El mal conocimiento de la lengua, la desertización moral, la ignorancia, el uso y abuso de las palabras, a través de los medios de incomunicación de masas, están modificando con fines políticos interesados el uso periodístico y coloquial de “guerra sucia”.
En español / castellano, guerra sucia comenzó a utilizarse en Argentina para designar al régimen de violencia indiscriminada, persecuciones, represión ilegal, tortura sistematizada, desaparición forzada de personas, manipulación de la información y terrorismo de Estado.
Está bien documentada la introducción y uso en España de la misma acepción de guerra sucia, indisociable de la historia política reciente.
Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramon definen guerra sucia de este modo, en su indispensable Diccionario del español actual: “Lucha que se hace con procedimientos ilegales”. Y la documentan con una cita de Vázquez Montalbán, Mis almuerzos con gente importante, 1984:
Los obispos no están muy de acuerdo con la guerra sucia.
Los obispos que se callen.
Cita que, si no recuerdo mal, remite a los GAL, su “gestión” política y la percepción de los obispos, la elite gobernante y Vázquez Montalbán de la guerra sucia, justamente.
En la historia de las culturas españolas, hay muchos otros giros verbales más castizos para hablar del asesinato y la maldad política. Véase Las muertes del Rey Don Pedro, del Canciller López de Ayala. La lectura no hace daño: ni siquiera a los asesinos, sus propagandistas y maquilladores periodísticos.
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