Carácter heteróclito del voto favorable al proyecto de Tratado constitucional europeo: ciudadanos de las diversas convicciones, para quienes Europa continúa siendo una esperanza y un proyecto de bienestar solidario; socialistas jacobinos (Borrel); conservadores tradicionales (Iñigo Mendez de Vigo); nacionalistas europeistas (Pujol); obreros rurales de regiones pobres (Extremadura); obreros calificados de grandes capitales (Barcelona); profesiones liberales muy variadas (arquitectos, ingenieros, economistas); jubilados que recuerdan con pavor la España franquista; estudiantes jóvenes y bien pensantes, positivistas.
Entre esos votantes los hay con fuertes convicciones europeas (Pujol, Mendez de Vigo, Borrel), pero partidarios de modelo políticos diferentes; y votantes que confiesan su desconocimiento del proyecto de Tratado, pero confían en que las elites europeas saben hacia donde desean caminar.
Carácter mucho más variopinto de voto contrario al proyecto de Tratado constitucional: nacionalistas vascos y catalanes que contemplan con reserva la Europa de los Estados, poco sensible —-a su juicio—- a la Europa de los pueblos y culturas; partidarios del intervensionismo económico socializante, que consideran la UE como ultra liberal; libre cambistas que consideran con horror una UE que denuncian como un monstruo burocrático.
Entre ese arco iris de adversarios de la UE las diferencias de criterio suelen tener un tono agrio, duro, feroz.
Las diferencias de fondo sobre Europa y la UE se doblan de otras diferencias de carácter tradicionalmente cainita: ¿cómo olvidar las diferencias concepciones de Estado, ilustrando con crueldad visiones enfrentadas sobre la historia, la realidad y el futuro mismo de España?