Una temporada en el infierno

Juan Pedro Quiñonero

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Archives for marzo 2005

Alberto maniobra con sutileza genovesa

marzo 31, 2005 JP Quiñonero 1 Comment

Se le creía “tímido”, “falto de carácter”, “indiferente”, homosexual… En verdad, el príncipe Alberto ha maniobrado con la sutileza de un príncipe florentino o genovés, en la gran tradición de los Grimaldi llegados a Mónaco en el siglo XIII.

Sobre el fantasma real o presumido de su homosexualidad, él resumía el problema de este modo, en su día: “Al principio me hacían reír esos rumores. Luego, mucho menos. Me gustan las mujeres”. ¿A quién le importa hoy la homo o heterosexualidad de un futuro monarca?

En el terreno político, Alberto se ha servido del Consejo de la Corona —-una institución de notables nombrados a dedo por su padre—- para afirmar su nueva condición de Regente, a la espera de suceder al príncipe Rainiero, cuando llegue el momento.

Apoyándose en el Consejo, Alberto deja a Francia —-potencia tutelar—- fuera de juego en el proceso sucesorio. Y reinstala a sus hermanas en la posición familiar secundaria que es la suya, para asumir personalmente un poder casi absoluto, “con fuerza, pasión y convicción”. Lenguaje que deja pocas dudas sobre su determinación política personal.

—

PS. Se ofrecen clases particulares sobre las instituciones del principado de Mónaco, dirigidas en especial a la caníbal e ignorante prensa people. Precios a convenir.

Francia, Mónaco

Rainiero. La gula, horizonte último del erotismo

marzo 31, 2005 JP Quiñonero 2 Comments

Quienes llegaron a tratarlo, afirman que la princesa Grace no consiguió evitar que el príncipe Rainiero se diese a la gula, cuando, desvanecidos los encantos de la pasión, inútiles los elixires artificiales, los placeres de la mesa comenzaron a sustituir los placeres del lecho.

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Erotismo, Mónaco

Rainiero y la Resistencia de los pequeños Estados

marzo 30, 2005 JP Quiñonero 3 Comments

Tras varios siglos de sorda rapacidad franco-italiana, en 1944, el general De Gaulle confesaba a un militar de segundo grado que no hubiera desdeñado la anexión de Mónaco, caído de hinojos en las cenizas de la Segunda guerra mundial.

Cuando Rainiero asumió la jefatura de su diminuto Estado, entre 1949 y 1950, un periodista neoyorquino describía Mónaco de este modo: Estado en la agonía, comunidad agonizante de generales jubilados, jugadores sin envergadura y gatos errantes.

Muy pocos años más tarde, Aristóteles Onassis controlaba la Société des Bains de Mer, que había sido, desde 1863, la primera fuente de ingresos del Estado, sin infraestructuras, sin ingresos con futuro, maniatado a una leyenda caduca.

Rainiero restauró la credibilidad e independencia del diminuto reino ligado al destino de su familia, desde el siglo XIII. Mónaco ingresó en la ONU en 1993, y ese reconocimiento internacional había sido precedido por el ingreso en la Unesco, la Oms, la Uit y la Omi. El otoño pasado ingresó en el Consejo de Europa. Mónaco tiene embajadas de Estado en Francia, España, Alemania, Bélgica, Italia, Holanda, Suiza y el Vaticano. Durante el último medio siglo, Mónaco ha preservado lo esencial de su leyenda, se ha consolidado como un paraíso fiscal (criticado severamente por la OCDE), se ha convertido en un punto de referencia en la nueva geografía del lujo, los servicios y la “ingeniería” (¿?) financiera.

Los devaneos personales de las princesas Carolina y Estefanía han ocultado parcialmente esa fabulosa aventura protagonizada por su padre. El canibalismo canalla de la prensa rosa salpica con su basura infecta una historia que tiene algo de épico: la historia de un diminuto Estado que aspira a liderar las maniobras disuasivas de otros minúsculos Estados (Andorra, San Marino, Liechtenstein, Islandia, Luxemburgo, Malta y San Marino) en busca de respuestas propias contra la rapacidad de sus poderosos vecinos. Algunos optimistas frenéticos, como ciertos nacionalistas de Montenegro, piensan que “el siglo XXI será el de los pequeños Estados”. No me atrevería yo a ir tan lejos. Pero si me merece mucho respeto la obra de un hombre cuya agonía alimenta el canibalismo audiovisual más frenético y desalmado.

Estado, Mónaco

Juegos y Lujuria tras el lecho de Rainiero

marzo 30, 2005 JP Quiñonero 4 Comments

La piedad filial ante el patriarca postrado entre la vida y la muerte, la pavorosa inquietud ante la ascensión imperial del “no” francés a Europa y las medidas del presidente Chirac contra la poligamia dan a la vida nocturna de Monte Carlo la alegría de una sala de juegos informáticos, decorada con mucho talento en un parque temático consagrado a glorias difuntas.

Confiado en el consejo de un boy de mi hotel, me disfrazo de “hombre de mundo”, convencido que la oscurísima sala de Zebra’s me permitirá cenar con mucha discreción, a la espera del frenesí y las locas noches de la juventud dorada de la Costa. A 25 euros la copa de champagne rosado, mantengo el tipo distrayéndome con unos spaguettis al basilisco. Pero, ya pasada la media noche, en la pista de baile solo se contonean como pueden un par de jubilatas acompañados de jovencísimas rubias platino que no son ni sus nietas ni sus enfermeras, aunque pudieran serlo.

En la sala de máquinas tragaperras del Café de París -el recinto proleta situado frente al hotel del mismo nombre, que dio noches de leyenda a Monte Carlo, cuando había príncipes rusos- una moza madurita (“¿señora o señorita?”… “cielo, que cosas dices”) me asegura que ella conoce un juego en el que siempre se gana. Al precio que están los servicios en el principado, pongo cara de jugador de poker, como si tuviese cita con una de las atléticas coristas del espectáculo Spirit of the Dance del Gran Casino, hacia donde me dirijo confiado en que diez euros sean suficientes para conseguir una corbata. Esperanza fallida. A esas horas de la madrugada, hay que desembolsar 50 euros por un peine o una corbata. En la ruleta, la astuta racanería de las parejas de recién casados es poco lujuriosa; y, para los hombres de mundo como yo, es muy difícil competir con una banda de ancianos y señoras maduras cubiertas de bisutería. Cuando me miro de reojo en los espejos, mi porte me parece juvenil, libertino, a la luz de los claroscuros de la mascarilla de la única mujer que pulula sola por los parajes, mademoiselle D*, que debió ser una mujer muy bella, y sonríe con prudencia, para mantener el tipo y el difícil equilibrio de los colores, albo, rosa, púrpura, azabache, de una mascarilla que miedo me da pensar que surcos cubre, iluminada con el polvo áureo de este Casino que conoció otros días de esplendor y de gloria.

Instantánea (s), Mónaco, Personal

Rainiero, Don Quijote y los Gazpachos Manchegos

marzo 29, 2005 JP Quiñonero 6 Comments

En Monte Carlo, amanece un día gris, con nubes bajas que velan un sol tímido, oculto tras el albo esplendor del horizonte marino.

Descartada la piscina de agua templada, el aire libre, mis vecinas, frau Goldmisth y su novia, se obstinan en comentar en un francés que roza lo incomprensible los horrores de la prensa audiovisual de Estado, en Francia, cuyas brumas sobre la agonía del príncipe Rainiero han provocado en Mónaco una reacción de amarga de profunda tristeza: Se trata de algo innoble, vergonzoso, canalla.

El príncipe Alberto ha dirigido una carta de protesta a France Televisión, denunciando con mucho pudor el canibalismo audiovisual, servido con los platos combinados del día, ofreciendo un menú miserable a base de “chistes” y “caricaturas” de tres hijos a la cabecera de un padre moribundo.

Espoleada por su novia, que ya conoce el color de las sábanas de las mejores suites de los hoteles más caros, frau Goldsmith me pregunta si puede creer en los encantos que hoy evoca Le Figaro para glosar la geografía y gastronomía de Castilla y Albacete, siguiendo la ruta de don Quijote. Mi vecina -de una glotonería infantil que no consigue saciar su novia, algo más joven- me pide que le “traduzca” y explique en qué consisten platos como “pisto manchego” y “migas”, que los colegas del Figaro describen como “delicias quijotescas”. Le explico a frau Goldsmisth que mis rudimentos de francés, inglés y alemán son harto insuficientes para acceder a sus deseos, que no puedo satisfacer, yo tampoco. Para complicar las tareas íntimas de la novia de mi vecina, le digo que, en verdad, a los manjares descritos con entusiasmo por Le Figaro sería imprescindible añadir otros, mucho más “recios” y “viriles”. Ante mi elocuencia, que ella interpreta muy a su manera, frau Goldsmisth le dice a su novia -en un alemán que consigo entender, mal que bien- que, tras el desayuno, irán a preguntar al chef del Louis XV, el restaurante del Hôtel de Paris, su cantina preferida, si sería posible prepararles un menú a base de gazpachos manchegos.

Mónaco, Personal

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