Un estudio de Andrea Noferini, de la universidad de Florencia, me recuerda que están por estudiar las relaciones entre la prosperidad, la financiación europea de nuestro progreso material, y la prolongación indefinida de seculares obsesiones cainitas: el progreso material no evita las manías homicidas de Caín.
Quiero recordar que fue en una cumbre de Dublín (¿1985?) cuando la UE decidió conceder a España un estatuto de país poco desarrollado y necesitado de las subvenciones europeas. Fue cosa de Javier Elorza, embajador, y Felipe González, primer ministro. Y de la generosidad de Helmut Kohl.
Recuerdo con precisión mi oposición intelectual al crecimiento y la modernización subvencionados con impuestos pagados por alemanes, franceses e ingleses (quienes, iluso de mí, olvidaba voluntariamente, también fueron subvencionados por los contribuyentes estadounidenses en la inmediata posguerra). Defendía entonces (¿lo defendería ahora con el mismo vigor?) la necesidad de fundar la prosperidad en el trabajo, el esfuerzo, el dinamismo y la imaginación propias. Siguiendo el norte de un artículo mío, Aznar denunció el comportamiento “pedigüeño” de González.
Años más tarde, el verano de 1997 (con motivo de aquellas desastrosas elecciones anticipadas convocadas por Chirac, para su triste suerte), pronuncié una conferencia, en Madrid, preguntándome, de pasada, quien se atrevería a anunciar a los españoles el fin de las subvenciones europeas. Miguel Boyer vino a saludarme y comentar que, en definitiva, España podía perfectamente prescindir de las ayudas europeas
Entre 1989 y 2006 España ha recibido 98.000 millones de euros de ayudas comunitarias (UE), pagadas masivamente por los contribuyentes alemanes, franceses e ingleses, esencialmente. El 51% de tales ayudas se invirtió en infraestructuras, el 32% fueron inversiones en capital humano, el 17% en ayudas a empresas. Muy groseramente, los españoles han recibido unos 6.000 millones anuales de euros desde 1986.
Los cambios materiales son evidentes. Intelectualmente, sigue molestándome esa dependencia y prosperidad parcialmente pagadas con dinero ajeno. Supongo que los españoles han trabajado mucho. Supongo que sus gobiernos (González, Aznar, sustancialmente; Zapatero solo se benefició de una riqueza que otros habían creado por él) han trabajado con eficacia. Pero esos 98.000 euros, cifra sustancial, fueron pagados por alemanes, franceses e ingleses, para que los españoles construyesen lo que deseaban construir.
Nuestra nueva riqueza material NO ha evitado que las seculares rencillas cainitas hayan seguido su tortuoso curso. Nobody’s perfect.
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