Imprescindibles para sobrevivir
Hace años, paseando por la playa, entre St. Vicenç de Montalt y Caldetes, André Sánchez Pascual, traductor emérito de Nietzsche y Jünger, me preguntó: “¿Quién te parece más grande, Juan Ramón o Rilke..?”. Sin pensarlo dos veces respondí: “Rilke..”.
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¿Tienen sentido ese tipo de comparaciones? Hoy, matizaría mi opinión: Juan Ramón afronta en lengua española de España los mismos desafíos que Rilke en alemán de Alemania o Eliot en inglés ¿de donde? Y Espacio [El escándalo Espacio, 1 y 2. El genio y las furias] solo es comparable con las Elegías o la Tierra baldía.
A partir de ahí, el puesto de Paul Celan en la historia de las líricas europeas es el de un continuador de la misma y espantosa bajada al Infierno contemporáneo, instalado en un desalmado Campo de concentración con aspiraciones planetarias, que Heidegger temía devastador para el destino mismo de las civilizaciones: Heidegger, la Técnica y los campos de concentración.
Con frecuencia, los lectores españoles de Celan tienen tendencia a instalarlo en un pedestal que ignora (por ignorancia o snobismo) la genealogía española de tales cuestiones, evidentemente infernales: véase la tenaz construcción de Caína.
Hace apenas poco más de seis años que presenté un documento excepcional: la correspondencia íntima entre Giséle y Paul Celan, las 737 cartas de una historia de amor y tragedia. Le debo a Francisco Sánchez Bellón el rescate de ese texto, al que tengo un cariño cierto. Advierto, que mi texto original se publicó ligeramente mutilado.
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