El político y el corredor de fondo tienen algunas cosas en común.
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Mientras estudia qué se puede o no se puede cambiar en Francia, Manuel Valls, primer ministro, ha comenzado por cambiar la cocina, dietética y menú diario de Matignon, el palacio / residencia oficial del jefe de Gobierno, en legendaria competencia con la cocina y bodegas del Elíseo, el palacio / residencia del jefe del Estado, François Hollande.
Hollande comenzó por “aligerar” la bodega del Elíseo, subastando varios centenares de botellas de grandes vinos, para “renovar” la carta vitícola presidencial. Hace apenas una semana, una ex ministra se vengaba declarando que, en verdad, la cocina del Elíseo es “asquerosa”.
Renovador, a paso de carga, Valls ha comenzado por imponer su nueva doctrina dietética a los cocineros de Matignon: poco pescado, mucha carne roja, pocos pasteles, pan “aligerado” de gluten, por razones de régimen y “alergia”.
Valls no ha llegado a suprimir el vino en muchas comidas, como hizo Sarkozy en el Elíseo. Pero ha impuesto una carta “mucho más ligera”, que cocineros y gastrónomos solo aprecian discretamente. Valls pertenece a una nueva generación de políticos, menos dados a la gula que sus predecesores. Hollande se ha visto forzado a cambiar de guardarropa en dos ocasiones, tras su llegada al Elíseo, víctima de tentaciones no solo culinarias, que le han permitido ganar entre cinco y seis centímetros de barriga. Valls y su segunda esposa, Anne Gravoin -violinista ocasional de Johnny Hallyday, un ancianito rockero-, cuidan de la forma física con el rigor dietético de ciclistas de fondo, con “libertades” poco o nada ortodoxas, en términos puramente culinarios.
Los franceses comen mucho menos pescado que los españoles y los japoneses. Valls, por el contrario, no gusta del pescado. Y, en ese terreno, ha radicalizado sus consignas. Los cocineros del jefe de Gobierno son invitados a privilegiar la carne roja, con muchas legumbres “tratadas de manera imaginativa”. Nada de pastas, tan esenciales en la gastronomía del corredor de fondo.
Sobre el gluten, el pan y la repostería, Valls ha impuesto una doctrina con muy poco margen de maniobra. La gran repostería nacional se dejará para algunas, escogidas y grandes ocasiones. Valls prefiere las ensaladas de frutas a los pasteles. Se trata de una limitación ética y estética, que no le viene de familia. En su familia, era tradicional pasar por una pastelería, tras la misa dominical.
Carla Bruni impuso a Sarkozy (bajito, con mucha tendencia al consumo de chocolate) una dieta muy estricta. Valls vigila personalmente su peso. Y el gluten del pan y la repostería le produce una alergia real o metafórica.
Aparentemente, la viejísima “nueva cocina” de los años sesenta y setenta del siglo pasado vuelve a hacer estragos, en Matignon: repostería reducida al mínimo, porciones más menudas, platos “imaginativos” para una cocina de deportistas de alto nivel, insensibles al vastísimo y copioso recetario de la cocina tradicional. La larga, dura y cruel carrera maratón que conduce de Matignon al Elíseo también pasa por una dieta que solo se abandona a la gula y la lujuria con el rigor marcial de los deportistas de alto nivel.
- Francia, Personajes y Gastronomía en este Infierno.
ABC,8abril 2014.
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