José Antonio Pascual -que ya era un amigo antes de ser académico- estima, sospecho que con razón, que el futuro Diccionario Histórico del Español “se venderá poco...”.
¿A qué engañarse?… una obra monumental de esa índole es algo tan escasamente comercial como indispensable. En castellano, ya existe el antecedente del irregular Diccionario concebido por José Rufino Cuervo. Pero, en definitiva, una lengua sin diccionario histórico es una lengua “coja”, de alguna manera.
En castellano, José Antonio Pascual ya fue co autor con Corominas del siempre imprescindible Diccionario crítico y etimológico. Cuando nos conocimos, le reproché a José Antonio que ese monumento no incluyese las palabras “español” y España. De entrada, comenzó diciéndome que yo estaba equivocado. Y prometió enviarme el texto de Corominas al respecto. Dos días más tarde, me llamó por teléfono para reconocer que, efectivamente, el mejor diccionario etimológico que existe en nuestra lengua no tiene ninguna entrada consagrada al “español”.
A partir de ahí, nos hicimos amigos. Me gustaría pensar que la Academia no nos ha alejado en demasía.
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Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid -cita obligada tratándose de negocios lingüístico-castellanos-, recordaré que el libro clásico sobre “español” sigue siendo el de don Américo Castro, Español, palabra extranjera (1970), incluido en su obra póstuma, Sobre el nombre y el quién de los españoles (1973), que comienza con el trabajo de un lingüista suizo, recordando que “español” fue originalmente una palabra gascona, introducida en España hacia el año 1000, para nombrar a todo tipo de cristianos, moros, judios, castellanos, catalanes, vascos, murcianos y demás ralea carpetovetónica. Pero esa es, ya, otra historia.