En su día, me refugié en el fragor de la guerra política electoral para evitar la polución de los Airs de Paris, la exposición del Centro Pompidou. Libre, al fin, de aquella pesadilla, me dejo caer por esa “refinería convertida en museo” (Tintín dixit: Tintín, Hergé y el arte contemporáneo), intrigado por el arte alquímico de convertir el polvo en oro, el aire en dinero.
Y uno de los más genuinos ready-mades de Duchamp hace irónica realidad mis más negras sospechas. Allí está el Aire de París:
Air de Paris, 1919/1964. Verre et bois, 14,5 x 8,5 x 8,5 cm. Centre Pompidou, Musée national d’art moderne, Paris. Achat 1986 – AM 1986-296.
Hace años me hubiese divertido, maravillado, entusiasmado. Hoy me entristece tal dispendio con dinero público: La refinería y las vanguardias difuntas.
Por puro masoquismo, enumero la lista completa de los artistas y presuntos artistas presentes y pagados con dinero cantante y sonante. Entre ellos, hay de todo, de la genialidad a los cadáveres ambulantes. Qué cada cual reconozca a los suyos, por orden alfabético: Adel Abdessemed, Saâdane Afif, Olivier Babin, Maja Bajevic, Pierre Bismut, Michel Blazy, Zoulikha Bouabdellah, Louise Bourgeois, Alain Bublex, Daniel Buren, Stéphane Calais, Sophie Calle, Mircea Cantor, Claude Closky, François Curlet, Thomas Demand, Marcelline Delbecq, Marcel Duchamp, Richard Fauguet, Gérard Gasiorowski, Liam Gillick, Nan Goldin, Dominique Gonzalez-Foerster, Loris Gréaud, Raymond Hains, Thomas Hirschhorn, Carsten Höller, Pierre Huyghe, Fabrice Haber, Koo Jeong-A, Valérie Jouve, Vincent Lamouroux, Bertrand Lavier, Guillaume Leblon, Ange Leccia, Rainier Lericolais, M/M (Paris), Chris Marker, Gordon Matta-Clark, Mathieu Mercier, Jean-Luc Moulène, Valérie Mréjen, Melik Ohanian, On Kawara, Gabriel Orozco, Philippe Parreno, Jean-Claude Planchet, Anri Sala, Wilhelm Sasnal, Anne-Marie Schneider, Franck Scurti, Bruno Serralongue, Hiroshi Sugimoto, Djamel Tatah, Rirkrit Tiravanija, Tatiana Trouvé, Xavier Veilhan, Jacques Villeglé, Huang Yong Ping.
El año que estuve en París se acababa de celebrar en el Centre Pompidou una retrospectiva de Francis Bacon (el catálogo estaba agotado). El recorrido por esa factoría me causó una auténtica «depre». Algo así como un síndrome de Stendhal pero a la inversa.
Si, el Centro siempre me ha parecido una obra arquitectónica sin alma, un diseño producido desde la más absoluta frialdad; un intento de asombrar, con el uso de la técnica arquitectónica. Lo único que me resultaba grato, y aún me resulta, es el recuerdo de la explanada exterior, donde si bulle la vida. Tenía más que ver con un decorado futurista de Metrópolis que con lo que uno espera de un Centro de muestra de arte. Pero debo añadir que en general, toda la exhibición de arte en París me parece artificial, exenta de realidad vital, si se puede decir así, animada por la misma concepción monumental de la ciudad: e incluyo el Louvre.
Joaquín, Luis,
Joaquín… la ventaja de la cosa periodística es que te (me) permite evitar las colas y visitar la factoría sin agobios (es una forma de hablar). Lo de Bacon lo recuerdo como algo importante: quiero recordar que había alguna crucifixión, tan próxima a una crucifixión picassiana.
Luis… Ramón Gaya decía exactamente lo mismo casi con las mismas palabras sobre la artificialidad parisina: es un fruto podrido de la burocracia cultural… en cuanto escapas a esos artificiosos trayectos para turistas (encantados con ese barniz artificial) la ciudad tiene otros encantos, que son muchos, para mi, al menos,
Q.-
Coincido que Paris es una ciudad encantadora, Q, pero encanto detrás de ese decorado de avenidas con perspectiva que empiezan iían y acaban en monumentos instalados para ser vistos- Me encanta París pese a su monumentalidad, tan de mal gusto…
Luis,
La verdad es que a mi no me disgustan los monumentos, aunque eso solo sea una parte de la ciudad. Seguiremos sufriendo, pues,
Q.-
No son los monumentos los que me disgustan, Q., sino esa situación que toma cada avenida para conseguir unja perspectiva en la que el inicio y el final de la vista son, por ejemplo L’Etoile y La Concorde. La destrucción de París durante el XIX rompió con un residuo de vieja ciudad y se vinculó a la modernidad de los Hausman, por poner un ejemplo. Parece como si esa ciudad, como una col, hubiera nacido repentinamente. Pero no son los monumentos sino lo que los entrelaza, lo que me causa un cierto «repelús».
Luis,
Bueno… en realidad esa perspectiva ha tardado en hacerse algo así como ocho o nueve siglos: y una sucesión de reyes, generales, presidentes, arquitectos, etc., etc., etc., construyendo París. París es un poco más grande. De hecho, la perspectiva que comienza en el Louvre, sigue con la Concorde, Campos Elíseos, etc., culmina provisionalmente con el Arca de la Defensa… que es un barrio pura y sencillamente manhataniano, por decir algo. Luego hay barrios y barrios y barrios, que son físicamente otra cosa. Hay una cita de alguien diciendo, más o menos, que el corazón de una ciudad cambia más rápido que el corazón de los humanos… el París de Celine, el de Proust, el de Prevert, el de Balzac, el de VHugo, el de JGreen, son muy muy diferentes… ¡y ellos ya se quejaban que París no era lo que era!…
Q.-