El rapto de las sabinas, 1962.
Pablo Picasso fue contemporáneo de los conflictos más devastadores de la historia de nuestra civilización. Pero, con la excepción crucial del Guernica, la guerra “solo” fue para él un motivo “estético”, muy alejado y distante de los campos de batalla y las carnicerías que tuvieron un puesto tan central en la obra y la vida de muchos otros grandes maestros y escuelas artísticas.
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El Musée de l’Armée (Museo de los Inválidos) presenta, hasta el 28 de julio, una gran exposición, Picasso y la guerra, comisariada por Laëtitia Desserrières, que reúne medio millar de obras que ofrecen, quizá por vez primera, una visión global de las relaciones del genio malagueño y la tragedia saturnal de la historia.
Imposible presentar el Guernica, obra emblemática, si las hay, están presentes otras obras famosas, como la Masacre en Corea de 1951 y el Rapto de las Sabinas de 1962.
Con muy buen juicio, la exposición presenta una visión cronológica, iluminando el vacío y silencio abismal de Picasso ante los cataclismos militares que se sucedieron ante él, durante más de medio siglo, insensible a tan inmensas catástrofes.
Picasso nació en 1881. Tenía 17 años cuando estalló la gran crisis del 98, en Cuba. Dos años antes pintó un episodio imaginario de la guerra de los españoles contra los ejércitos de Napoleón. Sintomático. Pero quizá insuficiente.
Ya instalado en París, desde años atrás, Picasso “contempló” a distancia la Primera guerra mundial (1914 – 1918). Existe una foto bella y divertida de Picasso fotografiado por George Braque vistiendo una traje de soldado prestado por su amigo y no menos patriarca del cubismo. Picasso se salvó por razones médicas (¿?) del cumplimiento de ningún tipo de servicio militar. Y siguió la primera gran guerra civil de los pueblos europeos consagrado a sus investigaciones pictóricas (cubismo, etcétera), cuando toda la obra de los grandes maestros del arte alemán de su tiempo está “ocupada” por los atroces rastros de la guerra.
En París, siempre, cuando estalló la Segunda guerra mundial, Picasso siguió trabajando, sin moverse del taller donde pintó el Guernica y recibía visitas amistosas de grandes artistas franceses y algunos oficiales del ejército de ocupación nazi. Sin duda, el Guernica es una de las obras cruciales que tratan el tema de la guerra, indisociable de la guerra civil española y la guerra civil entre los pueblos europeos. Ese testimonio no le impidió a Picasso vivir muy libremente en el París ocupado por Hitler.
Con la posguerra comenzó una de las épocas menos gloriosas de la obra creativa de Picasso: su condición de propagandista y compañero de viaje del PCF y la URSS de Stalin, a quien el genio malagueño consagró un legendario retrato, publicado en la revista Les Lettres françaises, dirigida por Louis Aragon, con motivo de la muerte del tirano comunista. Picasso se dejó llevar de un largo rosario de “debilidades”, realizando muchas obras menos de propaganda pura: tanques soviéticos decorados con palomas de la paz.
Aquella penosa aventura tuvo su prolongación con obras de “combate” destinadas a denunciar la intervención militar norteamericana en el sureste asiático, con unos legendarios fusilamientos, en Corea. Copia olvidable de los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 inmortalizados por Goya. Siguieron otras guerras e intervenciones militares (Vietnam, Hungría, etcétera). Pero, púdico, por una vez en su vida, Picasso se olvidó para siempre de los temas militares, para consagrarse a la glorificación del cuerpo de la mujer desnuda. A caballo entre ambos temas, el Rapto de las Sabinas de 1962. Picasso se sirve del antecedente clásico de Nicolas Poussin para prolongar, sin fin, su diálogo personal con el panteón de los grandes maestros. Con un éxito a geometría variable, por momentos.
Arte.
Fina says
Quiño,
Siempre se aprende al leerte. Amplias horizontes, informas, y haces más entendibles los temas que tratas.
¡Gracias!
JP Quiñonero says
Fina,
Anda, anda…
…
Q.-