Dennis Hopper, William Eggleston / Eggleston Artistic Trust.
Un revolucionario. Si es que “revolucionario” tuviese todavía algún significado. ¿Por qué?
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La National Portrait Gallery ya consagró grandes retrospectivas a Richard Avedon, Richard Avedon People, Irving Penn y Man Ray, grandes maestros -entre muchos otros, claro está- del retrato fotográfico.
En esa estela, William Eggleston Portraits ilumina de manera espectacular su propio puesto en la historia del género, síntesis de una obra cuyas raíces -por resumir- se pierden en el descubrimiento íntimo de Robert Frank, Henri Cartier-Bresson y Marcel Duchamp.
Eggleston descubrió en Frank la estética de la instantánea callejera, muy metafísica, en ocasiones, en ambos casos. De Cartier-Bresson -con quien sostuvo una legendaria “polémica” sobre la irrupción del color en la historia de la fotografía- Eggleston aprendió el rigor geométrico supremo. De Marcel Duchamp -descubierto en el Nueva York y Los Ángeles de los años 60 del siglo pasado- Eggleston hizo suya una metafísica del silencio y la revelación. Duchamp habla en algún momento de la “otra realidad” invisible, revelada por la Alicia de Lewis Carroll, tierra prometida del arte que vendrá. A ese respecto, presentando la expo de la NGP, Phillip Prodger -autor de ensayos de referencia sobre Ansel Adams, Ernst Haas, Hoppé, Man Ray y Paul Outerbridge- dice cosas que me parecen esenciales.
En los retratos íntimos y callejeros de Eggleston, esos caminos de la creación se cruzan y fecundan: se trata, a mi modo de ver, de una encrucijada mayor en la historia del arte del retrato fotográfico.
Eggleston, la campaña Obama / Romney y el ocaso de los EE.UU.
William Eggleston vuelve a Caldetes en tiempos del Proceso.
Recuerdo / Homenaje al William Eggleston de la cafetería de Los Alamos, 1965 – 74.
Los Ángeles, el arte, el paraíso y el infierno iluminados en un desierto 2.
Ricardo Lanza says
Gracias a tu fotografía. ¿Para cuándo una magna exposición? Llega de nuevo mi retraso. Horche, Castilla de templos de planta deslavazada y porte basilical. Desde las torres, columbra la iglesia el panorama que avizora esa hueste enemiga de las algaras almorávides. Ardió en la Guerra Civil, casi un milenio más tarde. Todo el pueblón es una cuesta pina, gravosa, terminando en la carretera cinco o seis kilómetros más abajo: varias ermitas, caserones dieciochescos, fuentes renacentistas, los inefables monasterios que no faltan, plaga española de absentistas, bastantes obligados, muchos en busca de condumio y protección. Cerca la plaza el soportal, no faltan cuatro o cinco bares, en uno de ellos venden periódicos, curiosamente, abunda La Razón, debe de haber ultramontanos. Vale la pena pasar y detenerse en Horche, bello paisaje extenso, media Alcarria se ve desde allí, resta, asimismo, un nutrido y valioso patrimonio historicista. Próximo, en Tendilla, el olivar de los Baroja, al parecer mercado para evitarse hambrunas y escaseces, que Doña Carmen era muy arreglada. Lo visitó Camilo. Y están los gatos, uno de ellos, cariñoso y hambrón, ladroncito de pienso, se ha metido en el coche y ya quería venirse conmigo, le pareciera Jauja de comidas mis peladillas. Nos dijo un niño, perplejo y tristón ante el anticipado suceso que no ha visto lugar: ¿Os lleváis el gato? (Era suyo, creo, y como el felino seguía nuestros pasos, creyó que se quedaba sin él) «No, le dije, es que nos sigue»…Gracias, pensé, por tratarnos de tú y vernos menos viejos, maduros solamente, aunque en exceso ya talludos para acudir a las levas del Archiduque o de Felipe el Quinto. ¡A lo mejor nos salvamos de morir en Brihuega o en Villaviciosa, en el dieciocho, o fallecemos junto al CTV italiano y la brigada anarquista de Mera en mil novecientos treinta y siete! «Adonde te tocaba, hijo, que pocos conocíamos de rojos y de azules», me dijo un abuelito, hartos años atrás, al preguntarle noticias de la Guerra. Saludos, estimado
JP Quiñonero says
Guardo como un pequeño / gran tesoro las idas y venidas de tus andanzas castellanas. No solo castellanas, pero bueno. Qué de maravillas…
Avanti..!
Q.-
Ricardo Lanza says
Apenas salgo ya, poco me muevo de la Castilla Nueva o de la ruta de los repobladores de la Vieja. Algo me queda en la añoranza de Alicante y de la Vega del Segura. Deberé de subir al desmedido torreón de la seo murciana, pisar San Juan, ascender a Guadalest, ojear desde la terraza del Bali ese magma benidormí de rascacielos que altera el paisaje, lo emborrona, hace escapar, lloroso y compungido, a Miró, en busca de sus ñoras, del primeval verdor de las cuestas de la serreta. Este finde, paradas en Pastrana y en Brihuega, vale la pena detenerse. ¡Cuánto y cuan grande patrimonio en los dos pueblos. Desde la breve vega de Pastrana, abajo, muy abajo, aguanosa y florida, pasto de viejos labrantines, observas el gran palacio de la Éboli, la fuerte colegiata, la rueda de caserones ancestrales, y una vía central que presientes dotada de bares y cafés, tiendas de chocolate y pastas (haylas, y varias, no es espejismo traído por las brumas del caz). Brihuega, hermana en las artes y la historia, un rosario de iglesias y casonas derramado en la calle que sube y termina en un jardín, amplios y firmes restos de murallas, puertas en uso, misteriosas cuevas, un fabricón dieciochesco que pretenden mutar en parador, la Virgen de la Peña, el palacio bajo medieval, un cementerio «romántico» cuyas paredes orlan lacrimosas leyendas de padres y de esposos desolados, hospicianos versos que escuchan los infantes que la peste se llevó (fue en el tercer asalto del cólera del diecinueve, allá, por el 85, casi muerto alfonsito), nombres que presumieron inmortales, familias que ni siquiera el fosero recuerda (lo pregunté, nada me dijo, solo me hablaba de sombríos pasadizos que había de visitar, las vistas sobre el valle del Tajuña, los modernos invernaderos, curioso todo, bonito, sí… Era mejor la fuga del corral de muertos, no fuera a ser que la Santa Compaña me acorriera, lleve mi cuerpo a la fraga impenetrable, allá donde la zorra y la lechuza vienen, heridas, a esperar su muerte. ¡Vuelvo a Brihuega, pero me apunto a las pastas de limón, al bocata de queso, a una café pensativo cabe la sombra de los olmos, refugio de palomas! Un saludo, estimado, a ver si allí aparece también algún gatón, acepta mi pienso, maya de gusto, alza las patas, me roza el viejo pantalón,quiere venirse al coche por si le cae comida. ¡Callate, calla, que las terceras elecciones están ya por venir, y la Europa se escora, se anega, va quedando en paseo silencioso de un crepúsculo vacío! Mañana, Juan Pedro, enfrento el ordenador, me tapo los ojos, abro los dedos, miro de súbito a ver en qué consiste la sorpresa de tus fotos.
JP Quiñonero says
Ricardo,
Nuestros caminos se cruzan, por momentos. La vega del Segura ya era en mi infancia algo así como la Murcia rica. La vega del Guadalentín -el río sin agua de mi pueblo, Totana- era algo mucho más árido. Entre Alcantarilla y Alicante todo cambiaba, hasta descubrir otros horizontes con los naranjales valencianos… Por el contrario, los paisajes castellanos siempre me han entristecido: tanta gloria de otro tiempo me inspiraba una tristeza profunda. Tus descripciones son algo así como una invitación al viaje.
…
Mis fotos… un trabajo que hago con mucho gusto y pasión. Por momentos, algo tienen de «erótico»: una suerte de deseo sin cesar renovado. En el fondo, quizá todo sea un acto de amor y fe,
Q.-
Ricardo Lanza says
Terribles Segura y Guadalentín, casi este último reducido en parte de su cauce a un oculto Guadiana de estiaje. Es España un extenso secarral, buscamos como Moisés las aguas; y estas se esconden, engañan, parecen gredosas líneas a las que festonean algunos juncos y bejucos, aisladas hileras de álamos. Y de repente, rugen, asuelan, destrozan, y no solo en la vega de Murcia, los altos de Lorca y de Totana; también en la Castilla Nueva (una de las mayores catástrofes nacionales fue la riada de Consuegra, un mísero arroyuelo, el Amarguillo,, que se llevó la vida de ¡más de 300 personas en unos momentos!; pero los feraces campos murcianos se han llevado la palma del drama; casi todos los años; tahullas y hanegadas perdidas, casas arrumbadas, las obras de una vida raptadas por el fango; muchas o casi todas llevaban los nombres del santoral diario, atroz ironía religiosa, oficio de difuntos repetido, la Contraparada y el Malecón abajo; luego, caen sobre Orihuela, Rojales, Catral, Callosa… los restos de las furias de las aguas; barcas en las calles de Cartagena, aguas mayores (de verdad) desde Alicante a Puerto Lumbreras; no se puede creer que la tierra del esparto y la sequía sea la más dañada; ¡cuánto se padeció durante generaciones!, ¿cuánto no deja ya reflejo? Tierra muy especial, esa de Murcia, permanente frontera, estimado, romana y castellana, mística y libertaria.
JP Quiñonero says
Ricardo,
Ahhh… Evidencia: conoces mucho mejor que yo mi tierra. Recuerdo, advierto que, en verdad, conozco poco y mal incluso mi «país natal» . Toda esa geografía de referencia ilumina la historia de mi familia, y sus desventuras: de ahí que sea tan esencial para mi. Sin embargo, en mi caso, conocí / conozco poco todas esas tierras. Incluso si cito al más eminente de los poetas del país, «En Orihuela, su pueblo y el mío, ha quedado novia por casar la panadera de más más trabajado y fino» (cito de memoria), no puedo olvidar que, en verdad, descubrí esos versos y a su autor en una revista francesa, ¡en francés! Mi destierro original viene de aquellos años de mi infancia / adolescencia, errante por muy distintos paisajes. Ese es el origen último de mi «cosmopolitismo» y de mi fotografía,
Q.-
Ricardo Lanza says
Estimado: no creas que he pasado demasiadas veces por tu tierra; fueron pocas, pero intensas; desde siempre me llamó la atención el entorno murciano (Yecla, Lorca, Murcia, la grande, Orihuela y la Vega Baja del Segura en Alicante, mucho, Cartagena, aunque la parte moderna la encontraba despersonalizada, algo anónima; me interesó el Cantón y la Cartago Spartaria, mucho que hablar y escribir de todo aquello: ¡dos mil años los separan, más de 20 veces nuestras vidas!) En fin, ya será cosa de expresarme en eso un poco más, si es que no aburro. Saludos. Aún tengo en mente las riadas: no se me va la pena, ¡ni el cansera del labrantín y el agostero!
JP Quiñonero says
Ricardo,
Bueno… en cualquier caso, conoces mejor que yo aquellas tierras. Lo dices de manera muy amable… «la parte moderna la encontraba despersonalizada»… ¡lo han destruido todo!…
«Labrantín», «agostero»… que maravillas de palabras…
Q.-
Ricardo Lanza says
Menos mal que dejaron, excavaron, reconstruyeron el teatro romano; más lo restante de la catedral, debajo, la arabidad, Teodomiro, Comenciolo, el bizantino, los visigodos, Mayoriano y la escuadra para combatir a los vándalos, echada a pique por no se sabe bien, Roma, Cartago en la base. ¡Es mucha Cartagena! Creo recordar que me dijiste que algún abuelo o bisabuelo tuyo tuvo arte y parte en el Cantón, estimado.
JP Quiñonero says
Ricardo,
Creo que recuerdas bien… mi abuela paterna era nieta más o menos cercana de Antonete Gálvez, el héroe militar del Cantón. Mi abuela se hacía cruces con tal parentesco, que encantaba a mi padre… Sender da del Cantón una imagen romántica que sigue pareciéndome muy bella, qué quieres,
Q.-