Alan Riding comenta con razón en el New York Times que la cultura y las artes se perciben invisibles en la campaña de las próximas elecciones presidenciales francesas (22 abril, 6 de mayo), a pesar de los 3.800 millones de dólares con los que el Estado subvenciona todo tipo de festividades. ¿Cuántos millones de euros serían necesarios para que la incultura fuese menos visible en Caína..?
Es tradicional lamentar con piadosa hipocresía que la cultura francesa “ya no es lo que fue”. ¡Cómo si alguien pudiera ser hoy lo que fue ayer y será mañana! Se trata de una realidad menos palmaria de lo aparente: ni lo visible y aparente ayer era lo verdaderamente importante; ni lo invisible hoy tiene siempre menos importancia.
La paradoja cainita es muy semejante:
En lo más hondo de la dictadura, Dionisio Ridruejo y Carles Riba eran capaces de alimentar un diálogo castellano-catalán de fondo, que hoy no interesa a los avispados políticos y traficantes con mercancías averiadas que negocian con tales problemas, cuando no viven de comerciar con el odio.
La proliferación de incontables actividades subvencionadas no consigue ocultar la más palmaria miseria cultural, maquillada con los colorines fluorescentes de las onerosas campañas publicitarias, empresariales, con las que se visten los desnudos santos de la más zafia incultura, creciente y dominante.
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