Los colegas me pidieron una historia humana.
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Les conté en primera persona la historia de Ali Akbar…
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AA, rue de Seine / rue Buci, 28 junio 2009. Foto JPQ. Ali Akbar, un gran vendedor de periódicos.
… Hace treinta y cinco años, descubrí que el color de mi piel no era el buen color para pasearse por Saint-Germain-des-Prés. En los bares, no me dejaban entrar o me echaban. Las señoras bien se agarraban a su bolso en cuanto me veían…
Yo tenía diecinueve o veinte años, había nacido en Pakistán, no sabía ni una palabra de francés. No tenía dónde caerme muerto. No conocía a nadie. Y mis padres me habían llamado Alí Akbar, porque pensaban que Alí el Grande era el nombre que me correspondía.
Los primeros meses fueron muy duros. No tenía ni perro que me ladrase. Desembarqué por casualidad en la puerta de la antigua redacción del semanario Charlie Hebdo. Y allí me topé con Cavadá y el profesor Choron. ¡Ellos me salvaron…!
Yo dormía entonces debajo del puente de Saint-Michel. Choron me enseñó algunas palabras en francés. Las justas para vender Charlie Hebdo, que era un semanario muy crítico. Me daban unos ejemplares. Y yo debía anunciarlos a gritos, como los antiguos vendedores de prensa, en el Barrio Latino de París.
Así aprendí mi primer francés. Y me gustó la vida del vendedor de periódicos callejero en el Barrio Latino. Alguien me dijo que podía también vender Le Monde. Y fue mi segunda oportunidad.
Cuando empecé a vender Le Monde ya sabía bastante francés. Y podía vocear por Saint-Germain las últimas noticias sobre Mitterrand, sobre los diamantes de Giscard. Siempre se me ocurría algún titular propio. Y a la gente le hacían gracia mis chistes sobre la política francesa.
Mitterrand comía o cenaba muy a menudo en Lipp. Siempre me compraba el periódico. Aunque entre mis clientes he tenido tanto gente de izquierdas como gente de derechas. Hoy, por ejemplo, Pierre Moscovici, socialista, o Jean-Louis Debré, de derechas, coinciden en comprarme el periódico.
En el barrio, en Saint-Germain, en la esquina de la rue de Bucci, en Saint-Sulpice, la gente me conoce. Pero vender periódicos sigue siendo difícil. Yo proclamo mis propios titulares, qué se yo… “¡Última catástrofe…! ¡Mi mujer ha vuelto…!”, o “¡Fuga de cerebros…! ¡Johny Hallyday se marcha de Francia…!”. Mis titulares siempre contienen alguna alusión a la actualidad del día.
Lo esencial es estar cerca de la clientela. Tener el periódico en el buen momento. Los primeros ejemplares, en las terrazas de Saint-Germain o Saint-Sulpice. Pero también hay una clientela nocturna. Por ejemplo, Carla Bruni me compraba el periódico, de tiempo en tiempo, antes de casarse con Sarkozy, cuando ella iba Chez Castel. Lo cuento en el libro de mi vida, La Fabulosa historia de un vendedor de periódicos que ha conquistado el mundo. Sophie Marceau me lo compró, con el periódico, y me dijo que le daba una envidia enorme una vida tan aventurera como la mía. Yo, bueno, he conseguido comprarme una casa en mi pueblo, en Pakistán. Pero me siento francés. Aquí llevo ya la mayor parte de mi vida. Y las señoras bien ya no se apartan cuando me ven. Incluso me dan un beso y me compran el periódico. [ .. ] [ABC, 13 junio 2010, ¡Última catástrofe…! ¡Mi mujer ha vuelto!].
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