Yves Bonnefoy, Goya, España y Caína.
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Con Yves Bonnefoy desaparece el escritor francés más importante del último medio siglo. Poeta, crítico de arte, ensayista, su obra es una síntesis excepcional del gran arte y la poesía europea, en el umbral de una crisis saturnal de nuestra civilización.
Bonnefoy nació en Tours el 24 de junio de 1923, en el seno de una familia muy modesta. Y falleció en París el 1 de julio. Su padre fue obrero en una factoría industrial. Su madre fue maestra. Deja una obra colosal, una treintena de libros de poemas, y más de medio centenar de ensayos, sencillamente indispensables para intentar comprender la crisis cultural de Europa.
Entre los cinco y los siete años, Bonnefoy dijo a sus padres, en varias ocasiones, que deseaba aprender a leer y escribir “para ser poeta”. Pero comenzó estudiando ciencias y matemáticas, disciplinas que ejercieron una influencia mayor en al joven poeta, recién llegado a París, donde conoció a André Breton y llegó a participar temporalmente en las “locuras” de la gran aventura surrealista.
Bonnefoy rompió muy pronto con Breton y la “iglesia” surrealista, reprochando al patriarca y sus “clérigos” (laicos) sus tentaciones “oscurantistas”. Bonnefoy siempre guardó un respeto inmenso por el aldabonazo surrealista, abriendo inmensos campos por roturar. Pero, en su caso, la palabra poética, el Verbo -con mayúscula, el Logos- debía florecer en las fuentes bautismales de la carne, para someterse a una doble “disciplina” del sueño y el rigor retórico.
Como “agitador”, Bonnefoy dirigió colecciones de libros, fue un profesor emérito en varias universidades europeas, y estuvo al frente de un grupo de grandes poetas, André de Bouchet, Louis-René des Forêts, Gaëtan Picon, Michel Leiris, Paul Celan, Jacques Dupin, animadores de una revista legendaria, L’Éphémère (1966 – 1972), de gran importancia en la historia literaria del último medio siglo.
En su primer libro de poemas, Du mouvement et de l’immobilité de Douve, el “personaje”, el “tema, la “iluminación” central, “Douve”, puede ser una mujer, una fuente, un sueño, una alfaguara, un manantial. Y ese manantial está en el origen último de la palabra poética, “vistiendo” y “alumbrando” el mundo con la luz visionaria de sus iluminaciones.
El Bonnefoy poeta es indisociable del crítico de arte y el crítico de la cultura. Bonnefoy ha sido uno de los críticos de arte más importantes de su tiempo, con ensayos de referencia consagrados a Goya (instalado en las fuentes bautismales de la modernidad, con Baudelaire, el primero de los críticos goyescos, por otra parte), Piero della Francesca, Giacometti, Alechinsky, Miró, Tapies, Chillida, Alexandre Hollan, entre un larguísimo etcétera.
Traductor y crítico literario, deja un legado inmenso. Sus traducciones de Shakespeare y Leopardi son obras maestras absolutas. Sus ensayos sobre Rimbaud y Baudelaire (patriarcas de la poesía contemporánea), Paul Celan, William Blake, Ariosto, nos invitan a “pensar” la crisis de la civilización europea a través de los grandes textos que iluminaron nuestras culturas, amenazadas, a su modo de ver. Uno de sus últimos libros, Poesía y fotografía, analiza los orígenes últimos de nuestra civilización de la imagen.
Civilización instalada en el umbral de una crisis saturnal. Las pinturas negras de Goya le permitieron a Bonnefoy evocar esa trágica realidad de una sociedad, una cultura, una civilización, perseguida por las furias y pesadillas de su propia destrucción.
A juicio de Bonnefoy, el siglo XXI pudiera ser el siglo de la “muerte” de la poesía escrita, “enterrada bajo las ruinas y despojos con las que nuestra civilización cubre el mundo natural y las sociedades humanas”. De ahí la importancia, a su modo de ver, de la fotografía y la poesía -el poema en prosa, para ser más exactos-, ya que la preservación de las semillas originales -la palabra, el Verbo, el Logos- y la contemplación lúcida de los estragos de nuestra civilización de imágenes y palabras muertas, podrían ayudarnos a preservar algo esencial sobre nuestros mancillados orígenes. Tarea épica y elegíaca. Defender un mundo amenazado. Contar la historia del mundo ido, para intentar sembrar el mundo que vendrá.
Yves Bonnefoy, Goya, España y Caína.
George Steiner, el ocaso de Europa y el desarraigo de los jóvenes europeos.
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