José Clará. Torso, 1929. Talla en mármol italiano. 95 x 48 x 40 cm.
Enrique Andrés Ruiz, comisario de la exposición Arqueología y Vanguardia en el Arte Español, publica en el Diario de Alcalá [3 mayo 07] un artículo de alta escuela, subrayando las inquietantes relaciones entre vanguardias artísticas, movimientos totalitarios y cultura de masas, en el siglo XX…
… las vanguardias, los movimientos totalitarios y la revolucionaria filosofía espontánea de la cultura de masas tuvieron, en el siglo XX, un denominador común: se trataba de construir un hombre nuevo, un nuevo Adán, mediante la abolición, la destrucción de las ideas de belleza, bien y verdad que, con tanta paciencia, la cultura de Europa había ido elaborando durante milenios, de las que había vivido y sobre las que había construido la cultura ahora detestada.
Para mi sensibilidad, se trata de unos problemas cruciales, indisociables del proceso en curso de reescritura de las historias del arte del siglo XX. De ahí mi deseo de reproducir ese artículo, íntegro:
SOBRE LOS TIEMPOS FABULADOS
Enrique Andrés Ruiz
Me pide el Diario de Alcalá unas líneas sobre la exposición Los tiempos fabulados. Arqueología y Vanguardia en el arte español, 1900-2000, que hasta mediados de julio se encuentra instalada en el Museo Arqueológico Regional, en esa hermosa plaza de las Bernardas, que guardan las cigüeñas, de Alcalá de Henares. El comisario de una exposición como ésta, que ha necesitado de casi dos años hasta quedar abierta a la contemplación, tiende a pensar: “Yo ya he terminado; ahora, pasen y vean; yo me voy”. Y en buen sentido, así es; después de esos dos años, las pinturas cuelgan de los muros, las esculturas esperan en sus plintos, las pequeñas piezas aguardan ojos dentro de sus vitrinas. Todavía recuerdo la primera llamada en la que Enrique Baquedano me decía de la intención, en su cabeza ya muy perfilada, de tejer para su museo una muestra de arte moderno español en la que se pudiera ver el papel inspirador que tuvo o aún tiene la arqueología. Su idea, además, contaba ya con el apoyo y el acuerdo, únicamente pendiente de la concreción final, del Museo Reina Sofía, del que deberían proceder, y efectivamente han acabado procediendo, después de una generosa, constante colaboración, todas las obras expuestas. Así que a aquella idea sólo le faltaba, en realidad, eso: su concreción, y eso es lo que a mí se me pedía.
Yo había pensado y escrito algo sobre esa amistad que el arte de nuestro tiempo había buscado en los testimonios arqueológicos; y también sobre la transformación que, ya en manos de ese arte moderno, desde los días cubistas, aquellos restos habían sufrido, digamos que pasando de documentos científicos de tiempos reales, a convertirse en peraltes o disparaderos, ya imaginarios, para el ensueño de unos tiempos fabulados. Y éste es el punto en el que, aunque el comisario ya se haya ido y la exposición y el catálogo sean, creo yo, suficientemente explícitos, quizá se pueda aún añadir algo para indagar en la razón de esa vuelta de ojos que el siglo XX dedicó —no sólo desde el arte— a un tiempo que fue soñado como anterior a toda historia, a toda sociedad, a toda cultura, a todo arte, a todo eso que el tiempo nuevo que venía quería ver como meras e injustificables… opresiones para el nuevo Adán de la modernidad.
La exposición ha reunido obras ciertamente espléndidas, algunas poco o nunca vistas. Es el caso de una pintura noucentista, excelente, de Torres-García, que perteneció a Eugenio D´Ors; del encantador friso de caballos con el que Ángel Ferrant quiso decorar el hotel Castellana-Hilton de Madrid, tan griega y tan fifties; de un grabado de Picasso para la edición de la Lisístrata aristofánica…; o el de las escrituras sígnicas abstractas y misteriosas, tan frecuentes en el arte de los años 30 y luego en los 50, de Benjamín Palencia al Dau al Set; o las arcaicas joyerías de Julio González, o el ídolo de Oteiza. Tiempos todos removidos y mezclados, tiempos ensoñados con los que a la fantasía le pareció viajar, desde un remotísimo, puro y beatífico origen, hacia un igualmente ensoñado, libre, justo y utópico tiempo del porvenir. Se trataba, sobre todo, de saltar por encima de los ocho o nueve siglos más altos de la cultura de occidente. Y es en la conciencia de esto último, desde donde quizá sí sea posible añadir algo a lo que elocuentemente las propias obras alcanzan de suyo a decir.
Y es que, pese a todas las delectaciones a que nos invita la contemplación estética, Los tiempos fabulados, al menos en mi propósito, no quisiera ser —sólo— un gabinete de maravillas ni un recuento de preciosidades. He visto y oído que mucha gente pasaba y decía: “¡Qué bonito es ese cuadro! ¡Es extraordinario el tótem aquel, es una preciosidad! La gente, claro, ha acabado creyendo, luego de muchos años de pedagogía, lo que no creyó nunca y ha llegado a tener una idea de la belleza muy amplia, relativa y generosa. Los propios artistas también es verdad que, en una gran paradoja, hicieron obras de arte, para contempladores de arte… tomando, sin embargo, como buenas las ideas del todo antiartísticas sobre las que la vanguardia levantó su castillo de naipes. No era arte, en el sentido tradicional, lo que los vanguardistas buscaron en el Trocadéro o en el Museo Arqueológico Nacional, entre las “formas de Oceanía” o en la que Sebastià Gasch llamaba “Escuela del Congo”. Buscaron, igualando espacios y tiempos exóticos, antiartes, anticulturas, antitradiciones. Hoy, el aire alternativo que —para entendernos— en general ha tomado la cultura contemporánea hace que esto ya sea, de puro triunfante, casi transparente y pasado por alto. Pero las vanguardias, los movimientos totalitarios y la revolucionaria filosofía espontánea de la cultura de masas tuvieron, en el siglo XX, un denominador común: se trataba de construir un hombre nuevo, un nuevo Adán, mediante la abolición, la destrucción de las ideas de belleza, bien y verdad que, con tanta paciencia, la cultura de Europa había ido elaborando durante milenios, de las que había vivido y sobre las que había construido la cultura ahora detestada. Esto quizá ensombrezca, con una nube algo oscura, la radiante visión, puramente estética o buenamente moderna, de Los tiempos fabulados. Pero era lo único que ahora, el comisario que ya se ha ido, puede añadir. La arqueología, con sus restos materiales ya museizados, puso en manos de los artistas lo que justamente necesitaban para el reflejo de ese sueño a veces hermoso y a veces trágico, el propio, pues —esto es lo que también quisiera haber mostrado— de un siglo a veces grande y muchas, muchísimas veces devastador.
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trevor@kalebeul says
Reality TV sería para ti una nueva vanguardia artística?
JP Quiñonero says
Trevor,
Hombre… cuando todo vale, la estética del parque de atracciones quizá sea tan válida como el porno hard; y no digamos la tv trash.
En mi caso, toda esa terminología de vanguardias y retaguardias me suena a pillaje de tumbas y comercio con cenizas frías, cadáveres ambulantes. Los hay que ganan millones con esos tráficos nefandos, para mí, iluso, creyente solitario en la vieja y proscrita religión (laica) del Gran arte, no sé si no menos difunto. Un gentleman solo defiende causas perdidas,
Q.-
Panzi says
El titulo de su post «Arte, vanguardias, movimientos totalitarios…» pensaba que se referia a su aparición en Arte tv, ayer. Eche en falta en la «mise en scene» du décor un par de vasos acompañando la botella de vino. Lo de movimientos totalitarios se refería a Sego y su «enervement colerique peu crédible»
Luis Rivera says
Maiakovsky: «Hay que quemar los museos».
Los totalitarismos demandan una concepción arrasadora, revolucionaria, devastadora. Llegada, si es que llega, la doman, pasándola por el aprecio del poder. Ciertamente porque proponen un hombre nuevo para construir un mundo de mañana basado en el sacrificio de las generaciones de hoy. Conviene la exaltación, primero por la negación y luego por el asentamiento.
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JP Quiñonero says
Panzi,
Bueno… lo de Arte tv. No había ninguna puesta en escena. Era el salón de mi casa. La botella de vino… mi mujer tiene una visión convencional de la cosa: hay que ofrecer algo a los invitados. Había seis o siete copas de vino. No recuerdo si el cámara las filmó. Si me emocionó que filmase un retrato de mi madre… es la fotografía de un cuadro (propiedad de mi hermano) que pintó un recluso compañero de mi padre, en la cárcel de las Agustinas de Murcia…
Q.-
JP Quiñonero says
Luis,
Esa es la cronología, más o menos.
Comenzamos quemando los museos y terminamos comprando y vendiendo las cenizas. La portada del New Yorker de la semana pasada ilustraba ese proceso: intentaré rescatarla,
Q.-