Rue Hautefeuille, 29 agosto 2016. Foto JPQ. A la altura del lugar donde nació Baudelaire, otro 31 de agosto…
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La exposición Michel Houellebecq: continuar vivo (Palais de Tokyo, hasta el 11 de septiembre) es la primera de la “reorientación” en curso de la política expositiva de los museos nacionales consagrados a la “vanguardia”, cuyos directores han recibido la consigna gubernamental de “hacer cosas rentables, que atraigan al gran público, con polémicas, siempre que se aumenten las visitas”.
Jean de Losy, director del Palais de Tokyo (consagrado desde su última “reconversión” en Centro de arte contemporáneo, el 2002), ha estimado que Houellebecq respondía plenamente a tales criterios; y comenta: “Es un polemista. Le gusta tirar por tierra todos los ídolos”.
Polemista a geometría variable.
Cuando Houellebecq se dirige a un público “agnóstico” y “transgresor”, el novelista declara: “¿Los cristianos? Abortos del coño de María”. Cuando se dirige a un público conservador insiste en otra religión: “El Islam es una religión de cretinos”.
La publicación de la última novela de Houellebecq, Sumisión, coincidió con la matanza terrorista en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo, el 7 de enero 2015. El novelista defiende en ese libro la misma “hipótesis política” que Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional (FN, extrema derecha): “El islam está creciendo, en Francia, gracias al apoyo de la UMP de Sarkozy y el PS de Hollande”. Houellebecq suspendió la campaña de promoción de su sexta y última novela, tras la matanza y las grandes manifestaciones de solidaridad con Charlie Hebdo. Pero tuvo en Marine Le Pen una eficaz agente publicitaria.
Aquella polémica se prolongó mucho meses, ayudando a convertir la novela en un best seller.
El resto de las virtudes presumidas a Houellebecq, para instalarlo en el pedestal de una gran exposición, en un museo público, son menos evidentes.
Jean de Loisy, comisario de la exposición, en el museo que él mismo dirige, estima que Houellebecq es un “caso único” entre los grandes escritores de nuestro tiempo, en materia de “diálogo” entre creación literaria y creación artística. Pudiera tratarse de un amistoso exceso verbal.
Yves Bonnefoy, recientemente fallecido, es el poeta francés más importante del último medio siglo, con mucho. Y uno de los críticos de arte más importantes de su tiempo, que es el nuestro, con ensayos, catálogos y libros consagrados a todos del pilares de la modernidad artística, de Goya a Picasso, de Balthus a Alberto Giacometti, pasando por un interminable etcétera, entre los que se encuentran todos los maestros del arte de nuestro tiempo. Ningún escritor francés ha tenido relaciones más íntimas con el arte contemporáneo, desde Apollinaire, quizá. Sin embargo, Bonnefoy nunca tuvo el honor de una gran exposición en un museo nacional.
Otro tanto ocurre con Patrick Modiano, premio Nobel. Ha escrito guiones de películas célebres, ha consagrado páginas memorables a la fotografía de París. Toda su obra es una suerte de “guión” de cine negro, consagrado a las caras más oscuras y siniestras del París de la Ocupación. Tema y tragedia eminentemente artísticas, con un pequeño inconveniente: una exposición consagrada a su obra y su “reconstrucción” de París devolvería a la cultura francesa una torva y siniestra visión de su misma.
Al frente del Palais de Tokio, Jean de Losy ha preferido montar una expo. menos veraz, ofreciendo sus salas a la obra poética, fotográfica y meramente literaria de Houellebecq, esperando que, en efecto, la “polémica” sea un eficaz atractivo publicitario y mercantil para su museo nacional.
En el terreno estrictamente expositivo, fotográfico, la obra del novelista tiene una gran ventana comercial: Houellebecq es un fotógrafo muy convencional; su obra es la de un turista aficionado que, perdidos los dientes, fotografía sin cesar a su perro, ante paisajes sin duda inolvidables, puestas de sol, amaneceres, montañas bucólicas, escenas de cada día en los escenarios domésticos más convencionales. El fotógrafo Houellebecq está alejadísimo de las corrientes fotográficas que descubren nuevos territorios artísticos o visuales. Su obra, en ese terreno, se instala en la gran estela del conservadurismo estético más convencional.
Conservadurismo estético, en el terreno fotográfico, que coincide con el conservadurismo cultural de buena parte de su obra literaria.
Publicaciones tan diversas como Le Figaro Magazine, Le Monde, Le Point, Liberation o Mediapart, ha presentado a Houellebecq como un arquetipo del “nuevo reaccionario francés”. Calificativo, el de “reaccionario”, que Houellebecq mismo no rechaza y comenta de este modo, con motivo de su exposición en el Palais de Tokio: “Mi padre se enroló en la Resistencia, al principio… en su época, el patriotismo ya estaba un poco de capa caída. ¿Quién cree hoy en el patriotismo? El Frente Nacional de Marine Le Pen finge creer, pero hay mucho de desesperación en su creencia. El resto de los partidos, socialistas o conservadores, han elegido la disolución de Francia en Europa”.
La “disolución de Francia en Europa” es un tema electoral clásico del FN. “Disolución política” que coincide con una cierta “disolución moral”, que la madre del novelista denunció de este modo, poco antes de morir, hace años: “¿Mi hijo? Un cabrón con pintas”. Houellebecq había “pintado” a su propia madre, en alguna de sus novelas, como una “aventurera sexual”.
La “celebración” de Houellebecq, en un museo nacional a la busca y captura de “nuevos públicos”, inaugurando una “nueva política” expositiva, se inscribe en un marco histórico de crisis global de la burocracia cultural francesa, sumisa al poder político de turno, sin una ambición cultural muy precisa, en muchas ocasiones.
Le Monde ha evocado ese problema en un debate presentado a doble página con este titular: “¿Es el debate intelectual francés un campo de ruinas?”. En su día, el historiador inglés Perry Anderson estimaba que Francia se estaba convirtiendo en “un desierto de ideas”.
Jean Clair, historiador del arte, académico, ex director del Centro Pompidou y el Museo Picasso, tiene una visión muy pesimista sobre la evolución de la burocracia artística y mercantilista de nuestro tiempo, y escribe en su reciente y último ensayo, La Part de l’ange: “El arte contemporáneo y buena parte de la industria y el comercio del ramo están consagrados la comercialización pura y simple de la nada”. Agregando: “La museística y el mercado del arte son hoy exactamente lo contrario de lo que en otro tiempo llamamos arte. En otro tiempo, el valor venal de una obra dependía de su calidad. Hoy ocurre lo contrario: el vacío y la nulidad absoluta se cotizan a la alza, un modelo mercantil y expositivo que consagra el valor económico de la nadería”.
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“¿Mi hijo..? ¡Un cabrón con pintas..!”.
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