El dinamismo de los pueblos europeos contrasta con los soliloquios institucionales de una UE empantanada desde hace más de veinte años.
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Conmemoramos las pacíficas revoluciones que precipitaron la caída del Muro de Berlín y el hundimiento del Imperio comunista, a lo largo de la primavera, verano, otoño e invierno de 1989, ahora hace veinte años: y aquella sed de libertad de los pueblos sometidos a la tiranía ideológica sigue siendo un modelo que contrasta con el bizantinismo institucional de la UE.
La Unión arrastraba su crisis institucional desde antes de la reunificación de Alemania (1990) y el Tratado de Maastricht (1992). Desde entonces, la UE ha conseguido integrar a los países del Este, modificando radicalmente la geografía política de nuestra civilización. Pero ha sido incapaz de construir una arquitectura institucional sólida.
Los Tratados de Ámsterdam (1997) y Niza (2000 / 2003), el difunto Tratado constitucional (2004 / 2005) fueron suplantados por un Tratado de Lisboa (2007), todavía víctima de veladas amenazas checas y posibles amenazas conservadoras británicas. Diplomáticos, funcionarios y eurócratas de diversa obediencia se “estremecen” -metafóricamente: los sueldos mensuales en decenas de miles de euros permiten ver el futuro con razonable optimismo individual- al son de las sucesivas tormentas institucionales, dejando en suspenso, siempre, la ausencia de respuesta a los más graves problemas estratégicos: envejecimiento demográfico, fragilidad militar, dependencia energética, bajo crecimiento, bienestar estancado, retroceso comparativo con los EE.UU., China, la India, etc.
Las revoluciones de 1989 movilizaron gigantescas energías cívicas y morales, que la UE no siempre es capaz de canalizar. La entrada en vigor de la zona euro (1999) fue un paso quizá capital, pero insuficiente. Veinte años después, el dinamismo moral de aquel memorable otoño parece hoy estancado, entre la nostalgia conmemorativa y el letargo institucional.
Una vez leí que la UE es para los periodistas un fracaso constante y para los historiadores un éxito único en la historia. Me aburren los artículos de opinión y noticias dando palos a la UE. Cuando la integración se nos cala son necesarios y justos. Pero aparencen también cuando la UE consigue dar pasos, como ahora, tras el referendum irlandés y Klaus mediante. Da lo mismo. Lo importante es romperse la vestiduras comunitarias.