Leo con algún retraso este artículo de Ramón Jiménez Madrid, publicado en La Opinión [Murcia, 6 de octubre 2006]:
QUIÑONERO Y LA VIDA LITERARIA
Ramón Jiménez Madrid
Puede gustar o no, pero la obra del totanero Juan Pedro Quiñonero, aunque parisino desde hace muchas calendas, tiene miga y fuerza. Tras haberse pasado mucho tiempo con una escritura narrativa basada en el experimentalismo y en la vanguardia léase mi libro Novelistas murcianos actuales, en la Academia Alfonso X El Sabio parece que se decantó hacia el ensayo informal, creativo, poco académico, transitando hacia las zonas noventayochistas, tal como expliqué en un ensayo en la revista Quimera.
Pero una tercera fase a falta de un estudio definitivo parece que lo ha lanzado de nuevo en la narrativa con dos novelas casi seguidas en donde se inclina hacia los símbolos de la patria y donde aborda, sobre todo en la que ahora analizamos, La locura de Lázaro (Renacimiento / Espuela de Plata), una problemática figura llamada Celia Jiruña Carón (CJC) que consiguió en su día el Premio Nobel de Literatura por obras tan celebradas como La almadraba, que apunta inevitablemente hacia La colmena, aparte de otras varias composiciones y menciones que van encaminadas en la misma dirección.
Los primero que ha de dilucidad el lector de La locura de Lázaro es si el autor trata de una novela real o de ficción, si ha seguido en cercanía la vida de Camilo José Cela de la que no sería sino un guión que ya estaba escrito o si ha procurado centrarse imaginativamente en la consecución de un alma femenina, de una escritora, enredada, como el gallego, en el hipócrita mercado de las vanidades literarias, en el reducido conjunto de las intrigas artísticas, en ese universo de grueso calado en donde salen a relucir personajes auténticamente reales como Gerardo Diego, Azorín, Baroja, Dámaso Alonso, Rafael Conte y otros tantos que han sido disimulados bajo nombres aproximados, junto a otros varios que no pertenecen al recinto de lo verdadero cual suele ser habitual en los mundos de ficción.
Aunque caben muchas interpretaciones, por tratarse de una obra abierta, podríamos preguntarnos si se trata de un ajuste de cuentas con un escritor que le copió la estructura de Oficio de tinieblas en Escritos de VN y Ruinas o simplemente se persigue un afán paródico.
¿Se ha de considerar todo un ataque frontal a la línea de flotación de la sagrada vaca literaria o se trata de un recurso de humor del totanero, alguien que le da la vuelta a la tortilla y, transformando el género, modificando el sexo, nos cuenta la historia completa, el proceso humano o deshumanizado de un famoso escritor que ha obtenido, a base de peleas, soberbio y orgullo, todas las glorias humanas y divinas, alguien que ha dado lugar a espectáculos y bochornos culturales?
Por mucho que quiera, el lector no consigue apartar de su lectura el recuerdo de Cela en su Caína (trasunto de España y de sus complejos históricos), por tanto no puede dejar de crecer en su interior la personalidad de Celia, esa figura que se difumina y apaga en muchos tramos, como si todo lo que se cuenta se relacionara con ella, tuviera que ver con su mundo, pero en donde ella no participa sino para dirigir los destinos, lograr los propósitos, y conseguir las mercedes que deseaba, en especial esa glorificación de su persona oronda y obesa a través de amistades con los encumbrados, a base de revistas minoritarias y herméticas como Papeles de Caína (remedo de Son Armadans) que se han de leer en revistas americanas.
Se impone la ambición desordenada de quien mantuvo largos problemas familiares salen a relucir las diferencias con su hija en pleito por un cuadro de Miró, los conflictos con el sexo, las relaciones políticas (se alude a la condición de censor franquista, en su juventud) y otras cuestiones que nos hacen pensar que Quiñonero no pretende esquivar lo que se mencionaba a media voz, tampoco evitar la polémica de una obra rica en lenguaje, con numerosos retornos a la manera de Proust, con pliegues y revueltas y obsesiones con ataque frontal a las posiciones privilegiadas del mito.
Autor fuerte, duro, intelectual, complejo, difícil, metaliterario, culturalista, Juan Pedro Quiñonero no tiene reparo ahora en seducir desde otros ángulos, acaso más conflictivos y originales.
Una impresión rápida, sin entrar en el fondo: no me gusta el redactado de la crítica. A un crítico literario se le ha de exigir mejor calidad de redactado, máxime si cobra por ello. En fin, a pesar de la evidencia de que RJM conoce la obra de JPQ, no dedicó demasiado tiempo y esfuerzo en la anotación periodística.
¡Matyyyyyyyyyyyyyyyyyy…!
Eres Muy Injusto.
Espero que Ramón Jiménez Madrid no lea tu insolente comentario. De lo contrario, quedaríamos Muy Mal.
Q.-
No creo que sea para nada injusto. Yo no critico escritos anteriores de RJM, que desconozco, sólo el presente. Tiempo atrás también critiqué un pésimo artículo de Baltasar Porcel en La Vanguardia, aparecido meses atrás.
En ningún caso debe tomarse como algo personal. También, te critiqué a tí por la no excelencia en el 100% de las páginas de «Retrato del artista en el destierro», simplemente porque creo que mejoraría con su revisión, acercándose a la maestría de «De la inexistencia de España». Aún con todo, está muy por encima de lo que se publica, pero no es suficiente, al menos para mí.
Un ejemplo, días atrás subí la nueva versión del navegador web K-MeleonCCF Nauscópico 0.05.6.5, el cual tenía algún pequeño error, que detecté a posteriori. Ayer estuve de pelea con él y lo subí nuevamente, en otra revisión todavía no pública, la cual es, a mi parecer, el mejor navegador web en el entorno windows, el más rápido, el más seguro, el que incorpora de serie más funcionalidades útiles para el bitacoreo (está a punto de aparecer Firefox 2, y muchas de sus «mejoras» hace tiempo que están implementadas en mi versión nauscópica).
Cuando anoto sobre los capítulos de «De la inexistencia de España» tengo muy presente la calidad de tu texto, por lo que procuro ser extremadamente cuidadoso con el propio, con mejor o peor fortuna (teniendo en cuenta que no soy escritor). Por eso fui muy duro con los correctores de «Retrato del artista en el destierro», ya que era evidente que es un gran libro, por lo que merecía una corrección a la altura, no tan desastrosa (de ahí lo de fusilar al amanecer a sus responsables).
También mis comentarios suelen carecer de un redactado sólido, pero es que están escritos sin revisar, a toda velocidad, y con la mente ya un tanto abotorgada; ahora bien, las anotaciones procuro que gocen de un buen redactado, rectificando, puliendo inumerables veces.
Lo dicho, Quiño, no tuvo un buen día. Desconozco las circunstancias, tanto da, el resultado final desentona, con mucho, de tus escritos.
El libro, no lo he leído, por lo que no puedo pronunciarme. Si llega el caso, diré mi verdad, favorable o contraria, porque ante todo está mi credibilidad e independencia. Tal vez yerre, pero nunca de modo intencionado, que es lo que importa.
También Camilo José Cela escribió… un libro pésimo, en cuyo título está la palabra Arizona. Es muy difícil brillar siempre, lo importante es el conjunto de la obra, que en el caso de RJM desconozco.
Maty,
Con la misma franqueza te diré que tu comentrio me parece Injusto e Impertinente.
Q.-
Impertinencia sería entrar sobre el fondo, al no haber leído el libro.
Injusto, extrapolar mi comentario al resto de lo escrito por RJM.
Otra cosa bien distinta es discrepar del estilo, y enunciarlo públicamente. ¿Acaso los críticos no pueden ser a su vez criticados?
Reconozco que me excedí: «no dedicó demasiado tiempo y esfuerzo», mas esa fue mi primera impresión. Tras su relectura, me resulta evidente que el texto está trabajado, pero sigue sin convencerme, de engancharme.
Juan y Maty, a ver si llegamos a una síntesis sobre la «crítica». Aporto lo siguiente:
elpostologo.blogspot.com/2006/10/una-minora-de-uno.html