Plaça Muntanyà, 2 febrero 2018. Foto JPQ.
Caldetes / Caldes d’Estrac es un pequeño pueblo que tiene una gran historia.
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Plaça Muntanyà, 2 febrero 2018. Foto JPQ.
Joaquim M.ª de Nadal escribió una de las mejores historias del pueblo, Un tros de Barcelona, Caldetas 1800 (1950). Con los años, se difuminan en la niebla del tiempo pasado las huellas de Verdaguer y Maragall, el antiguo casino, el antiguo primer gran hotel, el primer turismo de principios de siglo.
La presencia y el legado de Palau i Fabre dio a Caldetes nueva savia, de otra naturaleza.
Por Caldetes se recala por muy diversas razones. Quizá esa diversidad no sea representativa de la Cataluña profunda. Hace siglos, P* dividía la población del pueblo de este modo: “Convergencia, sociatas y los malparits de Barcelona”. La sociedad convergente-pujolista quizá haya oscilado mayoritariamente hacia ERC. Los malparits de Barcelona siguen siendo los mismos: los propietarios de los mejores pisos en el legendario paseo, a quienes se presume un conservadurismo profundo, un madrileñismo apenas encubierto, con frecuencia.
Durante la temporada primaveral y estival, los fines de semana y los días de mercadillo, los lugareños, algunos inmigrantes magrebíes, esas y otras tropas de aluvión, nos cruzamos en el paseo, la riera y la Plaça Muntanyà.
De ahí que, en cierta medida, me digo, las metamorfosis de Caldetes quizá hablen de las metamorfosis de Cataluña que no desean ver unos ni otros.
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