Klossowski. Ogier dans les bras du frère Lahire.
El Centro Pompidou presenta por vez primera una gran exposición consagrada a Pierre Klossowski (1905-2001), uno de los artistas (novelista, místico, filósofo, ensayista, traductor, pintor) más enigmáticos de la cultura francesa del siglo XX, hermano mayor de Balthus, ahijado de Rilke, educado por Gide, que terminó su obra como dibujante de misteriosas escenas del más sulfuroso y misterioso erotismo.
Klossowski ya era una leyenda en vida, ensalzado por Maurice Blanchot y Michel Foucault, que lo consideraban una de las personalidades de influencia más honda de su tiempo. Agnés de la Beaumelle ha comisariado con mano maestra Tableaux Vivants, que presenta al gran público la obra pictórica última del maestro, a la que Blanchot se aproximaba afirmando que es “una mezcla de austeridad erótica y libertinaje teológico”.
Klossowski nació en París, en el seno de una familia de origen polaco. Su padre, Eric Klossowski, fue pintor e historiador del arte. Su madre fue alumna de Pierre Bonnard y sostuvo una apasionada relación con Rilke, de la que tenemos noticia a través de una correspondencia íntima.
Rilke escribió el primer libro-ensayo consagrado a Balthus, todavía niño, pero ya pintor de gatos; y se ocupó particularmente de la educación de Pierre Klossowsi, que transcurrió entre Francia, Suiza y Alemania. Su intimidad con Gide y Rilke lo sumió pronto en los debates estéticos, teológicos y morales de los que daría buena cuenta a través de novelas, ensayos y escritos íntimos, indisociables.
No es menos importante la obra de Klossowski como traductor de Virgilio, los Padres de la Iglesia, Nietzsche, Heidegger y Wittgenstein, que una parte tan íntima tienen en su reflexión personal sobre el Marqués de Sade, la teología cristiana, la mitología griega y latina. Buena parte de sus novelas son “lecturas” íntimas de mitos clásicos, “releídos” a través de ensayos de misterioso fulgor, sobre Acteón, Diana, los hábitos sexuales de las matronas romanas, o la mística teológica.
FRONTERAS INFERNALES DE LA POESÍA
El joven Klossowski fue amigo de Pierre-Jean Jouve, coincidió con Georges Bataille en el grupo Contreattaque y fue miembro de la sociedad secreta Acéphale. Sufrió una grave crisis moral durante la Ocupación alemana, que culminó con sus estudios de teología y la redacción de su primera gran novela, La vocación suspendida (1950). Pocos años antes, contrajo matrimonio (1947) con Denise Marie Roberte Morin-Sinclaire, que será el personaje central de su legendaria trilogía novelesca y de la parte más íntima de su obra pictórica.
Klossowski había dibujado desde niño, en compañía de su hermano, pero su carrera como pintor no comenzó hasta finales de los años sesenta del siglo pasado, cuando decidió abandonar toda actividad literaria, para consagrarse íntegra y definitivamente al dibujo, negro y en colores, a partir de 1972.
Esa obra última, hondísima, misteriosa, inquietante, sulfurosa, es la que se presenta al gran público, por vez primera, en el museo más visitado del mundo. Se trata de un acontecimiento que tiene mucho de escandaloso: algunas obras pudieran “chocar”, quizá. Como dibujante, Klossowski vuelve sin cesar a la mitología universal (Diana, Acteón, Judith, Holofernes) y la mitología íntima, personal, Roberta. Roberta, que es su esposa, desnuda, perseguida por un ciervo (Acteón), uno de sus fantasmas más íntimos, y una figura del espíritu. Roberta, protagonista activa y pasiva de turbadoras escenas eróticas.
El filósofo, el novelista y el dibujante Klossowski se instala siempre en las “fronteras infernales de la poesía” (Bergamín). Pero esa frecuentación del Infierno (Virgilio, Sade, los Padres de la Iglesia) es, siempre, una interrogación sobre las fuentes más insondables de la identidad, el deseo, la carne y la redención, a través de los misterios del espíritu, sufriente en la desnuda piel de cada hombre, condenado al tormento de vivir en cuarentena.
Gracias por las palabras JP: además de su obra, de su charla, y de sus amistades, una de las cosas que siempre recuerdo de Klossowski es que no era un ´normal´: gustaba de desagradar, de sacar la lengua, y esto tal vez sea una de las cualidades que se han perdido entre los intelectuales: todo está bien, desde que paguen.
¿Quién alguna vez ha entendido del todo el ensayo que escribe sobre Nietzsche? ¿Acaso no sería gracioso que Klossowski lo hubiera querido así?…
Léger,
La gratitud es mía, ça va de soit,
Q.-
PS. Lo de Nietzsche son palabras Muy Muy Muy Mayoressssssssssss..
El Centro de Bellas Artes de Madrid acogió entre el diciembre y el enero pasados esa misma colección de las “máquinas” de Klossowski. Increíble. Lo más apasionante: lo mistico y lo solecista con lo que Klossowski repiensa lo erótico y la religión. A la luz de autores como él y como Bataille el tema cristiano recobra unha nueva luz, obscena, grotesca, que deja ver y que tapa, que insinua pero nunca muestra, porque se averguenza. En este sentido el propio Klossowski tenía razón al descreer toda concepción freudiana del deseo. Porque sin represión, sin Lei, no existe transgresión. ¿Y que mejor que que el cristianismo y su mística para evidenciar lo elevado y lo sublime de la transgresión y de lo sagrado?
Ernesto,
Qué bríoooooooooooooo…
Q.-
PS. Fiel a la magna herencia nabokoviana, cofieso mi santo horror las sectas freudianas. Nobody’s perfect.