Nicolas Sarkozy ha hecho realidad el sueño de alguno de sus predecesores, De Gaulle, Giscard, Mitterrand, Chirac: “codirigir” la OTAN.
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La salida de la organización militar de la Alianza fue para De Gaulle la manera más espectacular de subrayar su determinación nacional: dotar a Francia de un parque de artillería nuclear, pilar de su soberanía militar, piedra angular de la seguridad de Europa y las relaciones trasatlánticas.
En 1975, la idea original de Giscard, a la hora de constituir y convocar en Versalles la primera reunión del G7, era organizar un consistorio de grandes potencias occidentales, para tratar de cuestiones que escapaban a la competencia de la CEE y la Alianza. Giscard restauró con Gerald Ford la cooperación nuclear.
Entre 1981 y 1995, Mitterrand fue uno de los miembros más activos de la Alianza. En 1983 dio un apoyo decisivo a la OTAN durante la batalla de los euromisiles. Poco más tarde se celebró en París un Consejo atlántico. En 1993, Francia participó por vez primera en una operación militar de la OTAN.
Entre 1995 y 1997, Chirac intentó negociar el “pleno retorno” francés a la OTAN. Pero sus exigencias chocaron con la administración Clinton. Diez años más tarde, Sarkozy relanzó las negociaciones París-Washington que culminan con la concesión a Francia de mandos de cierta relevancia, en Lisboa, sede de la Fuerza de reacción rápida, y en Norfolk, donde se encuentra el Allied Command Transformation, responsable de la evolución estratégica de la OTAN.
Tras tres décadas de “aproximación flexible”, París vuelve al mando militar de la Alianza, aspirando a “codirigir” su organización militar. Quizá no sea un azar que las ceremonias que conmemoran tal acontecimiento coincidan con la reforma de los pilares del modelo capitalista: el chalaneo militar trasatlántico correo hoy parejo a la “cogestión” multipolar de las crisis.
Q: Nada que añadir a lo escrito.