Mi vecina rue de Seine -Marie Laure de Souza, Galerie d’Art, Paris-Berlin-New York-, me invita al último de sus vernissages, donde muestra la obra “última” de una de sus pupilas, una joven alta y desgarbada, rubia ultra oxigenada, que me presenta sus “joyas”: guijarros que ella ha cogido “personalmente” en la playa de Deauville, y ha pintarrajeado de colorines chillones. “A tres mil euros la pieza, lo tengo todo vendido”, me asegura Marie Laure. La creo.
Con el correo de la mañana, me llega la invitación para una venta pública destacada a toda página por Le Monde, la semana que viene. Rémi Ader y David Nordmann subastan “bolas de nieve”, entre otras chucherías.
Tirando papeles, encuentro una portada del New Yorker (15 julio 95) que me parece la mejor ilustración de la caída en curso en el oscuro pozo sin fondo de la nadería insignificante; y decido utilizarla para ilustrar esta entrada. Sotheby’s venderá muy pronto “joyas” de bakelita, numeradas en Disneylandia: “bolas de nieve” donde King Kong conquetea con la Victoria de Samotracia. Adorno y Broch denunciaron muy pronto los horrores de kitsch: sospecho un abismo mucho más negro, vacío, desalmado e insondable.
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