Jaume Pomar me llama desde Palma, para anunciarme que terminó la traducción al catalán de mi De la inexistencia de España (1998). Mientras hablamos por teléfono, descubro una sentencia inédita de Maurice Blanchot, citada por Le Monde, Blanchot intime, con motivo de la publicación de una correspondencia póstuma con Vadim Kozovoï, poeta ruso, traductor de Valery y René Char, a quien le escribe:
“.. Vous serez déçu par ce pays qui a d’une certaine manière disparu et qui n’est pas digne de sa disparition, sauf par quelques livres, l’espace de l’art et le souvenir”.
Don Antonio Machado lo había dicho de manera mucho más precisa, aludiendo a “… aquella España que pasó y no ha sido…”.
El demonio de la vanidad me lleva al precipicio sin fondo de la comparación entre la Francia desaparecida de Blanchot y mi España inexistente. Atormentados fantasmas de accidentes históricos que pasaron sin llegar a ser plenamente. Don Antonio lo decía con la precisión de la más alta poesía. “El resto es silencio” (Guillermo S., claro, el ruido de la historia contada por un idiota escribiendo en un ordenador en un idioma incomprensible: “Nobody’s perfect”. Esa -me digo- es la Tierra prometida de Caína).