Retrato de José Bergamín, óleo / lienzo (130×97 cm.), obra de Sofía Gandarias.
«El Clavo Ardiendo» comenzó siendo el título de un ensayo de José Bergamín, publicado en su revista, Cruz y Raya, poco antes de la Guerra civil.
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«El Clavo Ardiendo» terminó siendo el título de una obra de madurez de Bergamín, publicada en 1974 con prólogo de André Malraux. Una obra feroz, angustiosa, entre la mística política y una suerte de agonía moral, feroz, por momentos.
«El Clavo Ardiendo» también fue el título de una excepcional colección de libros, publicada por la editorial Séneca, en México, bajo la dirección de Bergamín, al cuidado tipográfico de Emilio Prados.
El primer esbozo de Séneca fue concebido por Bergamín en París, al final de la Guerra civil. Su realización mexicana, entre 1939 y 1949, es un hito único en la historia de las culturas españolas. Esa modesta editorial publicó unas legendarias obras completas de Antonio Machado, el «Poeta en Nueva York» de Lorca, obras mayores de Cernuda, Alberti, Josep Carner, Pedro Salinas, César Vallejo, entre una pléyade de grandes maestros desterrados, Juan-Gil Albert, Manuel Altolaguirre, García Bacca, Paulino Massip, entre otros. Algo muy excepcional.
Entre las colecciones de Séneca destacó «El Clavo Ardiendo», con una nómina de autores sencillamente capital… Hölderlin, Rimbaud, Bécquer, Blake, Shelley, Heidegger, Novalis, Pascal… ahí es nada.
En su día, Abelardo Linares tuvo la noble idea de rescatar y reeditar esa colección. Un respeto.
En esa estela, descubro el nuevo libro de Fernando Castillo, «Explorador de bulevares» (Editorial Renacimiento. El Clavo Ardiendo»). Estampas breves y bellas, presentadas con una cita de Ernst Jünger: «Las ciudades son sueños».
A partir de ahí, Fernando se abandona al vagabundeo lírico por París, Tánger, Vilna, Shanghái, Venecia, Estambul, Madrid, Albacete, Llofriu / Palafrugell, entre otras ciudades … vagabundeo sabio, pedagógico, poético y «distante» por momentos. A degustar con silencioso respeto.
El Clavo Ardiendo … Indispensable colección de joyas.
Antonio Machado, Bergamín, María Zambrano, Juan Benet y nuestros muertos.
Quiñonero y el rescate de Rosa Chacel, Mercè Rodoreda y Eduardo Blanco-Amor.
Biarritz vista por Fernando Castillo y Vladimir Nabokov.
Madrid, capital aborrecida, Madridgrado, Caína.
Fina says
Quiño,
Tu vagabundeo también es sabio, pedagógico, poético…lleno de color y me atreviría a decir que «cercano».
Gracias!!!!!!!!!
JP Quiñonero says
Fina,
Correré un tupido velo…
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Graciassssss
Pasear, caminar… vagabundear… me resulta hasta físicamente indispensable… es una suerte de «refugio» íntimo, si.
Graciassss
Q-