A la vista de la rapacidad del Estado mexicano, mi director general para negocios informáticos me interpela, no sé si altruista o interesado: “¿No sería urgente lanzar una gran campaña nacional, pidiendo el retorno a España de la obra de Remedios Varo?”
“Un gentleman solo defiende causas perdidas”, me digo, irónico, sin atreverme a contradecir su locura, a sabiendas que, en verdad, Remedios fue otra española víctima de España: una mujer de rompe y rasga. Mucha mujer. Víctima de su generosidad, sus pasiones, sus locuras.
A Octavio Paz se le abrían los ojos, enormes, cuando hablaba de ella.
Su talento y su sensibilidad, como la de Buñuel, vienen de lo más hondo de una España proscrita por España. ¿Si no les interesaba cuando era joven y bella, porqué podría interesarles ahora, cuando sus huesos esperan el juicio final en un polvoriento cementerio mexicano, entre jaramagos, en tierra extraña? Quizá porque su obra, rara, escasa, proscrita, pudiera cotizarse a la alza en la tumba del Rey Midas. Caína.