
Azorín, ante el célebre retrato de Zuloaga. 31 diciembre 1953. Foto Basabe / ABC.
Palabras mayores…
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La vida y la obra de Azorín (José Martínez Ruiz, Monóvar, 1873 – Madrid, 1967), miembro de la Generación del 98, que él mismo contribuyó a definir, en ABC, pueden confundirse con esta legendaria anotación de «El quadern gris» del 23 de diciembre de 1.918, cuando Josep Pla hace esta confesión sobre su tormento más íntimo: «Es objetivamente desagradable no sentir ninguna ilusión, ni la ilusión de las mujeres, ni la del dinero, ni la de llegar a ser algo en la vida; solo sentir esta secreta y diabólica manía de escribir, a la cual lo sacrifico todo, a la cual lo sacrificaré todo en la vida, probablemente”.
«Azorín. Clásico y moderno» (Alianza Editorial), de Francisco Fuster, quizá sea la mejor y sin duda indispensable biografía del maestro, reconstruyendo muy minuciosamente esa trayectoria con incontables, prolijos y profundos meandros: joven anarquista, hostil al matrimonio, partidario del amor libre; enamorado de la única mujer de su vida; liberal-conservador; conservador; monárquico, republicano federal, catalanista partidario de la independencia nacional de Cataluña; francófilo sin hablar francés, escribiendo de la Primera guerra mundial en un periódico germanófilo (ABC); diputado conservador; aspirante a republicano federal; defensor y crítico implacable de la República; franquista / oportunista; estoico solitario para mejor defender su soledad más pulcra…
Azorín defendió con mucho talento y brío todas y cada una de esas posiciones vitales y profesionales, a lo largo de varias décadas y millares de artículos. Autor de ensayos de referencia sobre Camba y Gaziel, Fuster glosa esa trayectoria única y colosal, evitando la polémica, el juicio sumarísimo y la sentencia inútil por perentoria. Azorín fue todo eso y mucho más…
Su crónicas parisinas, del atentado terrorista contra el Rey a la Primera guerra mundial (instalado en el Majestic, el hotel donde se cruzaron por única vez Proust, Joyce y Picasso) se confunden con la matriz del periodismo moderno español.
Sus novelas oscilan entre la crónica intimista y una renovación mal explorada del género. Su teatro sigue sin ser representado. Su pasión por el cine lo convierte en uno de los primeros y más grandes cinéfilos de nuestra historia literaria. Sus crónicas viajeras por España son monumentos únicos en su género. Sus crónicas políticas, entre el compromiso personal, el oportunismo y la crítica radical, son testimonios indispensables. Su relectura de los clásicos españoles es sencillamente única. Sus escritos sobre París y Francia (en segundo plano), oscilan entre el viaje íntimo y la crónica personal de varios destierros.
Una trayectoria tan excepcional es un caso ejemplar en nuestra historia literaria. Francisco Fuster nos ofrece una síntesis indispensable: evitando la «censura» de tan gigantescas metamorfosis, que también atizaron la incomprensión y los juicios sumarísimos más implacables.
Juan Ramón Jimenez criticó a Azorín con una ferocidad juanramoniana. Ramón Gómez de la Serna -comparado con Joyce y Proust por Valery Larbaud- lo ensalzó de manera llamativa, para juzgarlo con crueldad. Pedro Salinas y Ramón Sender fueron grandes admiradores, caídos en un desencanto crítico sin fisuras. Observador «clínico», desde Barcelona, Gaziel, otro gran maestro, no deja de «extrañarse» y subrayar los desencuentros cainitas de las élites madrileñas.
Sería muy fácil callar, silenciar o instalar en un segundo plano esas relaciones conflictivas entre Azorín y todos sus contemporáneos. Con muy buen juicio, el profesor Fuster ha preferido el relato fiel de la trayectoria humana, de la agitación juvenil, valenciana, al «sonoro silencio» del fin, en la madrileña calle Zorrilla, refugiado a algo muy semejante al exilio interior. Reconocido, ensalzado, desde su vuelta del exilio parisino y su acogida respetuosa por Dionisio Ridruejo y Luis Rosales, entre otros, Azorín terminó haciendo gala de una soledad estricta, sin compromisos. El autor de algún artículo oportunista sobre Franco seguía creyendo en la nación catalana, estimando que Prat de la Riba fue uno de los grandes políticos del siglo XX; sin olvidar su fructífera amistad con Joan Maragall. El académico adulado por espurias razones defendía a colegas perseguidos por la policía política, como Antonio Espina. Su condición de «patriarca» del columnismo político, en ABC, era compatible con sus tertulias íntimas con un crítico acérrimo de la coyuntura, como José Bergamín.
Si la biografía de Francisco Fuster quizá sea la mejor introducción a la obra total de Azorín, la primera gran biografía sigue siendo la de Ramón Gómez de la Serna, proclamando que «Azorín es la historia contemporánea, el alma de su tiempo». Ramón matizó desencantado aquella su primera visión, que me sigue pareciendo justa: alma atormentada, espejo cóncavo de una historia social, política y cultural que sigue sigue siendo víctima de sus desencantos, el eterno retorno de la catástrofe, en la terminología del Walter Benjamin de la filosofía de la historia. ABC, Azorín. Clásico y moderno’, de Francisco Fuster: la diabólica manía de escribir + PDF.
Azorín, cien años: encrucijada histórica del periodismo y la cultura española.
El bombardeo de París, Azorín y la prosa castellana.
París bombardeado. Azorín en el Majestic.
Azorín… “He descubierto la maravilla de París…”.
Baroja en París … De Aviraneta al surrealismo, pasando por los últimos románticos y Walter Benjamin.
Siendo fabulosa la de Ramón, las mejores páginas y más premonitorias sobre Azorín fueron las de Ortega: «Azorín, primores de lo vulgar».
En tus párrafos con contenido político yo no reconozco a Azorín, ni poco ni mucho.
En otro orden de cosas, y al hilo de Pla: ¿se puede sentir la necesidad de escribir sin que vaya acompañada de una sensualidad honda e intensa? Ramón siempre afirmó que iban de la mano.
Antonio,
El ensayo de Ortega es de 1917, si no recuerdo mal… Azorín publicó un montón de libros importantes y millares de artículos, después: que escapan a las intuiciones orteguianas.
Mi recuerdo de todo el trabajo político de Azorín, práctico, como político, e intelectual (millares de artículos, del anarquismo al conservadurismo, pasando por…), es el recuerdo de una parte esencial de la vida y la obra del maestro. No se puede hablar de Azorín ignorando esa faceta esencial que comenzó muy pronto, como anarquista…
Pla … dice lo que dice, expresado con un rigor absoluto, que puede aplicarse a Azorín, sin duda,
Q.-
No, no. Basta leer Doña Inés (o lo que escribía de viejo sobre cine) para ver que no es aplicable a Azorran ausencia alguna de sensualidad.
Ortega vio todo lo esencial de Azorín.
Sus escritos políticos son, afortunadamente, muy poco ideológicos.
Antonio,
Ortega escribió todo lo esencial de Azorín hasta 1917. Azorín siguió escribiendo otros cincuenta años, millares de artículos, muchos libros, novelas teatros, ensayos, incluso reflexiones cinematográficas. Y todo eso escapó a Ortega, que tiene una visión forzosamente limitada.
Los escritos políticos de Azorín son sencillamente esenciales en su obra, comenzando por su crítica literaria (Anarquistas literarios) y culminando con la defensa de escritores perseguidos, pasando por millares de páginas de crítica, análisis y reflexión política, como periodista, como diputado conservador, como aspirante a diputado republicano federal. Ignorar esas cuestiones es ignorar al hombre y al escritor,
Q.-
Los recuerdo, haces, estimado, que el comentario acerca de Azorín atraiga también a mi memoria a su coetáneo -ambos cercanos en la fecha de nacencia, aunque el nato en Monóvar viviera el doble que él-, Gabriel Miró, su casi olvido injusto, denominada ahora su escritura de apagado timbre social, centrada en lo egocéntrico, abusando del don de la palabra, embebida únicamente en el estilo, adornado de obsoletos vocablos. Excelentes los dos, sin duda; ¿quién lo hace mejor? Hay varias opiniones. Mi gusto personal -claro que subjetiva preferencia- elige al alicantino, no obstante su vida recatada y silenciosa, en parte oculta, no brilla ni se refleja fuera.
Ricardo,
Llevas razón.
Gabriel Miró es muy grande y está muy injustamente olvidado. Otra consecuencia del crecimiento alarmante de la incultura…
Si recuerdas, Azorín fue un gran admirador y defensor de Miró… Es leyenda que Azorín dejó de ir a la Academia, tras el rechazo del ingreso de Miró… otra triste injusticia, ay…
Q.-
Ahí si que tuvo razón concreta ese dicho de «No están todos los que son ni son todos los que están»; fuera Miró de la Academia, uno de los grandes de las letras castellanas, su prosa y el estilo que la aliña algo poco común, más se parece a las letras de germanos y britanos, tiene mucho de saga y de leyenda, es toda una aventura de mágico desarrollo a lo largo del paisaje y las personas del espacio mediterráneo; dentro de mis ensueños aún dispongo presente a Gabriel Miró: subo con él a lomos de un borrico hasta el paraje del camposanto del Castillo de Guadalest, juntos trepamos al Tajo de Roldán por ver si a la jorguina maliciosa convencemos, siga la niña viva y que el ocaso se prolongue, no arranque el gran gigante la cima de la roca para que el sol nunca se ponga y su amada persevere; no vendrá entonces esa noche, se ancle Miró entre lo eviterno, la mar latina ante su vista, la mirada a la izquierda para Europa, África a su derecha; allá, a su frente, Estambul, las tierras de Asia que, en tiempos, fueran helenas y romanas… ¡Azorín, Azorín!, su curiosa alternancia con las cosas de su entorno, las mismas letras, la propia peripecia existencial… Gracias por el recuerdo de este gran escritor y tan longevo, feraz superviviente.
Ricardo,
Qué cosas tan bellas dices… Graciassss
Si, Azorín y Miró se comprendían, respetaban, admiraban.
Grandes entre los grandes… Ahí están y quedan.
Palanteeee
Q.-