El seguimiento del pleno del Congreso consagrado al debate – rechazo del Plan Ibarretxe también ilustra con su luz negra los nuevos mecanismos de sabotaje de la lengua, destrucción de la retórica noble y envenenamiento de las conciencias.
Con el pretexto publicitario bien orquestado de “seguir” el pleno, predicadores de distintas confesiones se instalan ante la hoguera pública.
Cada uno o dos minutos, un buldero bien acreditado lanza adjetivos degradantes contra cada personaje a quien se desea ensuciar.
A un ritmo semejante, un respetable predicador salpica con honestos escupitajos cualquier opinión que escape a su cerrazón.
Con ánimo no siempre contemplativo, un coro de suplicantes lanza a un auditorio sonámbulo cubitos de basura en forma de baladronadas, bajonazos, puñaladas y puntillazos contra la cerviz virtual de los personajes ejecutados de manera sumarísima.
La retórica escrita tradicional condena a quienes la usan —-siquiera de manera aproximada—- a vagos intentos de aproximación. La jerigonza que se distribuye a través de la tela de araña universal permite caer mucho más rápido y más bajo en el infierno de la nadería desalmada.
Un insulto soez evita el simulacro de la escucha, impensable el intento de comprensión.
La sentencia obscena exime del diálogo.
¿Imaginar un código deontológico para la comunicación?… “Una pasada”
¿Respetar el derecho a la palabra?… “Corta el rollo, tío”
Consumado el oficio de tinieblas, los más avispados editores pondrán a la venta las naderías desalmadas, orquestadas con el reclamo publicitario de la novedad moderna. España en llamas. Caína.