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MÀR. Barcelona. Carrer del Bruc, 20 febrero 2025. Foto JPQ.
«Érase una vez…».
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Madres, escritores, pedagogos, historiadores de la cultura, lo ha repetido en muchas ocasiones: las fábulas y los cuentos tienen una importancia esencial en la formación de los niños…
Cito al azar de mi memoria:
Schiller: «Encontraba un sentido más profundo en los cuentos de hadas que me contaba mi madre, durante mi infancia, que en las realidades que la vida me iba mostrando.»
Jean Paul Sartre: «Mis primeras historias sólo fueron la repetición de «El pájaro azul», «El gato con botas», de los cuentos de Maurice Bouchor».
Bruno Bettelheim: «Los cuentos de hadas divierten y «aclaran» al niño su propia personalidad, favoreciendo su pleno y más rico desarrollo. En los cuentos hay tantos significados, a niveles muy diferentes, que enriquecen la vida del niño mucho más de lo que pudiera hacerlo cualquier libro, imposible de compararse a los cuentos de hadas».
Antropóloga, historiadora, directora de la revista «Quaderns de la Mediterránea», miembro / fundadora de la Fundación Euro-Mediterránea de Mujeres, Marie-Àngels Roque Alonso aborda en su nuevo libro, «Mitos y rituales. Espejos de la naturaleza» (Editorial Páramo), una cuestión paralela, de inmenso calado: mitos y rituales están la matriz original de la floración y desarrollo de identidades colectivas, pueblos, incluso naciones…
Autora de una docena de ensayos de referencia, Marie-Àngels Roque enriquece la más estricta antropología de campo recurriendo a la historia de la cultura y las literaturas, esencialmente mediterráneas, de la Grecia clásica al Magreb histórico y contemporáneo, pasando por las Baleares y Castilla.
«En diferentes leyendas europeas encontramos el matrimonio de un pastor con una princesa o con un ser femenino de ultramundo, que reafirmará el mito del origen de diversos pueblos…», escribe en algún momento, subrayando que los mitos, leyendas y rituales, como los cuentos de hadas, se confunden en la misma matriz del origen y «construcción» de sociedades, pueblos y naciones.
Esos caminos que se bifurcan por las cuencas mediterráneas y castellanas tienen muchos otros rostros:
«La cigüeña, símbolo de vida».
«La lechuza, símbolo de muerte».
«El aceite y el vino en los rituales europeos y mediterráneos».
«La libatio, elemento simbólico de la cohesión».
«Ya se van los pastores a la Extremadura».
«Los caballeros pastores».
«El Honrado Consejo de la Mesta».
«Ser mozo».
«Rondar. Desafiar. Robar».
«La llegada del mozo en la Grecia clásica».
«El lobo como emblema del guerrero».
«El agua y el fuego en los rituales pastoriles».
«Las Lupercales, un ritual de la fertilidad».
«Rituales preventivos para el parto y el nacimiento».
«Aguas letales».
«La religión popular: espejo de las dos orillas mediterráneas».
Al final de tan frondoso viaje a las fuentes bautismales de pueblos y sociedades, Marie-Àngels escribe: «A través de elementos comparativos, a pesar de la distancia entre territorios y culturas, se identifican aspectos simbólicos comunes como la cohesión, la purificación y los lugares sagrados que son asumidos por diferentes civilizaciones civilizaciones / religiones aprovechando esos mismos espacios sagrados».
En México, en la Plaza de las Tres Culturas, se ilustra la dimensión trágica de esa proximidad geográfica e histórica. Los restos de las culturas Mesoamericanas recuerdan que allí se celebraban humanos rituales ensangrentados. Bien próximo se encuentra el convento y templo católico de Santiago, herencia de Bernardino de Sahagún y Juan de Zumárraga: los conquistadores cristianos construían iglesias sobre los templos prehispánicos… y, en la misma plaza, la Secretaría de Relaciones Exteriores del Estado, fue utilizada por el ejercito para sofocar a tiros, con derramamiento de sangre humana, siempre, la sublevación estudiantil de 1968.
Esa inquietante continuidad del derramamiento ritual de sangre humana, en homenaje a las divinidades del lugar («representadas» por el poder político y religioso de cada época), tiene para mí algo de «confirmación» (¿?) de las tesis de Marie-Àngels. Y de las mías. Octavio Paz, gran lector de cuentos de hadas, consagró un ensayo célebre, «Posdata» (1970), a esa tragedia de la identidad mexicana en la Plaza de las Tres Culturas.
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