Gallimard, 9 octubre 2008. Foto JPQ.
Le Clézio y una metamorfosis histórica de la cultura francesa.
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Jean-Marie Gustave Le Clézio (Niza, 13 abril 1940) es el más cosmopolita de los escritores franceses, premio Nobel 2008. Su obra y su vida se confunden desde su infancia con un diálogo muy feraz entre lenguas y culturas, europeas, americanas, asiáticas, africanas.
El suyo es un testimonio excepcional para intentar comprender las crisis de angustia social que se suceden en Francia.
–Durante su adolescencia y primera juventud, usted fue un escritor angustiado, mientras Francia vivía con una cierta “alegría” y “despreocupación”, a pesar de las inmensas tragedias de la época. Hoy, usted hace gala de una serenidad olímpica y sabia, mientras Francia sufre ataques de angustia nacional.
-No deja de ser divertida esa manera suya de ver las cosas. Aquella “alegría” de vivir de una Francia donde existía una cierta “douceur de vivre” también era un poco ficticia. Francia sufría una suerte de confianza excesiva. En mi caso, la guerra de Argelia también fue un motivo de angustia profunda. Angustia que compartían muchos franceses. Francia se negaba a enterrar su pasado colonial. De Gaulle deseaba guardar Argelia, para continuar en el Sahara sus experiencias nucleares. El arma nuclear, no solo francesa, y la realidad colonial, también eran motivo de angustia profunda, en una época en la que muchos franceses vivían alejados e indiferentes a la realidad trágica de los pueblos colonizados.
–Su formación cosmopolita le permitió descubrir otros mundos. Francia, por el contrario, vive muy angustiada por viejas heridas sangrantes, abiertas por aquellos años.
-Si. La inmigración es una secuela de las tragedias de aquellos años. Francia comenzó por buscar a los inmigrantes magrebíes, para reconstruir sus ciudades. Antes hubo otras inmigraciones. Pero los italianos, los polacos, los españoles, tenían la piel blanca y eran católicos. La inmigración magrebí, africana, era y es otra cosa. Y Francia decidió enterrar esa nueva inmigración en guetos, que no han dejado de crecer para transformarse en zonas de una fealdad pavorosa, donde es muy difícil vivir con dignidad.
–Guetos inflamables, con estallidos regulares de angustia y violencia social incontrolable.
-El origen de esos guetos de inmigración sufriente viene de muy lejos. Ya había guetos de ese tipo en tiempos de Napoleón III, a mediados y finales del siglo XIX. Pero es cierto que han cobrado un dramatismo particular los últimos años. Y, en parte, los franceses sufren algo parecido a lo que usted llama angustia, por que no desean ver esa realidad dramática, que está ahí, de una fealdad pavorosa, sin igual.
–La vieja Francia rural, conservadora, con pequeños pueblos que vivían de una agricultura local, se ha convertido en una Francia donde los agricultores son minoritarios, donde los antiguos proletarios viven en la periferia de las ciudades, donde los funcionarios son mayoritarios, cuando el 30 o el 35 % de los obreros votan a la extrema derecha.
-Antes que política, la crisis francesa quizá sea cultural. Una gran mayoría de franceses viven con miedo, inquietud, la nueva realidad. Y perciben al “otro”, el extranjero, el inmigrante, como algo peor que un “rival”. La familia Le Pen capitaliza parte de esos miedos. Con un resultado catastrófico.
–Populismos y extremas derechas son un problema europeo.
-Sin duda. Supongo que los distintos populismos y extremas derechas tienen un origen muy semejante. En el caso francés, es una tragedia.
–¿Qué hacer?
-Sarkozy lanzó hace años una idea que me pareció positiva. La “discriminación positiva”. Una manera de intentar ayudar a los franceses de nuevo cuño, para intentar facilitar su integración. Me pareció una idea práctica razonable. En Francia hay franceses de muy distinto origen. La educación y la escuela me parecen la mejor manera de mejorar la calidad de la integración. Pero muchos franceses son hostiles. Hace unos días, si recuerda, la ministra de educación ha sido víctima de una campaña racista. Comenzaron a circular mensajes e “informaciones” diciendo que la ministra, hija de un albañil marroquí, pretendía “imponer” la enseñanza del árabe en las escuelas francesas… Aterrada, la ministra, Najat Valloud-Belkazem, desmintió rápidamente esa información. Me pareció doblemente lamentable. Primero, me parece espantoso que la enseñanza del árabe sea presentada como una “infamia”. Europa debe mucho a la lengua y la cultura árabe. No hay nada infamante en aprender o enseñar esa lengua. Segundo, me pareció igualmente lamentable que la ministra tuviese que “justificar” y desmentir ese tipo de ataques, de una bajeza ignominiosa.
–Es que usted es muy cosmopolita, desde niño. De su madre recibió la lengua y la cultura francesa. De su padre recibió la lengua y la cultura inglesa. ¿No sufrió en su infancia de ese “enfrentamiento”?
-Todo lo contrario. De mi madre recibí el amor y la lengua y la gran literatura francesa. La Francia de mi madre era muy anglófila. Yo nací en 1940. Por aquellos años, Francia vivía una etapa de anglofilia. Los franceses estaban convencidos que los ingleses los ayudarían a combatir el nazismo y el comunismo. De mi padre recibí el amor a la lengua y la cultura inglesa. Otro inmenso patrimonio. Mi padre nos educó con severidad. Pero él había decidido vivir en Francia. Esa dualidad me fue muy útil, abriéndome muy pronto a otros mundos.
–Esa formación lo hizo sensible a otras culturas.
-Quizá. Durante la época de mi servicio militar, la guerra de Argelia tuvo para mi una importancia capital. Mis experiencias posteriores, en Asia y América, me descubrieron la importancia “práctica” de otras culturas. Sin duda, la gran cultura inglesa o francesa me dio el “background” de la gran literatura. Conrad, Proust, todo eso. Pero, a decir verdad, en América y Asia descubrí que los pequeños o grandes pueblos locales podían estar muy “atrasados”, económicamente, pero podían enseñarnos muchas cosas en materia de sensibilidad moral y espiritual.
–Para Antonin Artaud, el descubrimiento de la cultura de los indios tarahumara tuvo la importancia de un viaje iniciático.
-Claro está. Todos podemos aprender leyendo y escuchando la palabra de otros pueblos, que pueden enseñarnos cosas esenciales. Quizá están atrasados en términos económicos y tecnológicos. Pero pueden enseñarnos cosas preciosas con su respeto sagrado por la naturaleza.
–Roza usted la mística y el budismo.
-Budismo… no se. Si he leído a grandes poetas místicos sufíes, como Rhumi.
–Hace años, hablando con Claude Leví-Strauss, le pregunté si hoy escribiría en los mismos términos su legendario ensayo El pensamiento salvaje (1962), haciendo algo parecido a una apología de las culturas y civilizaciones no europeas. Él me respondió que, en nuestro tiempo, son los valores de la civilización europea los que están amenazados.
-No sé si estoy de acuerdo en ese punto con Leví-Strauss. No sé si existe la civilización europea, que es una suerte de patchwork de culturas locales, muy diversas. Esa diversidad milenaria ha sobrevivido a inmensas catástrofes, durante siglos. Esa riqueza de la diversidad cultural me parece una fuerza inmensa. Quizá el último Leví-Strauss era víctima del pesimismo del etnólogo, el antropólogo, que contempla el posible fin de su profesión, cuando se consume algo parecido a la “unificación” del planeta. Las lenguas y culturas locales que viven en lo que nosotros llamamos Europa han sobrevivido a inmensas catástrofes. Las percibo indestructibles.
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Terminado nuestro diálogo telefónico, le dije a Le Clézio que Mercè Rodoreda sentía gran respeto por su obra. Y él me comentó: “Es curioso que usted me diga eso. Rodoreda es una grandísima escritora que ejerció en mi una cierta influencia, a su manera”.
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