PrincessCarolineofMonaco,1983.Polaroid, by AW. Copy,The Andy Warhol Foundation for the Visual Arts, Inc. Carolina, de icono glamour a mito nacional.
Tratados al escalpelo, estos negocios enseñan mucho sobre la vida moderna.
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OJOS SALTONES Y FLASH DE PAPARAZZI
A su edad, Carolina de Mónaco (54 años, este 23 de enero) tuvo una vida sentimental mucho más “libre”, “audaz” e “independiente” que su hija Carlota Casiraghi (25 años, el 3 de agosto próximo), cuya amistad o romance presumido con un humorista y actor judío, de origen marroquí, mucho mayor que ella, Gad Elmaleh, quizá marque su iniciación definitiva a las turbulencias de la vida amorosa “en libertad”.
Carolina comenzó a “salir” a los 17 años con un cantante de éxito de la época, Philippe Lavil, que era autor de una canción que tuvo dos o tres años de vida, Avec les filles je ne sais pas (Con las chicas, no se, no se), y era un personaje bien introducido en las boites y discotecas de los primeros años 70 del siglo pasado, Castel, Regine, entre muchas otras.
Carolina estudiaba en París, instalada en una residencia familiar próxima a los altos del Trocadero, desde donde se contempla la ciudad, iluminada, cada noche, si se tiene la suerte de vivir en un piso con gran balcón, como era el caso. Es leyenda que Carolina tenía una vida noctura muy intensa, acompañada, siempre, de dos guardaespaldas que neutralizaban a los “mosconnes” que intentaban “asaltar” a la joven princesa a la salida de los lavabos de algún antro nocturno, donde llegó a decirse que Carolina incluso se dejó arrastrar por alguna raya de sustancias no sé si “estimulantes” o “tranquilizantes” que hacían sus ojos muy saltones al flash de los paparazzi de la época.
EL PREDADOR, LA MARIPOSA Y LA DIVORCIADA
Nacido en la Martinica, en el seno de una familia de propietarios de una plantación de plátanos, Lavil era y es un “viva la virgen”. Aquella aventura no llegó muy allá. Joven, bella, bastante libre, Carolina era una fastuosa mariposa de alas sedosas y plateadas, reina en las noches de Mónaco, París, la Costa azul francesa, la Riviera italiana y las estaciones de esquí de los alpes suizos. Hubo incontables pretendientes y compañías de una noche, unas semanas.
Hasta que un predador de altos vuelos, Philippe Junot (trece años mayor), consiguió precipitar un matrimonio apresurado el mes de junio de 1978. Carolina tenía 21 años. Sus padres vivieron con dolor aquella relación que duró dos años cortos. Él no conseguía ocultar sus aventuras fuera del lecho conyugal. El princesa palidecía de cólera y soledad insufrible. Anulado el primer matrimonio, consecuencia del pasajero apasionamiento por un seductor coriáceo y empedernido, la princesa dió rienda suelta a la libertad de una joven divorciada de 23 años.
TÓRRIDA PASIÓN TROPICAL
La primera gran aventura amorosa de Carolina, tras el primero de sus tres matrimonios fallidos, fue su escapada amorosa a una isla del Pacífico con Guillermo Vilas, el tenista argentin que tuvo sus años de gloria entre 1973 y 1977. Vilas y Carolina se conocieron por aquellos años. Pero sus semanas o meses de tórrida pasión datan del verano de 1982, cuando Paris-Match publicó su legendaria cover: Guillermo en bañador, cuerpo hercúleo, en pie; y Carolina, en bikini, ligeramente “gordita” (la princesa era una drogata de las bebidas con cola y aditivos azucarados).
Tras las desventuras del matrimonio con Junot, la ventura carnal con Guillermo Vilas pusieron los pelos de punta a Rainiero y la princesa Grace. Cuando Carolina dio por terminada la aventura, el tenista le escribió un poema de tono cursi subido. Fundido en negro.
Aconsejada, mal que bien, por unos padres preocupados por las libertades crecientes de la joven divorciada, Carolina encontró una cierta tranquilidad y comprensión en la amistad íntima con Robertino Rossellini, hijo de Ingrid Bergman y Roberto Rossellini. Un respeto.
NOVEDAD RADICAL: UN NORTE AFRICANO CON MUCHA CASTA
Quiere la leyenda que fue Roberto Rossellini jr. Quien presentó a Carolina a un amigo de la infancia, Stefano Cariaghi, hijo de una gran familia de ricos italianos, que había pasado muchas temporadas en los grandes hoteles de Mónaco / Monte Carlo. Entre junio del 82 (cover de Match con Carolina y Vilas) y diciembre del 83 (boda de Carolina y Stefano Casiraghi), la princesa fue fotografiada esencialmente con Robertino. Pero hubo otras amistades.
Tras su segunda boda (a los 26 años, un año menos que su hija Carlota, hoy), la princesa se consagró esencialmente al más feliz de su matrimonios, para ser madre en 1984 (Andrea), 1986 (Carlota) y 1987 (Pierre). La muerte muy prematura de Stefano, en 1990, volvió a precipitar a Carolina en un torbellino de viajes, amistades y relaciones, que culminaron nueve años más tarde, con su tercer matrimonio, con Ernst August de Hanovre, del que nacería Alexandra. Pero esa es, ya, otra historia, truncada e infeliz.
Recluida, en cierta medida, en su pequeño reino íntimo, Carolina ha visto como sus hijas se convierten en mariposas que vuelvan con sus propias alas por los meandros de la vida nocturna de Mónaco, París y Londres, en el caso de Carlota, cuya amistad íntima o amorosa con un actor y humorista judío de origen marroquí, Gad Elmaleh, confiere un cierto “picante” a la historia de las aventuras sentimentales de la familia Grimaldi: quizá sea la primera vez que alguien de la familia traba las más íntimas relaciones con un norte africano, de talento, claro está, divorciado y mujeriego, en el caso del nuevo acompañante de la hija de Carolina.
LA GLORIA, EN UN LECHO DE PLUMAS
Ligeramente menos agraciada que su madre, Carlota Casiraghi ha tenido hasta hoy una vida sentimental mucho menos “agitada”. Se le han prestado “relaciones” con jóvenes aristócratas y millonarios, como Hubertus Herring Frankensdorf y Felix Winckler. Ninguno atizó pasiones inolvidables. Las relaciones de Carlota con Alex Dellal, multimillario con veleidades vagamente “artísticas”, duraron mucho más. Pero tampoco han dejado otras huellas que fotos convenidas y glamour de nevera de escaparate.
Así las cosas, el encuentro entre Carlota y Gad Elmaleh quizá sea otra cosa. Él ha tenido varias relaciones y esposas. Y es un humorista feroz. Las imágenes de Carlota, saliendo de su domicilio, tienen la frescura de una mujer joven y bella, luminosa, radiante, que parece estar descubriendo la gloria en el venturoso lecho de plumas y amor de una aventura imprevisible. [ABC, 21 JPQ,Carlota de Mónaco: De tal palo… ¿tal astilla?].
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Ese «ligeramente menos agraciada que su madre…», es de un fino connaisseur, de muy buen gusto.
De todas formas, ¿será verdad aquello que se decía que «la suerte de la fea, la guapa la desea»?
Un abrazo
Carmen
Carmen,
Bueno… En ese terreno, siempre es muy aventurado avanzar sentencias apresuradas. Digamos que veo a la joven mucho menos avispada que a su madre. Carolina, a esa edad, era mucho más libre, mucho más abierta a otros mundos, mucho más curiosa, en definitiva; incluso más divertida y con más sentido del humor,
Q.-