Ludivine Sagnier en el Molière de LT. Wild Bunch Distribution
Con motivo del estreno carpetovetónico del Molière de Laurent Tirard, Julio me pide que le cuente algo sobre el genio. Hay faenas mucho más duras y penosas.
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VAGABUNDEO LIBERTINO
Jean-Baptiste Poquelin, Molière, es uno de los patriarcas fundadores y ángeles de la guardia de Francia y la lengua francesa: el “espíritu” francés es indisociable de su gracia, su genio, que comienza por ser un genio del arte de escribir comedias, para convertirse, con el tiempo, en uno de los cimientos de una forma particular de entender el mundo, las relaciones entre los hombres libres, compartiendo el pan y la palabra en algunas instituciones comunes.
Molière pudo ser muchas cosas: comerciante y proveedor de la Corte, como su familia; abogado, como presagiaban sus estudios; hombre de Corte, muy cerca del actual palacio del Elíseo; dramaturgo de la estirpe más severa, como fue su primer deseo; autor de relatos licenciosos, como podían presagiar su vida y sus adversarios. También fue un poco todo eso. Pero su genio se manifestó de manera definitiva como autor de comedias de enredo moralista o filosófico.
Educado en un colegio elitista, el actual Liceo Louis Le Grand, cercano a la Montaña de Sainte-Geneviève, tan decisiva en la historia de París, su familia, educación y relaciones pudieron instalarlo muy pronto en las antesalas de la Corte. Pero prefirió embarcarse en una vida de farándula, con un éxito sencillamente nulo, lejos de la capital, vagabundeando por una Francia profunda donde los cómicos de la legua no podían enriquecerse con facilidad.
SEÑORITAS Y VICIOS
Su talento como actor y hombre de empresa, al frente de su propia compañía, le permitió, sin embargo, reconquistar los favores reales, que le dieron tanta fama, dinero y enemigos, prestos a denunciar al joven libertino que terminaría casándose con una mujer veintitantos años más joven. Y la habilidad familiar del hijo de un antiguo proveedor del Rey le permitió navegar con brío y talento por las procelosas aguas del teatro de corte: riéndose a carcajadas de los cortesanos, los trepadores, los envidiosos, los hipócritas, y la temible fauna que anhelaba devorarlo.
Es fama que Molière agonizaba durante su última representación de El enfermo imaginario. El público comprendió que el actor no estaba representando su papel más célebre: agonizaba en escena, con el brío magistral de los grandes maestros. Aunque murió en su lecho, horas más tarde, rodeado de amigos, público, gente de iglesia y de corte venida a contemplar la muerte del hombre cuya frivolidad magistral tocaba la lengua de sus comedias con el aura de una patria común.
Los tartufos de Molière son universales por ser humana y provincianamente franceses. Como la pedantería de sus señoras y señoritas filósofas remendonas. Como sus avaros y pillerías de pícaro condenado a medrar en los aledaños de la Corte. Ese hombre solo, que inventa un arte nuevo de escribir comedias, en su lengua, denuncia todos los vicios de su patria, para hacer más hondos los cimientos de su pueblo natal, bien enraizado en la tierra inmaterial de la lengua.
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