Ahí escribió Breton el primer Manifiesto surrealista. 8 febrero 2024. Foto JPQ.
El surrealismo, el movimiento más importante y cosmopolita de la historia de las vanguardias que transformaron el arte del siglo XX, nació en el más celebre de los barrios prostibularios de París. Esa relación y contacto directo tuvo una importancia sustancial en las ideas, acciones y lanzamiento de las creaciones surrealistas.
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El surrealismo nació el 15 de octubre de 1924, cuando André Breton (1896 – 1966), el patriarca fundador, publicó el primer «Manifiesto surrealista», escrito en su domicilio, en el número 42 de la rue Fontaine (hoy Pierre Fontaine), publicado por las «Éditions du Sagittaire», que entonces se encontraban en el número 5 de la rue Blanche.
Una y otra calle, Fontaine y Blanche, se encontraban y se encuentran en Pigalle, que durante los años 20 y 30 del siglo pasado tuvo sus días de mayor gloria como barrio prostibulario. Continúa siéndolo, quizá mucho más degradado.
Cuando Breton escribía el «Manifiesto surrealista», las prostitutas ofrecían sus servicios en la puerta de su casa y a lo largo y ancho de su calle, cada cincuenta metros cortos. Para desplazarse, en metro o autobús, el patriarca surrealista tenía que andar doscientos metros para tomar el metro «Blanche», que se encuentra siempre frente al «Moulin Rouge», el más legendario de los cabarés parisinos, inmortalizado por Toulouse Lautrec y John Huston, donde se inventó el «can can», rodeado de un largo rosario de prostíbulos, clubs nocturnos, restaurantes, cafés, que fueron los lugares de citas privilegiados donde se fraguaron y comenzaron a propagarse los primeros frutos de la revolución surrealista, tras la publicación del primer Manifiesto.
Los grandes principios de aquella publicación, entre subversiva y revolucionaria, en todos los sentidos, creativos, culturales, políticos, familiares, personales, incluso muy íntimos, fueron definidos por Breton de este modo: «Automatismo psíquico a través del cual me propongo expresar, verbalmente, o por escrito, el funcionamiento del pensamiento, libres de toda preocupación estética o moral». A partir de ahí, las libertades surrealistas han sido estudiadas en infinidad de ocasiones: «Exaltación de la imaginación, libre de toda atadura». «Llamamientos a los maravilloso, oculto, visible e invisible en la vida diaria». «Diálogo entre el sueño y la realidad». «Principio fundacional de la escritura automática». «Actitudes no conformistas».
Esa proclamación de principios fue rápidamente asumida por el primer grupo surrealista, francés, con importante presencia española, italiana, belga, norteamericana. Paul Éluard, Louis Aragon, Robert Desnos, Philippe Soupault, Marcel Duchamp, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Man Ray, Wilfredo Lam, Nora Mitrani, Max Ernst, Alberto Giacometti, entre un largo etcétera, fueron algunos de los contertulios que acompañaron a Breton en los cafés de la Place Planche, el Bulevar Clichy, la Place Pigalle, el corazón y la matriz urbana de la prostitución parisina de la época.
Entre todos los cafés del barrio, el «Cyrano» tuvo una importancia particular. «Los cafés surrealistas de Pigalle tenían una fuerza de gravedad excepcional, como centros de creación y propaganda», ha escrito Marie Dominique Massoni, especialista emérita. Dicho de otro modo: los cafetos prostibularios convertidos en centros de escritura automática, surrealista. Entre el «Cyrano» y el «dancing» «Le Petit Jardin», Breton y los surrealistas desenterraron y relanzaron la obra siempre proscrita y luciferina del Marqués de Sade. Un siglo más tarde, los antiguos cafés han desaparecido o se han transformado, con la aparición de tiendas de «sex toys» especializadas en la venta de hierros y cadenas al gusto de la clientela masoquista.
A dos pasos de «Moulin Rouge» se encontraba la sala de cine, «Studio 28», donde se estrenó la obra maestra del cine surrealista, «L’Âge d’Or», concebida por Luis Buñuel y Salvador Dalí, que llevaban años alternando en el mismo París prostibulario donde la fotografía de Man Ray desbrozaba nuevos territorios visuales y el cine de Jean Cocteau descubría territorios entre oníricos y carnales, cuando Abel Gance imaginaba un Napoleón poco surrealista pero bastante sorprendente.
Los surrealistas y el surrealismo aportaron a Pigalle un barniz cultural y cosmopolita que nunca había tenido ni volvería a tener.
A los dos años del nacimiento del surrealismo, Josephine Baker, cantante, bailarina, animadora, espía, durante la Ocupación nazi, abrió un cabaret propio, «Chez Joséphine», en el número 40 de la rue Fontaine, junto al domicilio de Breton, que seguía oficiando de gran «papa» surrealista. Ese club nocturno fue una de las fuentes bautismales del jazz norteamericano en París y estuvo frecuentado ocasionalmente por Louis Amstrong, Hemingway, Picasso, entre otras muchas celebridades del arte y la cultura.
Han pasado cien años… El 2017 salió a la venta, en subasta pública, el original manuscrito del Manifiesto fundacional del surrealismo. El gobierno francés actuó inmediatamente. Su prohibió la salida de Francia de ese texto capital, calificado oficialmente de «tesoro nacional», preservado como tal en la Biblioteca Nacional de Francia (BNF).
El movimiento surrealista se propagó con una rapidez excepcional. Pronto aparecieron el surrealismo español, el surrealismo americano, el surrealismo norteamericano, entre muchos otros surrealismos. Entre todos los surrealismos de la escena mundial, el surrealismo belga tuvo una importancia particular. Y Bruselas es la primera capital que ha consagrado dos grandes exposiciones a la celebración del centenario surrealista.
Los Musées Royaux des Beaux-Arts de Belgique (MRAB) deben inaugurar, el próximo día 21 de este mismo mes, una gran exposición, concebida en colaboración con el Centre Pompidou de París, «Imagine..!», con unas doscientas obras de creadores surrealistas franceses, belgas, italianos, alemanes, norteamericanos, de Max Ernst a Giorgio de Chirico, pasando par Salvador Dalí, Joan Miró, Jane Graverol, Dorothea Tanning, Man Ray, Leonor Fini, entre otros. Quizá esté llamada a ser la gran exposición del centenario.
Como «complemento» a la magna exposición del MRAB, el Palais des Beaux-Arts (PdBA) de Bruselas presentará a final de mes una exposición nacional, «Histoire de ne pas rire. Le Surréalisme en Belgique», con obra de los grandísimos maestros belgas, comenzando por Paul Delvaux y René Magritte. Palabras muy mayores.
En París, tras la colaboración del Pompidou en el proyecto del MRAB, el centenario del surrealismo comienza con una «inundación» de ediciones y reediciones de todo tipo, críticas, en libro de bolsillo, del «panteón» surrealista nacional, de las semillas fundacionales, Lautremont y Alfred Jarry, a todos los maestros del canon, André Breton, Louis Aragon, Paul Éluard, René Crevel, Antonin Artaud, Philippe Soupault, etcétera. Seguirán exposiciones y homenajes cinematográficos, con Luis Buñuel en primera fila. Se esperan retrospectivas y celebraciones particulares de L’Âge d’Or», «Tierra sin pan» y su filmografía mexicana.
Nacido en Pigalle, hace un siglo, el surrealismo se ha convertido cien años después en materia de conocimiento indispensable para pasar el bachillerato francés. Entre las pruebas de este año figura en primer puesto la redacción de un análisis del «Manifiesto surrealista». Esas semillas continúan dando frutos y sembrando nuevos territorios vírgenes. ABC, ‘SEX SHOPS’, UN CINE OLVIDADO Y UNA PLACA: LO QUE QUEDA DEL PARÍS QUE INVENTÓ EL SURREALISMO + PDF.
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