Place de l’Odéon, 9 febrero 05. Foto, by JPQ.
Leo con cariño y respeto las reflexiones de Juan Manuel (Bonet) sobre la geografía parisina del surrealismo, al filo de la expo París y los surrealistas (CCCB), comisariada por Victoria Combalis.
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¿Cómo no hacerlo, cuando yo mismo he consagrado buena parte de mi vida a vagar por los mismos parajes persiguiendo a los mismos fantasmas? Con un matiz que JM comparte, sin duda: el París de los surrealistas debe completarse con el París de Baroja, el de Azorín, el de Vallejo, el de Gerardo Diego, el de Jorge Guillén, el de Pedro Salinas, el Cortazar, el de Pla, el de Gaziel, etc. El París de Picasso, el de Dalí, el de los ultraístas, el de Pablo Gargallo, el de Julio Gonzalez, el de Anglada Camarasa, el de Luis Marsans (indisociable de la Recherche proustiana), el de Bores o mi paisano Pedro Flores. Etc., etc., etc. Sin olvidar el París de Ramón Gómez de la Serna.
Borges dijo que Ramón era un genio. Pablo Neruda escribió: La revolución ramoniana inauguró un nuevo mundo. Octavio Paz añadía: Con él nace la poesía moderna. Cortazar hablaba de su lección inigualada de libertad e imaginación. Juan Ramón, Azorín, Ortega, Cansinos Assens, Pedro Salinas, Guillén, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Bergamín, Rosa Chacel, Alfonso Reyes, Lezama Lima, lo consideraban como a uno de los patriarcas fundadores de las literaturas por venir.
En Madrid, se destruyó el local de su legendaria tertulia. En París, Valery Larbaud fue el primero compararlo con Proust y Joyce. Pero está por escribir la geografía parisina de Ramón, indisociable de la germinación original de su obra, como no me desmentirá desde Bucarest Ioana Zlotescu.
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