Hablar durante 35 o 40 minutos del IX Homenaje a Velázquez de Ramón Gaya, en la Pedrera, ante un público atento y comprensivo, me hizo ayer profundamente feliz. Por el lugar, por Ramón, por Gaudí, y por una comunión que viene de lejos: siendo niño, mi madre ya me llevaba a visitar esa casa, que algo tiene de gruta donde el visitante infantil puede iniciarse a los misterios del arte y la construcción de una Cataluña mitológica.