Con el pie en el estribo, rumbo a Madrid, donde me espera… recuerdo haber sido el único memorialista interesado por la fugaz historia de seducción, sexo y poder entre Picasso y CJC, en la misma geografía mítica, justamente, de la Provenza y Vauvenargues, La Sainte-Victoire, Vauvenargues, Cézanne, Picasso y otros misterios gloriosos.
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Picasso,acompañadodeJeanCoteauyLuisMiguelDomiguin, en la plaza de toros de Arles, por los años de su encuentro con mi CJC.
CJC, digo… mi Celia Jiruña Carón, cuya biografía íntima reconstruyo, muy parcialmente, en La locura de Lázaro, cuyo capítulo 91 se titula, justamente:
Picasso seduce, viola y profana a CJC
Picasso la cortejaba, en cierta medida, con un tacto tan delicado, que Celia todavía tardó en comprender que tales confesiones (o la manera con que su autor accedía a mostrarle, en apariencia, la representación gráfica de algunos de sus secretos; callando, ocultando, velando, las metamorfosis que conducían hasta el umbral de aquellas iluminaciones, semejantes a diminutos prodigios directamente caídos del cielo, como briznas de ángeles descarriados en el infierno terrenal) formaban parte de la puesta en escena de un sacrificio humano: y ella había sido escogida como víctima propiciatoria…
… La copita de anís con la que había comenzado la ceremonia, con su brindis festivo, invitaba a la familiaridad de los comulgantes, intercambiando confesiones y secretos que harían más gozosa la unión, preparando los cuerpos, a través de la comunión de las almas, encantadas, en el umbral de los misterios que se disponían a celebrar. Cuando la sucesión de revelaciones, confidencias, secretos e intimidades terminó por embriagar a Celia, creyendo que había entrado en un territorio inaccesible al resto de los mortales, Picasso la instaló al trasluz de una ventana y le pidió que le mostrase sus pechos, desnudos, porque deseaba pintarla. La sonrisa con que Picasso acompañó su orden desvelaba una nueva máscara, caída, del mismo personaje, imperioso, presto a la ejecución, contemplando la turbación con que su víctima desabotonaba su blusa de seda inmaculada, con la impaciencia de un cirujano que debe confirmar una intuición clínica. Cuando Celia se disponía a desprenderse de su collar de perlas, para que fuese completa, total, la desnudez de su torso, altivo, orgulloso, desafiante, a pesar de su confusión, Picasso murmuró que la prefería con el collar al cuello, iluminando los arreboles de su piel, a la luz lechosa del atardecer. Picasso hizo sucesivos bocetos de varios detalles, antes de acometer su figura de medio cuerpo, desnuda. La nuca, ligerísimamente inclinada, hacía más pura la línea que se perdía con un gesto en el horizonte de sus hombros, firmes y alados. Los contornos frutales de sus pechos poseían una gracia carnal, inmaculada; mientras se dibujaba una burla imperceptible en la crueldad gratuita con que Picasso se detenía en un ligerísimo defecto de sus dientes, subrayado con el mismo trazo juguetón con que había dado brillo a unas perlas convertidas en motivo floral de una virgen coronada con pétalos de jazmín. Burlón y satisfecho, Picasso le enseñó a Celia el último de sus bocetos, desinteresado por las carnes desnudas de su modelo, confiándole, unos instantes, el espejo deformado de la imagen que debía inmortalizarla. Celia reconoció su regazo en unas líneas cuya límpida trama poseía una sencillez olímpica que no era suya, si no celeste: contemplando su talle, Picasso trazaba líneas purísimas que parecían aproximarse a los primeros movimientos de la vida, alzándose, virginal, hasta poner en pie la figura entera de un alma humana. Pero la sinceridad cruel con que había dejado implacable huella de un defecto, en su dentadura, también revelaba un poder maléfico de destrucción y profanación de las almas desterradas del paraíso. Aquel hombre jugaba con el misterio de la creación, y podía profanar la imagen de un crucificado que se entrega en sacrificio. Horrorizada, ante la indiferencia feroz con que Picasso había mancillado su rostro, con una burla inocente, semidesnuda, todavía, Celia cogió y rompió en muchos pedazos aquel trozo de papel, para intentar destruir, con sus manos, cualquier rastro del hechizo consumado contra su espíritu.
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- CJC recibe la noticia del Nobel en el lecho amoroso.
- CJC y CJC, en Caína y la historia de las literaturas.
DorayelMinotauro,gravadohoypropiedaddelEstadofrancés, tras la subasta de la herencia Dora Maar, que guardó esa obra hasta su muerte.
- Escritores y Libros en este Infierno.
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