continental, ofreciendo la rara oportunidad de “revisitar” la obra de uno de los grandes genios de la pintura universal, en un París que lleva dos siglos insistiendo en ese descubrimiento, sin cesar comenzado.
Velázquez en París, 3.
Velázquez en París, 2.
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